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Voluntad de diálogo

Noble palabra, la palabra diálogo. Nos llega derechito desde Grecia en donde es fama que constituía una forma preciada del poder, de la filosofía y de la política. Diálogo es la reunión de dos vocablos, día que significa a través, y logos que significa palabra.

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Noble palabra, la palabra diálogo. Nos llega derechito desde Grecia en donde es fama que constituía una forma preciada del poder, de la filosofía y de la política. Diálogo es la reunión de dos vocablos, día que significa a través, y logos que significa palabra. Fácil deducir que el diálogo permite que la palabra, el pensamiento, discurra, cavile y recorra figurada y literalmente el espacio que separa a los dialogantes. ¿Y eso para qué? No es juego ni competencia. El diálogo es en último término la búsqueda de la verdad. Y antes de ese último término, es el intento de achicar el espacio que separa a los antedichos dialogantes para que eventualmente se encuentren y puedan, o recorrer juntos el resto del camino o colaborar en la tentativa.
El diálogo es de antiguo una forma ilustre de la literatura. Véase si no el Diálogo entre el amo y el esclavo, que es lo más antiguo que se conoce de esta forma, tanto que ni fecha probable se ha podido establecer, en el que allá en Mesopotamia el amo le cuenta sus proyectos al esclavo. El esclavo se siente admirado y entusiasta. Pero después el amo plantea algunos inconvenientes de su propósito, y el esclavo agrega otros y así van desovillando lo bueno y lo malo de las cosas de esta vida.
Luciano de Samosata en los años cien de nuestra era, escribió diálogos sobre distintos temas, entre los cuales el más famoso sea quizás el llamado Diálogos de los dioses donde en veintiséis diálogos se plantean los conflictos entre los dioses y las diosas y los semidioses y demás personajes del Olimpo.
Y después están los más conocidos de Séneca, de Fénelon, del Aretino. Sin olvidar a Margarita de Navarra, duquesa de Alençon con su Diálogo en forma de visión nocturna de 1524, sobre el misterio de la muerte. Ni a Georges Bernanos ya en nuestros días (1948) con su Diálogos de las carmelitas, basado en la novela de Gertrude von Le Fort, La última en el cadalso, sobre las dieciséis monjas carmelitas guillotinadas en l794 en París.
Y así de seguido. Se podría llenar páginas y páginas con los diálogos que en algunos pocos casos ni forma de diálogo tenían y eran más bien un discurso en el que se presentaban las distintas facetas de un mismo problema.
Una se pregunta qué clase de diálogo tenía in mente Cristina Fernández de Kirchner cuando, como dicen los medios, “llamó al diálogo”. Y después de la pregunta, que debe haberse hecho medio país, viene la desconfianza. ¿Es posible que la señora Presidenta, acostumbrada a imponer y a matonear, piense realmente en un diálogo? ¿Y con quién? Con la oposición, desde ya. Pero también conmigo, con usted, con la señora de enfrente, con el señor que pasa bajo mi ventana. Como su natural perspicacia le ha dado a entender, con el país al que, dicen, gobierna. Tal vez yo esté pidiendo, más que un diálogo, más que un sentarse a aclarar posiciones y propósitos, un cambio básico, tajante, absoluto de su manera de llevar las riendas del gobierno en la mano. Lo cual comportaría, en primer lugar, que las llevara. Ella, digo. No ella y su marido. ¿Que estoy pidiendo demasiado? Atájese, que sigo. De ese diálogo, si es que realmente existe, yo espero, y sé que no soy la única, que surja un proyecto de país y no un “modelo” que nadie comprende en qué consiste; que desde arriba y en todos los niveles se trabaje en democracia; que la Presidenta consienta en corregir sus errores y que oiga a quien esté del otro lado de ese espacio en el que las palabras recorren su camino cargadas de significación y desnudas de toda avidez de poder.