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La mano invisible

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El mes de marzo había sido marcado por el Gobierno como el mes bisagra de su gestión económica. Y lo terminó siendo, pero en una forma diferente a la pensada. La emergencia sanitaria por la pandemia impedirá saber si ese plan podría haber llegado a buen puerto.

Desde su asunción, el equipo económico comunicó que una renegociación de la deuda “sostenible” era la primera pieza a colocar en el rompecabezas del plan para que la economía argentina se pudiera poner de pie, tal la promesa y mandato presidencial. El miércoles 29 de enero, el ministro Guzmán anunció el cronograma de renegociación, con presentación a los acreedores a mediados de marzo.

El viernes 20 de marzo, finalmente, comunicó unos lineamientos sin muchas precisiones, pero con marcando las restricciones bajo las cuales se negociaría: no utilizarían las reservas para hacer frente a los compromisos convenidos y proyectaba este año una caída del 1% y un déficit de 1,5% del PBI. Utilizo el potencial porque estas estimaciones fueron realizadas sin considerar el cisne negro del coronavirus. Se cumplió con dar señales de vida más o menos en los plazos previstos y ganar tiempo para que la propia crisis global sople vientos de cola para la posición argentina o que se disimule el fracaso de la apuesta por un acuerdo con los bonistas privados.

La emergencia sanitaria golpea de tres maneras distintas a los ya precarios equilibrios de la economía argentina. En primer lugar, un mayor gasto en salud a nivel nacional, tanto en equipamiento como en movilización de recursos para atender la epidemia.

Desde terminar de construir salas hospitalarias, comprar insumos y el equipamiento. Claro que hacerlo rápido es siempre más caro y podría dar lugar a suspicacias que hacerlo planificadamente, con llamados a licitación pública y comparación de precios. Por ejemplo, la importación de reactivos para descentralizar y generalizar las pruebas, recién comenzó a fines de enero y se aceleró en marzo. Una cuestión clave para que la ecuación muestras-positivos pueda ser considerada representativa y estimar la cantidad de población infectada con más precisión.

El segundo aspecto en que impacta la cuarentena es la paralización de actividades consideradas “no esenciales” para la emergencia sanitaria pero vitales para el normal desenvolvimiento de la economía, incluido el segmento informal. Se calcula que cada mes de inactividad cuesta 1% del PBI en generación de valor agregado y sólo una parte de eso podría recuperarse cuando pase la tormenta.

Finalmente, el tercer factor a considerar es la cadena de pagos entre actores privados y estatales. No sólo se dificulta pagar las obligaciones de las empresas para con sus empleados y proveedores sino también cumplir con sus clientes y pagar los impuestos. Ralentizar, por no decir el extremo de romper, una cadena de pagos es tan sencillo como difícil poder reestablecer luego la confianza entre las partes. Y, además, aceleraría un problema que los gobiernos de todos los estamentos atravesarán en los próximos meses: su desfinanciamiento. Más gastos, menos ingresos, sin crédito, sin fondo anticíclico, todos miran al que tiene en su poder el que parece el único antídoto: la Casa de la Moneda.

Hasta febrero, la discusión que había entre los economistas era cuánto de la emisión monetaria creciente se terminará volcando a los precios. Mientras la respuesta va llegando, los controles monetarios, aduaneros y de precios se van acentuando. La necesidad de financiar esta “economía de guerra” implicará subir un cambio en la impresión de billetes. Ahora, la discusión está en decidir qué actividad se financia, en qué proporción y durante cuánto tiempo; con un resultado en que prima la incertidumbre.

Si repartir plata fuera la solución a burlar los problemas de escasez, la economía argentina hoy sería una de las más prósperas del planeta. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes habían llevado a cabo la Operación Bernhard para la falsificación perfecta de libras esterlinas, luego introducidas masivamente en el mercado británico. No era para ayudar a Churchill a que ganara la guerra, sino para impedírselo.