Fue un retorno muy esperado. Atravesado por los enigmas. Cargado de una previa y sofisticada campaña de rumores. ¿Volverá realmente? ¿Estará en condiciones? ¿¡Un marcapasos!? ¿Accidente cerebrovascular? ¿¡Noooo!? Ah… ¡Deprimida! Claro… ¡Deprimida!
Hasta tuvo su merecida postergación. Una semana más. Para aumentar las expectativas. Que el público aguante. Así se prepara un gran éxito.
Finalmente, bajo la dirección de la debutante Florencia Kirchner, Cristina Fernández regresó el lunes pasado como protagonista de su propia película, un monólogo sin grandes definiciones conceptuales pero con mucha gestualidad. Lenguaje simple y directo (habló de “la capocha” y de sus miedos). Nuevo look post luto. Y un par de detalles escenográficos impactantes. El pingüino de felpa, símbolo del lejano Sur, por supuesto. Pero, sobre todo, el debut de Simón, el simpático perrito comepelos que le regaló Chávez II, hermano del fallecido comandante venezolano; bautizado Simón, claro está, en homenaje al libertador Simón Bolívar. La bucólica residencia de Olivos y una excelente iluminación fueron detalles fundamentales para garantizar el adecuado marco de un espectáculo impecable.
Mientras tanto, al escueto vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro, le tocó esta semana la tarea de mantener en pie los asuntos de la realidad. Con anuncios de cambios en el gabinete y de alguna mudanza imprevista, como la del ex secretario de Comercio Guillermo Moreno a Italia, el sobrio comunicador de la Presidencia defendió con decoro su rol de entretenedor informativo. Sus interrupciones al relato casi ni se hicieron sentir.
La segunda jornada del país-espectáculo se desarrolló el miércoles en la Casa Rosada. Clima de fiesta por la liberación nacional podría titularse esa función. Acompañada por miles de actores de reparto, la Presidenta volvió a desplegar ese día todo su histrionismo. Frente a los chicos de La Cámpora, sus hijos políticos, la señora de Kirchner se mostró natural, impecablemente ataviada para la ocasión y dueña absoluta de la escena. Rodeada de afectos –y de efectos–, Cristina recibió, como una rockstar, obsequios que la barra bullanguera le arrojaba hacia el primer piso (y la custodia recogía ordenadamente); destacándose entre los objetos disparados por los fanáticos los queridos “trapos” (banderas y carteles) de las organizaciones militantes, algunos peluches para ampliar la colección y otras muestras materiales de cariño. Una fiesta inolvidable que ni siquiera la jura de los nuevos integrantes del gabinete pudo opacar. Finalmente, el broche de oro: un discurso breve y contundente para ratificar que el modelo no se toca.
Hay que admitirlo. Las largas vacaciones de Cristina nos pusieron en stand by. Sin relatora oficial, Argentina es un lugar inhóspito. Aburrido y decadente. Fueron seis semanas insoportables, porque –con la Presidenta fuera de escena– nadie se pelea con la realidad.
Hubo, eso sí, un dato alentador y novedoso en esta larga ausencia: a diferencia de lo que ocurría en otras épocas, la licencia presidencial y la casi absoluta falta de información sobre la salud de la jefa de Estado no causaron zozobra. No hubo crisis institucional. Ni tampoco descontroles, más allá de los habituales. El país siguió con su monótona marcha hacia el reino de la mediocridad como si nada hubiera ocurrido. El dólar en leve ascenso, las reservas en acelerado descenso, los trenes estrellándose de tanto en tanto, los precios subiendo, el narcotráfico acaparando nuestra atención, alguna que otra toma de rehenes. Lo normal, digamos.
Por suerte, volvió el país de los ensueños. Ojalá nada de la realidad vuelva a distraernos.
*Periodista. Miembro del Club Político Argentino.