A la reina batata la plancharon en francés del derecho y del revés, sentada en su trono de lata del país jardín de infantes.
América la acuna como una madre, con un brazo de rabia y otro de sangre. Es que tantas veces la mataron y tantas resucitará... ¿cuántas noches pasará desesperando?
Claro que a la hora del naufragio y la de la oscuridad alguien la rescatará para ir cantando... como cuando en la Plaza de Mayo “el que te dije” salía al balcón.
La cuestión es que le duele si se queda, pero se muere si se va...
Sucede que en el reino del revés (que antes era el país de Nomeacuerdo, pero oficialmente ya no) un ladrón es vigilante y otro es juez y dos y dos son tres (n.del.r: según el Indec) y la merca pasaba en camiones, en bicicletas y en aviones, y así el bochinche aumentaba y nadie estudiaba. Salvo la vaca de Humahuaca (ahí nomás del paso fronterizo de La Quiaca) que no podía decir ni mu mientras los chicos tiraban tizas, se morían de risa, se olvidaban la lección y sufrían de sarampión (y otras pestes redivivas, tipo dengue) aunque después se curaban con la vacú.
Eso sí, a quejarse por el robo vayan a la corte del Rey Momo, que mentiroso promete que todo es culpa del Gran Bonete, porque la señora de ojos vendados que está en los tribunales sin ver a los abogados no baja de sus pedestales ni se quita la venda y mira cuánta mentira.
Pero la reina se abatató. “¡Ay, ay, mi marido pintón! No te vayas, te lo pido, de esta casa nuestra donde hemos vivido”.
Silencio, que hasta el tango se murió. Orden de arriba y lágrimas de abajo. En plena juventud. No somos nada. No somos nada más que un gran castigo. Se pintó la república de negro mientras te maquillaban y enlodaban.
Se cae, se cae, se va a caer. Si no la levantan, se levantará.
Neurótico, neurótico, neurótico, todo el mundo menos ella, siente que no la quieren de veras y nadie la comprenderá. No le importa, se ven caras tan fuleras que ninguna le viene ni le va. Sufrió un cortocircuito que no se le arreglará. Si al oírla se ponen tristes a todos les pide perdón, pues ya no puede cantar alegre ni sentadita como antes, cuando con el pico cortaba la rama y la flor.
Dicen que la vieron sola y sentadita en un rincón llorando de melancolía, por sus antiguas rebeldías y por la edad de su dolor...
Si bajo el busto de la Patria vio pasar más de un invierno y mandar más de uno al cuerno, condenado por traidor y desertor. Los mismos que ahora la señalan: “La bruja, la bruja, se quedó encerrada en una burbuja”.
Hombres, niños, mujeres; es decir: nadie. Parece que no quieren que ella descanse. Rozan con penas chicas su sueño grande. Cuando no piden casas, pretenden panes. No se levante aunque en su grito digan: “Oíd, mortales”. La cola interminable para verla y los que maldecían por si acaso: “No vayan esos cabecitas negras a bienaventurar a una cualquiera”. Duérmase oficialmente, sin preocuparse...
“Denme los años que quieran que no los compré baratos y, si el diablo no interfiere, tengo cuerda para rato”, dice ahora la reina batata, convencida como nunca de que siempre tiene la razón y además tiene la sartén... la sartén por el mango y el mango también, digamos.
*La totalidad de esta columna fue escrita con fragmentos e ideas de poemas y canciones de María Elena Walsh, a modo de homenaje.