Cuando el humo de las bengalas no se había disipado y Desábato comenzaba a condenarse con la sociedad futbolera por agredir a Abbondanzieri, Estudiantes se quedaba sin nada. Acaso haya sido lo peor, más allá de ese final de bochorno que por su historia y estilo no merece.
Resaltar a Estudiantes en un momento como este es complicado. Primero, porque perdió y el fútbol profesional es un juego cuyo objetivo único es el resultado. Incluso, para los que dicen no tenerlo, que son los peores: sostienen defender una “filosofía” de fútbol pero cuando la mano viene mal o pierden, piden cabezas de entrenadores, jugadores y árbitros. Jamás entendí semejante contradicción.
La diferencia, en todo caso, es de modos en la búsqueda. Ahí entramos en gustos personales. Prefiero pensar que cualquier sistema bien aplicado –también el de los falsos filósofos–vale. Tenemos un ejemplo a flor de piel. Barcelona juega de una manera y así, obtuvo innumerables títulos.
El Inter de Mourinho llegó a la final de la Champions por otros caminos. Y por otros tantos (no juega siempre igual), ganó el Scudetto y la Copa Italia. Todo vale si está bien hecho. No sirve, en cambio, lo que le pasó a River. Luego de ganarle a Racing 3-0, se dijeron cosas favorables imposibles de comprobar pero después no se supo explicar cómo Tigre –el del “ultradefensivo” Caruso Lombardi– le metió cinco goles.
Otro motivo de complicación para respaldar lo que pensamos de Estudiantes es que ahora vamos a contradecirnos porque vamos a prescindir del resultado. Lo que hace posible que obviemos lo que más arriba llamamos “meta” es lo que el equipo de La Plata transmite. Llegó a la última fecha del Clausura sin Verón y sin Braña. Si Boca o River llegaran a esa circunstancia sin Riquelme o sin Ortega, se llenarían páginas y páginas para justificar las penas de los dos clubes. Al Pincha le faltaron sus dos columnas del medio. Y eso no sólo casi pasó de largo, sino que esas palabras se dedicaron a defenestrar a Verón por haberse hecho echar contra Central.
Estudiantes arriesgó de verdad. Nos pasamos la vida creyendo que “arriesgar” es poner un delantero por un defensor en un partido de un grande contra un chico, y de local. “Arriesgar” es otra cosa. La presencia de Estudiantes en una Libertadores siempre es motivo de “riesgo”. Pone en juego su escuela, la estructura de sus inferiores, la credibilidad del proyecto, la cotización de sus futbolistas, la idoneidad de sus entrenadores, su prestigio… En fin, Estudiantes sufrió la ignorancia de una buena parte de la prensa durante los últimos 43 años, desde aquel Metropolitano de 1967 que ganó por escándalo y que los diarios –seguidores a ultranza de los cinco grandes– no le perdonaron nunca. Le inventaron una palabra espantosa, cruel, falsa: antifútbol. Llamaron antifútbol a un equipo en el que jugaban Madero, Manera, el Bocha Flores, Echecopar, Juan Ramón Verón… El campeón del ’82 heredó el lacerante apodo, en tiempos de Sabella, Camino, Trobbiani, Ponce, Russo, Gottardi. Recién ante este Estudiantes de Verón hijo tuvieron que hacer la reverencia hasta quienes lo desprecian desde siempre. “Es porque juega distinto, juega como no nos gusta a nosotros”, dicen, incapaces de admitir el desarrollo de una idea a través de las décadas capaz de adaptarse a los cambios lógicos que experimentó el fútbol y a los que esas mismas mentes son poco afectas.
Podemos condenar a Desábato y sería justo; podemos detenernos en la imbecilidad de esas bengalas prematuras, de esos hinchas de la popular, más hinchas de ellos que de Estudiantes, y quedaríamos bárbaro con el mandato de la inmediatez. Todo eso es real. Pero también es real que Estudiantes arriesgó. Fue al frente a buscar el Clausura y la Copa Libertadores. Dio pelea con sus armas de siempre: el orden, la táctica adecuada, la estrategia bien pensada y los jugadores ideales para llevar a la cancha la idea.
Perdió en los dos frentes. Argentinos Juniors se llevó el Clausura e Internacional sigue en la Copa. Argentinos se quedó sin el entrenador campeón, a menos de una semana del logro. Y su plantel seguramente será desmantelado. Estudiantes sólo perderá jugadores si lo desea y su entrenador no es cuestionado ni por un segundo. El equipo brasileño es una sucursal del Mercosur que, en algún momento, encontrará el final.
Estudiantes seguirá por su brecha, la que retomó hace cuatro años. Y volverá a la lucha, con una base establecida, con las ideas claras y después de un exhaustivo análisis de lo bueno y lo malo.
Dará batalla dentro de la cancha, contra los rivales que le toquen, y fuera de ellas, contra la ignorancia y la desidia que lo persigue desde hace cuatro décadas. Paradójicamente, eso lo hace cada vez más fuerte y ganador. Aunque pierda un torneo por un punto o quede afuera de un torneo internacional por un gol. Porque el alma de Estudiantes gana siempre.