El 5 de julio de 2014 se produjo un acontecimiento novedoso en la rica historia de los mundiales de fútbol. Faltando un minuto para terminar el tiempo extra, el entrenador holandés Louis van Gaal ordena un cambio: sale el arquero titular y entra el segundo suplente, Tim Krul, un gigante de 1,93 m con discreta trayectoria en los equipos de la Premier League. El resultado: adivinó los cinco penales, atajó dos y clasificó a Holanda a la semifinal contra la Argentina. Pero lo llamativo de la jugada es que no se trataba de un especialista en penales, un truco del viejo zorro naranja para controlar la psicología del oponente. ¿Será Martín Guzmán el Tim Krul de Alberto Fernández para pasar de ronda en el decisivo partido de la deuda externa?
Cuando fue nombrado, su nombre no figuraba en las listas de favoritos. Pero venía con el aval de su mentor de posdoctorado en Columbia, el Nobel Joseph Stiglitz, también uno de los pocos académicos del establishment de los Estados Unidos que era bienvenido por el kirchnerismo. Desde un inicio, el propio ministro dijo que su prioridad para desandar el camino de poner a la Argentina de pie era remover el obstáculo del estrangulamiento financiero que pesaba sobre las finanzas públicas.
Hilando más fino, algunos analistas argumentan que el problema no radica en el peso del capital adeudado sino en el cronograma de pagos y, sobre todo, el peso de los cupones de interés. O sea, se había tomado crédito a tasas mucho más altas que las que, por ejemplo, ofrecía el demonizado FMI (alrededor del 4%).
Abona esta teoría que en la quita directa en el capital adeudado propuesta es de sólo 5% mientras que sí se mutila la tasa de interés. Para el Club de París, la solicitud es que la tasa del 9% negociada en 2014 por Kicillof pueda reconsiderarse. Del otro lado, no hay fondos buitres sino gobiernos supuestamente amigos.
La propuesta lanzada el jueves en la puesta en escena con gobernantes locales e influencers de la política nacional dejó entrever algunas cuestiones que se vinieron consolidando como pilares de la oferta: 1) obtener cualquier superávit fiscal, aún antes de la pandemia, se considera inviable políticamente; 2) se hizo hincapié en la desigualdad (no en la pobreza) “que irrita” en palabras del propio Presidente, para lo cual se destinarán los recursos que irían a para a las manos de los bonistas; 3) la sostenibilidad de la deuda consiste en poder pagar lo que resulte sin sacrificar ninguno de los grandes objetivos para los cuales el Gobierno tiene mandato, incluyendo volver a crecer.
La batalla por un acuerdo de este tipo recién empezó. La primera señal es el vencimiento de US$ 500 millones que operará esta semana. Aun jugando con el plazo dado a los acreedores para adherir a la propuesta que concuerda con los 30 días de gracias para no entrar en default legal, ya no virtual, queda este tiempo para acercar posiciones. Si la voluntad oficial era el de acordar, la única ventana dejada abierta es la de poder endulzar con un pago adicional de capital la propuesta que pueda cerrar la brecha que habría entre las pretensiones de los bonistas (dejar en 45% el valor presente de los títulos) y los cálculos que dan lo anunciado (36%).
A más tardar a fin de mayo, se sabrá si la jugada que se empezó a desarrollar en el escenario de Olivos el jueves, tuvo éxito y como el arquero holandés desconocido, ayuda a pasar de ronda a un veterano de la política, como Alberto Fernández. Pero no sería, en todo, caso, una victoria en su objetivo. Luego vendría otro capítulo para lo cual hasta pueda ordenar otro cambio: equilibrar una economía que aún antes de la crisis del coronavirus y de la deuda había agotado su modelo de crecimiento a largo plazo. Por ahora, seguimos en los penales.