COLUMNISTAS
el homo mobilis

Vidas urbanas

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Nuestro poder de convocatoria ha crecido”, dije. “Es un capital que hay que administrar con mucho cuidado, evitando una excesiva normalización institucional.” Y agregué, en un impulso demagógico del que yo fui el primer sorprendido: “¡Nosotros no somos normales, somos anormales y queremos seguir siéndolo!”. El público, que llenaba la sala, aplaudió.

Fue el viernes de la semana pasada, por la tarde, en la sesión final del 4° Pentálogo (coloquio de cinco días) organizado en el nordeste de Brasil por el Centro Internacional de Semiótica y Comunicación (Ciseco), del cual ya he hablado aquí en el pasado. Lo de la anormalidad tiene que ver con el esfuerzo del Ciseco por evitar la burocratización, típicamente universitaria, de los coloquios y congresos, donde se suceden intervenciones imposibles de discutir por falta de tiempo y que tienen por único objetivo engrosar el curriculum del ponente.
El tema general de este Pentálogo, en el que se discutieron las presentaciones de 13 invitados especiales, fue “La calle en el siglo XXI. Materialidad urbana y virtualidad cibernética”. Al tratar, en conclusión, de ordenar mis propias ideas sobre el asunto, creí comprender que se había reflexionado sobre el entretejido de tres dimensiones. Cuando se piensa la primera dimensión se suele hablar, precisamente, de “la calle”. La calle es el lugar de la sociabilidad, de las emociones y los afectos, de la alegría, de la indignación y también del miedo y del sufrimiento. La segunda dimensión, “la ciudad”, es en cambio un objeto al que se le atribuyen características y cualidades que pueden jugar un papel muy importante en la identidad de sus habitantes. La tercera dimensión, en fin, el “espacio urbano”, es el nombre de ese campo en el que intervienen los planificadores, los urbanistas, los especialistas del transporte, de la salud, de la alimentación y muchas cosas más. Tres dimensiones que se cruzaron en las discusiones, y que implican tres posiciones distintas de observación, profundamente afectadas hoy por el fenómeno internet.

Los intercambios generados por los dos invitados más ilustres de este Pentálogo fueron particularmente apasionantes. Uno era Muniz Sodré, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro y figura central de la intelectualidad brasileña, quien fue director de la Biblioteca Nacional durante el gobierno de Lula. El otro era Georges Amar, actualmente profesor de la Ecole des Mines, responsable durante muchos años de la innovación y la prospectiva de la RATP, la empresa estatal que administra los transportes públicos (metro y ómnibus) de la ciudad de París. A propósito de los recientes movimientos de protesta que sorprendieron a todos los sectores de la sociedad brasileña, Sodré hablaba desde la calle, reivindicando la irreductibilidad de los afectos que allí se condensan. Gran especialista del transporte público, Amar hablaba desde el espacio urbano, buscando una nueva racionalidad a la que él le ha dado la forma de una hipótesis general sobre la “era de la movilidad” en la que estaríamos entrando (su libro Homo mobilis ha sido publicado por La Crujía en 2011). El problema es que el punto de condensación ha sido, en este caso, que el gigantesco movimiento de protesta en las calles de todo Brasil fue desencadenado por un aumento de 25 centavos… en el transporte público de la ciudad de San Pablo. La historia pone en contacto dos dimensiones y genera cortocircuitos difícilmente predecibles.

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Según Amar, en la concepción tradicional de la movilidad, lo importante son los lugares de partida y de llegada: el movimiento que une ambos lugares es un tiempo (generalmente considerado tiempo perdido) de transporte; de ahí la necesidad de que éste sea cada vez más rápido. En la era de la movilidad que nos espera, dice Amar, lo importante será el viaje: cada lugar significará apenas un momento de transición entre dos viajes.

Yo tengo, sin embargo, mis dudas acerca de la vocación nómade del sapiens, de la cual el homo mobilis de Georges Amar es una nueva figura. La historia evolutiva de la especie parece mostrar que, si bien hubo variadas formas de nomadismo, la tendencia de fondo de la mayoría de las comunidades de sapiens ha sido sedentaria: identificar un lugar como su lugar, y a partir de ahí organizar el resto del mundo. En suma, me resisto a abandonar la hipótesis de que los dos inventos más trascendentes en la historia de la humanidad siguen siendo la mesa y la silla.

*Profesor emérito de la Universidad de San Andrés.