No me gusta protestar.
Prefiero aprobar, aplaudir, felicitar.
Pero a veces si una hace eso, le molesta la conciencia y no tiene más remedio que señalar con el entrecejo adusto y el dedo índice en ristre algunas cosas que a una no le gustan.
Bob Dylan es un gran tipo y sus letras para canciones son sensacionales. Pero... ¿el Nobel de Literatura?
Y, no.
Les pido a los académicos de allá por Escandinavia que miren a su alrededor y comprueben cuántos escritores, cuántas escritoras vivientes y escribientes han escrito escriben y espero que escribirán libros de poesía o narrativa o ensayos dignos de un Nobel.
Si hay un premio para letras de canciones, que se lo den al señor Bob Dylan y yo aplaudiré eufórica, se los prometo.
Pero mientras tanto que le den el Nobel de Literatura a la canadiense Margaret Atwood (es sólo mi expresión de preferencias, no se asusten) o a alguien de esa estatura que se haya dedicado a la literatura y no solamente a las canciones, por meritorias y populares que sean.
Y después, ¿que en una marcha multitudinaria de mujeres mis congéneres se hayan dedicado a hacerles a los demás lo que están tratando de que no se les haga a ellas?
Eso no, minas queridas, eso no. Eso es de nazis: ustedes no piensan como nosotras y por lo tanto nosotras les incendiamos los contenedores de basura, les pintarrajeamos el frente de la casa y tratamos de meterles fuego a las instituciones que ustedes veneran.
Me parece que tanto los tipos de Suecia o Noruega, no sé, como las feministas a las que siempre apoyo y aplaudo porque yo también lo soy, le erraron el vizcachazo.
Protesto, por lo tanto.
Hay ciertos errores, hay ciertas violencias en las que no tenemos derecho a caer.
De aquí en adelante andemos con cuidado.