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Vínculo La Cámpora y La Pato Bullrich

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Coincidencias. Ni ella ni él creen que para gobernar hagan falta consensos mayoritarios. Sí, que se debe ejercer el poder con convicción. Una, para acabar con el populismo. El otro, para eliminar al neoliberalismo. | NA

El país pasó del bipartidismo al bifrentismo. Del duelo político en el que el peronismo y el radicalismo eran protagonistas excluyentes, a la confrontación actual en la que de un lado hay un frente de peronistas, kirchneristas y ex radicales; y del otro, macristas, radicales y ex peronistas. Dos alianzas en las que, dentro de cada una, conviven ideas más o menos socialdemócratas, más o menos liberales y más o menos progresistas, populistas y conservadoras. Y escuelas económicas más ortodoxas o más keynesianas que también cruzan a ambos frentes.

El pensamiento líquido genera límites permeables y torna más difusas las fronteras ideológicas. El antiguo bipartidismo no alcanza para contener la diáspora posmoderna.

Sin embargo, dentro de cada coalición subsisten resabios de la modernidad. Y no es que dirigentes como Máximo Kirchner o Patricia Bullrich sean fieles espejos de aquella era, pero son sus simulaciones más representativas.

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El Mal. La Cámpora y lo que podría llamarse La Pato Bullrich, representan, desde distintas ideologías, lo que queda de esa época de ideas fuertes y dogmas ideológicos.

La Cámpora critica a AF y La Pato Bullrich a Larreta por lo mismo: confundir a los suyos con el tono dialoguista

Hoy son extremos light en comparación a los extremos setentistas pero, como entonces, su existencia también está validada por la amenazante existencia del otro bando. Parecen muy diferentes, pero no lo son tanto.

Estos remedos de modernidad presentes en cada frente político, por un lado logran captar a los sectores sociales más proclives a los discursos duros y cerrados, pero al mismo tiempo generan incertidumbre entre sus respectivos socios políticos.

Ambos sectores coinciden en que la única forma de que la Argentina tenga éxito es que el otro sector deje de existir o quede limitado a la mínima expresión. No se trata de simples adversarios ni incluye solo a los extremos opuestos: en La Cámpora se asocia la ideal del Mal con lo que denominan “neoliberalismo” y abarca a toda la coalición opositora. En La Pato Bullrich al Mal se lo vincula con lo que llaman populismo y aglutina al oficialismo en su conjunto.

Que Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta envíen, alternativamente, señales de dureza y de diálogo hacia los adversarios políticos, responde al intento por convertirse en síntesis de sus coaliciones.

Tarea compleja: Máximo y Bullrich gritan más que los demás y  cada uno cuenta con el apoyo de líderes más relevantes que ellos, como Cristina y Macri.

Máximo-Cristina y Bullrich-Macri coinciden además en que, para que el país salga adelante, necesitan simplemente imponer su plan e impedir que el otro imponga el suyo. A diferencia de lo que verbalizan Fernández y Larreta, los extremos están seguros de que lo principal es llegar al Gobierno y que, si se usa el poder como corresponde, no es necesario consensuar con los perdedores.

Esa es la crítica que el camporismo le hace al Presidente, que no aplica el poder con la fuerza adecuada y que su modo dialoguista con gobernadores e intendentes, con el establishment y hasta con la corporación mediática, confunde a los propios y agranda al enemigo. Una crítica similar a la que le hacen a su política internacional, a la que califican de “errática”. El último ejemplo es el de Nicaragua.

Otro dificultoso intento de síntesis oficialista es el apoyo a la marcha contra la Corte. O la reciente solicitada para pedir por la libertad de Milagro Sala, en la cual ministros del Gobierno denuncian que “con presos políticos no hay democracia plena”.

Una denuncia que, inevitablemente, salpica al propio Gobierno: “presos políticos” son quienes fueron detenidos sin haber cometieron delitos y solo están encarcelados por lo que piensan y expresan. En este caso, el responsable es el Gobierno que ejecuta o consiente tal injusticia.

De hecho, ese es el reclamo de Sala: “Me metió presa la política y la política es la que tiene que resolver la situación”. Los destinatarios de su queja son los funcionarios que firmaron la solicitada reclamando su liberación.

Sospechas. ¿Cómo sería de verdad el Gobierno de Alberto F si el camporismo no lo integrara? ¿Qué diría y haría Larreta si Bullrich y Macri no estuvieran en esa coalición? ¿Serían los mismos? ¿Un Alberto solo no hubiera arreglado ya con el FMI? ¿Y un Larreta solo, no hubiera generado puentes de diálogo más amplios para enfrentar la crisis actual? Es política ficción, pero lo contrafáctico ayuda a pensar qué pasaría si alguna de las premisas se modificara. Y sirve para analizar por qué se hace lo que se hace.

Más allá de las bondades y defectos que puedan tener los proyectos halcones, este tipo de núcleos duros filosóficamente necesita (y genera) una contraparte que confirme su ser y a la que enfrentar. Como si probaran uno de los principios de la lógica aristotélica, el de la no-contradicción: dos proposiciones que se niegan recíprocamente no pueden ser verdaderas ambas a la vez. Parte de la existencia de La Cámpora y La Pato Bullrich radica en demostrar que hay una sola verdad, un único plan que puede salvar al país. Y, como el otro principio aristotélico, el del tercero excluido, solo uno de los planes puede ser verdadero.

La dupla Bullrich-Macri está segura de que la verdad es suya. Como el camporismo desconfía del resto del FdT, también ellos desconfían de los otros socios de Juntos.

Creen que Larreta juega con fuego cuando postula que no alcanza con ganar para hacer un buen gobierno. Saben que Larreta no solo habla de la actual administración, sino del fracaso de la gestión macrista, y piensan que su propuesta de armar un gobierno que represente a dos tercios de la sociedad es tentar al peronismo para seguir en el poder. Que es como tentar al diablo.

Es lo que esta semana dijo Bullrich en una reunión con empresarios en Punta del Este: no hay lugar para los tibios y el peor de todos es Horacio. Dice que el peronismo solo entiende cuando se le impone el poder. Que es lo que ella misma le achaca a Macri no haber hecho.

Sus sospechas sobre el “pacto” de Larreta con el peronismo se acrecentaron en los últimos días con la incorporación de Emilio Monzó como armador electoral del jefe porteño: junto a Macri, acusan a Monzó de haber sido una suerte de “quinta columna” del peronismo en el Congreso.

Las sospechas de la presidenta del PRO son extensibles al radicalismo, al que asocian con la misma “rosca” que une al larretismo y al peronismo. La líder de La Pato Bullrich se identifica en ese punto con el líder de otro extremo, Javier Milei, y su crítica a la “casta” política. Eso, pese a los duros insultos de Milei a los dirigentes del macrismo, incluyendo al propio Macri y a un halcón puro como Fernando Iglesias.

La Argentina pasó del bipartidismo al bifrentismo. Un sistema en el que los liderazgos son más complejos

Setentistas. Por momentos, la forma de ver la política y la personalidad de sus líderes, indicarían que las diferencias entre La Cámpora y La Pato Bullrich son menores que las que existen entre esos sectores con las palomas de sus respectivas coaliciones.

Lo cierto es que tanto Máximo (por herencia) como Bullrich (por vivencia), son consecuencia de la modernidad de los años 70. De aquel estado de cosas en el que la política se había convertido en un campo, literal, de batalla.

Bullrich lo entiende porque estuvo en las filas montoneras. También los dirigentes de La Cámpora se reconocen herederos espirituales de los militantes setentistas, entre quienes el dogmatismo era un sello distintivo.

Los liderazgos hegemónicos que caracterizaron al bipartidismo, se volvieron estos liderazgos cuestionados del bifrentismo. Como los líderes que emergen de las alianzas circunstanciales de las democracias parlamentarias.

También allí son habituales los grupos más extremos que forman parte de las coaliciones oficialistas y opositoras.

La diferencia es que en la Argentina de los últimos años, esos grupos le marcan la cancha al resto.