En época de maratones de lecturas, películas y series, se está repitiendo “Las horas más oscuras” (2018) en la que cuenta la épica de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Un personaje polémico, sin medias tintas, que supo recoger el reconocimiento general de su país recién cuando se alejó de la trinchera política diaria. Es que las crisis extremas ponen muchas cosas a prueba: los sistemas, la infraestructura; pero sobre todo el liderazgo.
La analogía con líderes que tuvieron que coexistir en momentos clave de la historia de su país no es gratuita. Constituyen excepcionalidades que hacen resetear todo el sistema. Por el coronavirus, la economía global y ahora también la local entraron en cuarentena. Como signo inapelable del cambio de paradigma, el puntapié inicial que diera el ministro de Economía el pasado viernes en la renegociación formal de la deuda externa y la “nota técnica” del FMI en la que recomendaba una poda de US$ 85.000 millones para los próximos cinco años como una forma de hacer sostenible el cumplimiento de los compromisos. Hasta el mes pasado era un hito que marcaría a fuego la promesa presidencial de poner a la Argentina de pie. Hoy queda eclipsado por el de amortiguar los efectos de la pandemia.
Muchos de los cuidados que la conducción económica tenía en los tres primeros meses de gestión quedaron en la nada con la lucha contra el enemigo invisible del Covid-19. Como en una economía de guerra, se precisará reorientar los recursos para asegurar el abastecimiento de insumos y equipamientos hospitalarios, medicamentos y contratación de equipos de profesionales de la salud. Además, como en cualquier conflicto, ya existe un efecto secundario que afecta a muchas actividades que se pusieron en pausa. Por ahora son la gastronomía, hotelería y turismo, transporte de pasajeros, comercios “no esenciales”, prestaciones personales y todo lo que pueda, en general, postergarse sin obstruir la lucha contra la pandemia. Pero estas trabas también afectarán en el corto plazo la cadena de valor de muchos otros bienes y servicios que verán dificultado su producción o distribución, con el consecuente parate, caída de ingresos para los trabajadores, proveedores y también para el fisco. Es inevitable que, para una economía en un equilibrio fiscal muy precario, esto sea un golpe de gracia para alejarla aún del rojo prometido de sólo 1% para este año y del equilibrio que se iba a alcanzar recién en 2023.
El otro campo de batalla es el monetario. Si en los tres primeros meses la expansión monetaria había sido de 30% en total, ahora se apelará a este recurso sin pudor. De los precios cuidados y la ley de góndolas, se pasó al listado de precios máximos que deberían cumplirse. El dólar, o mejor dicho las brechas entre sus distintos tipos, que era el desvelo en la consideración pública hasta hace nada, también pasaron a la lista de cuestiones prescindibles de la atención oficial.
Por último, el pedido de empresarios y cuentapropistas de actividades afectadas se concentraría ahora en medidas puntuales para la emergencia (postergación de vencimientos fiscales, auxilio financiero para pagar nóminas salariales o capital de trabajo ante la ruptura de la cadena de pagos), también precisarán de la ayuda estatal si la emergencia se prolonga más allá de la primera cuarentena anunciada.
Es probable que, al salir de nuestras “horas más oscuras” ya nada vuelva a ser igual. Si se entiende que las medidas para la emergencia son sólo eso, el problema que vendrá será el de volver a adecuar todo a la nueva realidad. Muchas cosas se replantearán: formatos de trabajo, financiación de actividades vulnerables, priorización de obras públicas, rol del mercado en la fijación de precios asignación de recursos, política monetaria y cambiaria. Y también la relación con un mundo convulsionado. Todo puede cambiar. Sir Winston Churchill celebró en Londres el 8 de mayo de 1945 la victoria de los aliados en Europa. Pero el 5 de julio de ese año perdió las primeras elecciones en tiempos de paz.