El lunes, por miedo al piquete, los premios Golden Globe renunciaron al glamour, que no es parte pequeña del negocio de Hollywood. En lugar de la habitual ceremonia televisada, la lista de premiados fue enumerada en conferencia de prensa, sin estrellas a la vista.
El gremio de guionistas lleva ya tres meses en huelga, organizando protestas de visibilidad mundial. ¿Qué quieren los piqueteros de Hollywood? Simple: más dinero --un mayor porcentaje por la venta de DVD y de la descarga de películas por Internet, teléfonos celulares, mp3 y el resto de la nueva tecnología.
“Sólo queremos nuestro porcentaje de la torta”, resumió con candidez Bill Martin, escritor de comedia, al Washington Post.
¿Y quién en la industria del cine y la TV no se solidarizaría con eso? Por otra parte, los necesitan. Hace unas semanas, Jack Leno, exitoso conductor de talk-show, llevó doughnuts de regalo a los escritores en piquete. “Sin ellos, no soy gracioso. Soy hombre muerto sin ellos”, confesó.
El martes, los asambleístas de Gualeguay-chú realizaron un piquete en las puertas de la estación de Buquebús en protesta contra la papelera de Botnia. Como una cadena de agentes de la Prefectura les impedía entrar, repartieron sus panfletos a los automovilistas atrapados por su piquete. Fastidiados por la demora, muchos se negaron a bajar las ventanillas para recibirlos. Uno de los que tomó el panfleto protestó ante un periodista: “Me parece bien que se manifiesten contra las papeleras, pero ¿qué tienen que ver mis vacaciones?”.
El mismo martes, los diarios anunciaban que el fiscal general porteño, Germán Garavano, de simpatías macristas, dio orden de castigar de ahora en más todo corte de calle, marcha y piquete que no haya sido anticipado a las autoridades.
La única reacción articulada provino de Raúl Castells y su grupo de desocupados, que ayer por la mañana marcharon sin aviso desde Constitución hasta la sede del gobierno de la Ciudad. ¿Alguien les llevó medialunas?
No: la medida del fiscal Garavano es popular. Invariablemente, las encuestas de los últimos años muestran que entre el 75 y el 80 por ciento de los argentinos rechaza a piqueteros, gremialistas y sindicalistas, me confirmó Santiago Lacase, director ejecutivo de la consultora Mora y Araujo.
Desde que surgió el movimiento piquetero, agregó, “el nivel de rechazo nunca bajó”. Piqueteros y sindicalistas son los grupos sociales con mayor imagen negativa.
No siempre fue así, ni los piqueteros fueron siempre los mismos en sus más de cien años de presencia en la historia argentina. Hubo una época, a comienzos del siglo XX, en que cortaban rutas y caminos los chacareros de la Pampa Gringa, los colonos chaqueños y los miembros de las Ligas Agrarias. Aquí y en todo el mundo, el piquete era el último recurso de las huelgas fabriles, algunos de resonancia épica, como el que impidió el ingreso de rompehuelgas a los Talleres Vasena en los inicios de la Semana Trágica de 1919.
El piquete se convirtió en patrimonio de los desocupados y los pobres a partir de 1997, cuando los abandonados de YPF en Cutral-Có y otros pueblos petroleros fantasma tomaron las rutas. Luego, tras la explosión de los índices de desocupación, miles de piqueteros comenzaron por cortar los accesos a la Capital; finalmente, se animaron a entrar. Los cortes de calle, naturalmente, provocaron problemas de tránsito –su objetivo inmediato– habitualmente calificados por los medios como “caos”.
Invariablemente, me confirmó Lacase, los argentinos se pronuncian de acuerdo con el reclamo pero en contra de la “metodología”: está bien que reclamen, su pedido es justo, pero, como preguntó el perplejo turista de Buquebús, ¿por qué nos molestan a “nosotros”? Para “nosotros”, es impensable que alguien pretenda que no vayamos de vacaciones a Uruguay para forzar al gobierno uruguayo a detener la actividad de la papelera y su eventual contaminación del río; que emprendamos alguna acción de solidaridad con el problema de “ellos”.
Los piquetes y los cortes, prueban las encuestas, sólo importan por su impedimento del tránsito. Los reclamos que “nosotros” consideramos “justos” ni siquiera aparecen en la lista de “nuestras” preocupaciones, encabezada por la inseguridad. Cuando “nos” inquietaba el “desempleo”, hablábamos del propio.
El viernes por la mañana, mientras Castells y sus desocupados desatan el caos sobre la ciudad, leo en un bar de Palermo que los piqueteros de Hollywood se acercan a un acuerdo con los productores. Menos mal: no se puede perder tanto dinero, no se puede dejar a la gente sin sus series de televisión. Una escritora en huelga se lamenta en la página de opinión del New York Times de lo que ha engordado en estos meses de huelga; sus vecinos de Los Angeles la miran con lastimosa condena. Pero es optimista: tal vez el lunes regrese a trabajar y los pantalones vuelvan a entrarle pronto.
En la esquina, frente al bar, un vecino bronceado y atlético deja hacer a su Labrador en el centro exacto de la vereda y se va sin limpiar, colaborando con “nuestra” versión del libre tránsito. No muy lejos, uno de los piqueteros de Castells proclama: “Nacimos en la calle y vamos a seguir en la calle”.