Poco más de una semana después de la visita de Mike Pompeo, el Secretario de Estado de Estados Unidos a Bielorrusia, Ucrania, Kazajstán y Uzbekistán, el canciller ruso Serguei Lavrov hizo una visita relámpago a México, Cuba y Venezuela. Lo que pareció un quid pro quo en el ajedrez geopolítico que juegan Moscú y Washington, con una visita al “patio trasero” de Washington tiene, sin embargo, múltiples dimensiones.
Por un lado, la visita afirmó la asociación estratégica entre Rusia y Cuba, profundizó la relación bilateral entre la Federación Rusa y México –un socio comercial importante (el segundo en América Latina después de Brasil) cuya economía está estrechamente vinculada a los Estados Unidos, y reafirmó el compromiso ruso de apoyo – incluyendo un incremento en la venta de armamentos - al régimen de Maduro.
En Caracas, el canciller de Moscú envió una señal clara sobre la importancia de Rusia como interlocutor en cualquier proceso de búsqueda de una solución a la crisis venezolana.
Por otra parte, envió una señal clara sobre la importancia de Rusia como un interlocutor relevante en cualquier proceso de búsqueda de una solución a la crisis venezolana por parte de la comunidad internacional, en una coyuntura dónde el presidente interino Juan Guaidó cosechó recientemente reconocimientos y respaldos en Europa y una fuerte retórica de apoyo bipartidista en los Estados Unidos, con eventuales compromisos de la administración Trump de profundizar este apoyo con mayores medidas contra el régimen de Maduro.
Si bien la dimensión geopolítica de la pulseada entre Moscú y Washington en la región es evidente, hay otros aspectos y dimensiones a considerar en la visita de Lavrov a la región. En el plano político-diplomático, pese a que la visita a México no fue coronada con una declaración conjunta, tanto las conversaciones con el gobierno mexicano - actualmente a cargo de la presidencia de la CELAC – como la reafirmación de la alianza estratégica con Cuba – un actor de peso en este organismo - en el marco de una declaración conjunta, apuntaron a fortalecer la expectativa rusa de reactivar la interlocución con la CELAC, con miras tanto de fortalecer la influencia rusa en el ámbito regional, como de cosechar apoyos en los espacios multilaterales en función de la concepción de un mundo multipolar que Washington – según la percepción de Moscú – se niega a reconocer.
Pero quizás la dimensión menos patente de la gira, pero de crucial importancia para Rusia, es la preocupación de Moscú por sus inversiones y activos en Venezuela. En el último año, la compañía rusa Rosneft no sólo pasó a operar conjuntamente con PDVSA cinco campos de explotación de hidrocarburos, con una participación menor en otras explotaciones petroleras y gasíferas, sino que, a cuenta de las deudas pendientes de Caracas, pasó a comercializar más del 70 por ciento del crudo venezolano, evitando momentáneamente las sanciones económicas estadounidenses y oxigenando económicamente al régimen de Maduro, al margen de decisiones que debían ser aprobadas por la Asamblea Nacional presidida por Guaidó. La posibilidad de que las sanciones de Washington alcancen a Rosneft puede tener un impacto no sólo sobre los intereses rusos en Venezuela, sino también sobre los precios mundiales del petróleo, más allá de las conversaciones en curso entre la OPEP y Rusia.
En este contexto, después de la visita de Lavrov, las condiciones en que se produzca el retorno de Guaidó a Venezuela pueden desencadenar no sólo un dramático giro en la situación venezolana sino también un impacto regional y global impredecible.