COLUMNISTAS

Yo fui un chico

Rafaelspregelburd150
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Algunas chicas sueñan con ser chica Almodóvar o chica Bond. Los chicos como yo, en cambio, deseamos en silencio ser chicos Marcos López: gauchitos Gil de mirada endemoniada; futbolistas semialbinos heroicos tocados de la gracia de Febo; tangueros emperifollados, melancólicos y grasunes; luchadores de catch enmascarados, muy musculosos pero muy pobres.
Ayer cumplí este sueño. Fue sólo por un día. Pero garanticé mi difícil entrada a la eternidad.

El milagro es así: me hacen una nota para la revista de arte Sauna, que incluye una sesión de fotos por algún artista de renombre. Así las cosas, me veo en calzoncillos, sosteniendo un balde de plástico celeste y una manguera ominosa, tratando de ubicarme entre dos piezas de aeromodelismo de American y Aerolíneas. Estoy posando para Marcos López, que me habla de aviones maquillados y de la cita imborrable de las Torres.

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Marcos me pide que pose en la levita decimonónica del personaje que hago en una obra. Piensa que tanto en mi obra como en su trabajo se habla de la argentinidad y propone retratarme sobre una pared con la famosa escena de la pileta de David Hockney de 1972 pintada (muralizada) en la superficie de un empapelado a floripondios. El propio artista (un inglés emigrado a California), despatriado, insolado, retrata y pega a un amante suyo que observa erguido al borde de una piscina a un nadador en calzoncillos. Marcos me explica a toda velocidad: asocia esta repetición de citas dentro de citas a un acto complejo y compulsivo de búsqueda de lo local como copia, comentario o pesadilla, y es sobre todo en la ironía de la réplica barata pero cultísima que logra devolverle a aquello que los ojos han gozado ya mil veces una nueva capa de significación: la que lo desculturiza, desacraliza. Oh, misterio: ¿por qué algunos cuadros modernos se vuelven famosísimos?

Me muestra una copia en óleo de una foto suya que le encargó a un pintor peruano. “Esto se podría haber hecho en una Epson por trescientos pesos. Pero acá lo tenés, ahora es un óleo, es caro, es una insensatez. Pero mirá: lo podés oler.” Huelo y constato que es cierto. Y que en esta obra agoniza una segunda vez el sentido común (el primero ya había fenecido al sacar la foto original). Y cuando el sentido común se ausenta, aparecen los sentidos otros.

Contra otra pared de la cocina Marcos tiene un cuadro que le compró a un artesano en Cuba por cuarenta dólares. Es un paisaje de pinos. El cuadro continúa después del bastidor en la pared, alargando el estilo anodino del bosque. Todo el chorreado excedente es recogido en un balde celeste pintado, idéntico al que pone en mis manos para la foto del manguerazo. Un alce inflable, trofeo de caza, corona la mirada de impávida languidez que Marcos se esmera en conseguir de mí. Cada toma dura tanto tiempo que los músculos se acalambran, los ojos se envidrian, el cuerpo entra en un trance de descubrimiento fetichista: “Me estoy convirtiendo en un modelo anónimo de la obra infinita de López”, me digo con alegría inenarrable. Cuando la Argentina desaparezca y enjutos conquistadores chinos (o uruguayos) pongan pie definitivo en lo que fuera Constitución atestado de presuntos locales de Adidas, cuando las banderas del invasor equis flameen mudamente en esa esquina de Corrientes y Pueyrredón donde Marcos quiere capturar una escena callejera frente al contact de China Zorrilla emperifollada de joyas en el vidrio de una casa de empeño, cuando todo aquello que creemos “patrio” sea sólo el recuerdo de un rumor, la Argentina estará representada eternamente en un puñado de fotos magistrales, trampantojos que engañan la sensatez y develan que este fue un país colorido, contradictorio, extenso: una copia que salió tan mal que empezó a soñar con constituirse en original. El original de algo que no nos es dado ver aún.

Ahora intentamos copiar a Jeff Wall con su famoso vaso de leche esparcida en el aire. Marcos me explica que Wall es el único artista contemporáneo que comparte catálogo en Taschen con Giotto o Miguel Angel. Lo miramos juntos un rato tratando de decidir por qué. No hallamos ninguna respuesta, lo cual me tranquiliza; López saca cientos de fotos crudas y piensa en el trabajo que le darán tantos retoques.

He visto trabajar a un artista que mantiene una relación apasionada, crítica, torpe, genial con lo que hace, lo que ve, lo que le gustaría hacer.
López me despide y me confiesa: “No sé qué quedará de todo esto.”
Salgo al sol de Barracas. Los colores de la calle vibran ahora más exagerados. Y la pregunta vibra también. Es verdad, ¿qué quedará de todo esto?