Se quebró la columna vertebral del kirchnerismo. La huida despavorida de Alberto Fernández, integrante de la Línea Fundadora, puso un límite histórico al matrimonio Kirchner. El proyecto político entró en estado de asamblea permanente. Ya nada será como antes. Hay aroma a desbande. Para Kirchner es simple: apareció un traidor más, otro Judas. ¿Tendrá lucidez para cuestionarse, aunque sea una vez, cómo fue posible que lo hayan abandonado tantos dirigentes tan cercanos? ¿Le alcanzará la estabilidad emocional para preguntarse “qué hice yo para merecer esto”? ¿Podrá registrar el cambio de época que él mismo instaló en la sociedad a fuerza de intolerancia?
La herida que abrió Alberto con su portazo es muy profunda. El matrimonio presidencial recién se estaba recuperando del aturdimiento que le produjo la paliza de Julio Cobos y del campo, y recibió otro golpe de nocaut. Por eso actúan mecánicamente. Puro instinto de conservación. Todavía no alcanzan a medir las consecuencias. Se replegaron hacia lo conocido. Necesitan pisar terreno firme porque se les llenó de traidores la alcoba. No saben a qué traidor castigar primero.
Alberto Fernández no se escapó solamente de un gobierno o de un cargo. Se fue de una estrategia de construcción fracasada, pero también de la intimidad y el afecto de los Kirchner. Sueña con que los Kirchner no le guarden rencor, pero sabe que eso es imposible. El rencor es el combustible que más los moviliza. De parte de Fernández, sólo por ahora, habrá grandes elogios y respetuosas críticas. Pero de parte de Néstor partirán misiles desde las sombras. Ninguno come vidrio y ambos serán cuidadosos, porque ambos tienen el arma más peligrosa de la política en sus manos: la información calificada. Cada uno sabe mucho del otro. Tal vez eso garantice cierta omertá. Si alguno revela o denuncia algún delito, los dos se hunden. Estuvieron demasiado tiempo en el mismo barco. De todos modos, conociendo la sed de venganza de Néstor, muchos se preguntaban en el Gobierno –medio en broma, mucho en serio– cuándo permitirá Alberto Fernández que Jorge Fontevecchia lo entreviste, y cuál será el martes en que se dará una vuelta por el Movimiento Productivo Argentino que comanda Eduardo Duhalde. En ese sentido, cuando se confesó delante de un periodista muy amigo, Alberto dijo: “Néstor me acusa de ser un hombre de Clarín en el Gobierno. Y es verdad que yo banco a Clarín y a todos los medios. No sirve de nada decir que los medios mienten y que no le den publicidad. Fue una estrategia pésima que no sirve para nada”. Impresionante sincericidio. Alberto, en su momento, dijo que no había pauta oficial para la revista Noticias porque era un medio extorsivo. Fue juez y parte. Ejecutor frío de esa estrategia pésima que de ahora en más él mismo va a sufrir, y que fue la piedra angular del kirchnerismo explícito.
Alberto podría haber cantando el célebre “es para Kirchner que lo mira por tevé”. Dicen que a Néstor se le revolvieron las tripas cuando se enteró de la renuncia por la pantalla de TN, es decir, Todo Negativo, según él bautizó al canal de noticias de Clarín. Pero la mojada de oreja no se quedó ahí. El jueves a la noche, por la misma señal y con dos de los principales editorialistas del grupo, dijo que la estrategia de choque no funcionó y que hay cosas que revisar y corregir. Una verdadera herejía para los pingüinos, que siempre lo acusaron de ser demasiado blando comparado con ellos. Julio De Vido no lo traicionó porque le avisó: “A partir de ahora no hay lugar para los tibios”.
Los colaboradores de Fernández reparten a la prensa una lista de críticas que son las mismas que le viene haciendo la opinión pública, la oposición y parte del periodismo. Todas cosas de sentido común: que dejen de acusar de golpista, Judas y traidor a medio mundo; que dejen de gritar; que revisen el faraónico proyecto del tren bala; que resuciten las estadísticas públicas que Guillermo Moreno asesinó desde el INDEK; y que Néstor deje de usurpar el Gobierno y le permita a Cristina que se saque de encima los funcionarios más cuestionados.
La fractura del kirchnerismo es la muestra más patética de la capacidad autodestructiva de Néstor Kirchner. En una escalada incomprensible, fue destruyendo todos los círculos concéntricos que él mismo había construido con astucia y pragmatismo. Fue aniquilando primero a los más lejanos, hasta llegar paso a paso a los que tiene al lado. De arranque, liquidó la vieja transversalidad de Hermes Binner, Luis Juez y Aníbal. Después, obligó a Cobos a que le diera el tiro de gracia a la Concertación Plural con una porción de los radicales. Enseguida abrió un abismo en los bloques de diputados y senadores, en la liga de gobernadores y entre los intendentes de los pueblos más ligados a la producción agraria. Como si esto fuera poco, estrelló al peronismo y activó sus mecanismos de autodefensa. El peronismo ya le sacó tarjeta amarilla a Kirchner y varios de sus referentes más importantes y los caciques del Conurbano están pensando en pedirle la renuncia a la jefatura del Partido Justicialista o que –por lo menos– haga una conducción más colegiada y abierta a los no kirchneristas o que llame a elecciones internas. Y finalmente, la desmesura como estrategia le instaló el conflicto en su propia casa. Puso la gestión de su esposa en el peor momento institucional y no pudo conservar ni siquiera la unidad de la agrupación que armó a su imagen y semejanza. Kirchner se fue aislando y achicando con una velocidad que asusta. Alberto Fernández le dio otra dimensión al fracaso: Kirchner se quedó solamente con el primer círculo concéntrico, con los pingüinos originales, los talibanes que tienen prohibido decir que no y por eso regresó al primer casillero. El kirchnerismo está ahora en el punto de partida, en aquella agrupación primitiva pura sangre patagónica anterior al Grupo Calafate.
Tienen que empezar de nuevo, aunque con grandes ventajas respecto de aquel momento, por supuesto. Cristina es presidenta y Néstor encabeza el PJ. Pero el gran secreto para descifrar los escenarios que se vienen es saber si piensan seguir haciendo más de lo mismo. Si Néstor se va a dar por derrocado como Presidente de Facto o va a seguir intrusando la investidura.
La incorporación de Sergio Massa quedará marcada por esa decisión de Kirchner. Hay que mirar con atención lo que va a pasar en los próximos días con el ministro de Economía y con la hiperbilletera que maneja Julio De Vido. Ahí están las claves. Una salida luminosa sería una renovación del gabinete que designe a un ministro de Economía que no sea un chirolita que hable por boca de Néstor. Alguien de prestigio académico internacional que mantenga las vigas centrales del modelo, pero que envíe al mundo la señal de que en la Argentina hay un plan de mediano y largo plazo, y que se resolvió apostar a la racionalidad económica de reglas previsibles y a la seguridad jurídica. Hay muchos hombres capaces de hacer esto. Mario Blejer es uno. Combatir la inflación, la pobreza y la desigualdad deberían ser sus prioridades. Pero hay dos interrogantes de rigor: ¿Kirchner aceptará tener una especie de nuevo Lavagna en cuanto a su autonomía de vuelo? ¿Una figura del estilo Blejer aceptaría arriesgar su futuro al lado de un hombre que no da señales de sensatez?
El tema De Vido es más difícil. No es un hombre. Es una caja que no puede ser abierta por cualquiera a riesgo de convertirse en una caja de Pandora que termine en los Tribunales. Y ése es un coto privado de Néstor. Ni Cristina tiene permitido mirar ese agujero negro. A lo sumo, puede conceder cierto maquillaje despidiendo a Guillermo Moreno y a Ricardo Jaime. Pero De Vido pertenece a Los Intocables del kircherismo puro y duro. Como en la época de Eliot Ness, los que llevan los libros de contabilidad siempre son irreemplazables.
Sergio Massa hizo una apuesta de alto riesgo. Porque si lo convierten en un jefe de Gabinete virtual, sin poder, que se limite a poner la cara y la firma, habrá incinerado su prometedora carrera en el altar de los Kirchner. Se volverá una estatua de sal similar a la de Martín Lousteau, otro joven brillante al que le cortaron las piernas. Son los Golden Boys de la política. Los pibes de oro. En el caso del ex intendente de Tigre podría decirse que es el pibe de oro, pero de Oscar González Oro. A él le otorgó la primera nota radial y el único reportaje en vivo en la televisión. Después de 68 minutos de charla afectuosa, Oro le leyó un texto bíblico y Massa lloró emocionado ante el primerísimo plano de las cámaras. Radio 10 y C5N, las naves insignia de Daniel Hadad, han contribuido mucho al crecimiento de Massa y él también fue muy generoso con el empresario de medios predilecto de los Kirchner.
Sergio Massa entró al liberalismo de San Martín de la mano de Federico Clérici, al menemismo del mismo distrito con Luis Barrionuevo y se hizo funcionario con Palito Ortega, el verdadero y no el montonero que protagoniza Diego Capusotto. Trabajó con Palito rodeado de compañeros jóvenes pero no imberbes, como Horacio Rodríguez Larreta, Jorge Capitanich, Mario Das Neves, Diego Santilli; hasta el mismísimo Daniel Scioli aparecía algunos días por la oficina. No les fue mal a los seguidores del cantaautor de La felicidad. Sólo uno de ellos tuvo problemas con la Interpol, que pidió su captura por una causa de narcolavado del tenebroso Cartel de Juárez: Aldo Ducler. El mismo que manejó en uno de los tramos más oscuros de su recorrido los a esta altura famosos fondos de Santa Cruz.
Si Sergio Massa consigue juego propio por prepotencia de trabajo o por rendición de Néstor, puede haber un cambio positivo. Se fortalecerá el diálogo permanente con todos. Nacerá una amplitud criteriosa para buscar denominadores comunes y extirpar los agravios que vienen desde el poder. Massa podría reunirse con el vice Julio Cobos, por ejemplo. O en una exageración de la expresión de deseos tal vez puedan ir juntos a visitar la Exposición Rural para cambiar el clima revanchista y retomar el diálogo con la Mesa de Enlace. Massa recibiría en su despacho a peronistas como Felipe Solá o Carlos Reutemann, que votaron en contra del Gobierno. Incluso a los líderes de la oposición. Amistad con Mauricio Macri no le falta. Tal vez hasta Elisa Carrió y Gerardo Morales, y los gobernadores Juan Schiaretti y Binner concurrirían si se los convoca para un pacto de no agresión y de convivencia pacífica que le permita a Cristina comenzar a gobernar. Sería un milagro democrático. Y como tal, muy difícil de concretarse.
¿Puede cambiar a esta altura Néstor Kirchner? ¿Puede dejar de envenenar la convivencia social si entiende que sólo ha conseguido fracasos para su esposa en la única clara actitud destituyente que se conoce?
Ha logrado algunos récords negativos: la inédita situación de que el vicepresidente hoy más que triplica en imagen positiva a la Presidenta. Unico caso en el mundo. O desatar una hecatombe política en medio de un ciclo económico positivo. Algo casi imposible de lograr. O el haber perdido gran parte del liderazgo en el peronismo pese a estar en el poder. Nunca visto. O un gobierno que se dice progresista que tiene que arrodillarse frente a Ramón Saadi o que oculta debajo de la alfombra de las estadísticas mentirosas a cuatro millones de pobres. Progresismo farsesco. Kirchnerismo quebrado. Pingüinos empetrolados. Peligro para la República.
Pero lo más grave, lo verdaderamente imperdonable, es esa irresponsabilidad mezclada con ira y depresión con la que Néstor Kirchner puso la cabeza de todos los argentinos en la guillotina. Fue el maldito día en que convenció a Cristina para que presentara la renuncia. Los diarios y los periodistas más creíbles publican los detalles. Los Kirchner no los desmienten. Se llenaron la boca pregonando una revolución nacional y popular. Se mostraron como partisanos que luchan contra la injusticia social, y por una derrota en una votación en el Parlamento hubo que convencerlos y rogarles para que no se fueran a su casa.
“No se puede creer lo que está pasando”, es el comentario más escuchado entre la gente. Es demasiado irracional para que sea cierto. Sólo alguien que no está en sus cabales puede pensar en semejante locura.