“¿Qué mayor forma de patriotismo existe que la creencia en que América todavía no está acabada, que somos lo suficientemente fuertes para ser autocríticos, que cada generación sucesiva puede mirar sus imperfecciones y decidir que está en su poder rehacer esta nación para alinearla más cerca de nuestros ideales más altos?”. Barack Obama.
El gobierno del presidente Macri ha cumplido dos semanas y ya ha abierto espacios para gobernar. Ya puede mostrarse activo en distintos frentes, en algunos más exigido que en otros. La asunción de los nuevos equipos en no pocos casos se ha realizado en un clima de cooperación entre los que se van y los que entran. En otros casos hay tiras y aflojes; en algunos con incidentes, como en la Afsca y la cruzada de resistencia desplegada por el director saliente Sabbatella. Hay algunas protestas militantes en la vía pública y por lo menos una de tipo gremial. En el balance, la sociedad muestra confianza.
Que haya confianza es realmente auspicioso porque no pocos temían un impacto más duro de las primeras decisiones del Gobierno en el frente económico. El mercado cambiario respondió con calma, aun mayor a la esperada. En el mundo el nuevo gobierno ha sido bien recibido. El impacto sobre los precios todavía es más incierto. La línea pragmática y gradualista del Presidente está a prueba.
Por lo demás, estamos en la misma Argentina de siempre; nadie puede hacerse ilusiones, todos los días recibimos señales para no olvidarlo. Hasta anteayer, llegar y salir del aeropuerto de Ezeiza fue una pesadilla porque los trabajadores de Cresta Roja no encontraban otro medio para hacerse oír que bloquear el acceso. Aquí y allá hay protestas –en general, de militantes–. El enfoque del Gobierno ante el tema de las protestas en espacios públicos todavía no está claro. Se entiende que es un gobierno sensible a los derechos a la libre circulación afectados por las protestas; está menos claro cuál será su posición ante la lógica de los que protestan –“protestar no es enviar cartas de lectores; si no molestás a alguien la protesta es inocua”–.
Una parte del territorio del país está bajo el agua. Otro recordatorio: gestionar el día a día no debe llevar a olvidar la infraestructura, el territorio, el diseño de soluciones perdurables.
Esta Argentina, que es la de siempre, entra a un nuevo ciclo político. Algunas piezas centrales del juego no serán iguales a las del ciclo que acabó el 10 de diciembre. El agro, los medios de comunicación, los flujos comerciales internacionales, están llamados a redefinir el tablero. Son las primeras avenidas hacia la recuperación del crecimiento. Otras piezas fundamentales están aún en etapa de definición: la Justicia –en stand by hasta febrero–, el régimen de medios de prensa y recursos tecnológicos de la comunicación, el sistema electoral. Son los pilares de la institucionalidad, la horma que moldea los grados de libertad de una sociedad para decidir su propio destino. Tal vez estas cosas se vayan definiendo desde ahora hasta marzo.
Y está el tema de los precios de los bienes de consumo, los benditos precios, la verdadera pesadilla de la sociedad argentina.
El resto es la compleja madeja de los temas cotidianos de la vida social y el estilo del gobierno que vamos descubriendo día a día. ¿En qué medida el presidente Macri –titular de un Ejecutivo sin mayoría en el Congreso– está dispuesto a gobernar por decreto? ¿Intentará negociar en las cámaras para avanzar con leyes que aseguren un horizonte normativo previsible a más largo plazo? ¿En qué medida el diálogo seguirá marcando su estilo, que lo diferencia claramente del que conocimos del gobierno saliente? ¿Cuál será su enfoque para escuchar a la sociedad? ¿La escuchará?
La verdadera historia política se escribirá desde el peronismo que hoy, si se lo propone, puede controlar el Congreso. Las demás “oposiciones”, empezando por la más significativa en número, la del Frente Renovador, se muestran constructivas en tanto haya respeto y diálogo. En el peronismo las cosas son menos claras. Algunos dirigentes –pocos, pero muy relevantes por su gravitación– se han declarado dispuestos a conceder al gobierno de Macri una oportunidad adoptando una actitud colaborativa. Otros, desde las filas del kirchnerismo duro, ya son decididos opositores. El problema para el peronismo es que esos dirigentes –como Martín Sabbatella o Guillermo Moreno o, en el extremo, Hebe Bonafini, entre tantos otros– son electoralmente irrelevantes. Moreno declaró apresuradamente que “a Macri ya se le ve la hilacha”, cuando el nuevo presidente no había tenido todavía tiempo ni para cambiarse una muda de ropa. Ese oposicionismo a ultranza no parece que vaya a rendirle réditos al peronismo. El kirchnerismo extremará sus esfuerzos para conservar un liderazgo tanto en el Parlamento como en el partido; que lo consiga es otra cosa. Falta saber qué camino definirán dirigentes como Daniel Scioli, quienes salieron del ciclo del kirchnerismo en el Gobierno con una buena imagen ante la sociedad y credenciales relativamente no desgastadas.
En un contexto internacional extremadamente fluido, si el kirchnerismo no revisa su mirada de la situación internacional es poco lo que podrá ofrecer a una Argentina encaminada a dar nuevas respuestas a sus problemas actuales. La debacle del gobierno de Maduro es un punto de inflexión en la trayectoria del “bolivarianismo” en la región. La dispersión de preferencias políticas en la opinión pública de las sociedades de España y América Latina es el rasgo más definitorio de los tiempos que corren. Así como en la Argentina votamos y produjimos una situación cercana al empate técnico y nos dimos un gobierno sin mayoría legislativa propia, así también España se enfrenta a una situación de virtual empate paralizante, Brasil está dividido entre gobierno y oposición, el gobierno de Chile está débil, Bolivia se mueve en un raro equilibrio entre las instituciones políticas y el mercado.
El pragmatismo del actual gobierno, lejos de desentonar en el contexto del mundo actual, puede realimentarse con él. Falta saber en qué medida, con qué convicción, la sociedad está dispuesta a acompañarlo.
*Sociólogo.
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