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Yo sé por qué canta Maya Angelou

Tengo una corta lista de títulos de libros perfectos; los libros podrían no ser tan perfectos como los títulos, pero casualmente también lo son.

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Tengo una corta lista de títulos de libros perfectos; los libros podrían no ser tan perfectos como los títulos, pero casualmente también lo son: Muerte a crédito (Louis-Ferdinand Céline), Adiós a todo eso (Robert Graves), Los siete pilares de la sabiduría (T.E. Lawrence), La sombra del cuerpo del cochero (Peter Weiss), Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (David Foster Wallace), Adiós, Scheherazade (Donald Westlake) y Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado (Maya Angelou). Recordé esa lista por dos razones: el último incorporado es el de Maya Angelou, que el miércoles pasado habría cumplido 90 años. No soy muy afecto a las efemérides, pero el miércoles dediqué un minuto de silencio a la memoria de Maya –lo que es poco, hubiese debido estar callado todo el día.

Maya Angelou fue una de las escritoras afroamericanas más importantes del siglo XX. Estuvo en el centro de las luchas por los derechos civiles al lado de Malcolm X y Martin Luther King, y a pesar de haber tenido una vida llena de dolor (pobreza, discriminación, prostitución, estupro) sus palabras y su poesía están muy lejos de la desolación y la oscuridad que nutren los textos de muchos otros escritores que no sufrieron ni la mitad de lo que sufrió ella –de hecho, hay muchos que por mucho menos se han convertido en asesinos seriales. En sus libros, en cambio, hay humor, un narcisismo un poco socarrón y una enérgica voluntad dirigida a no lamentarse y ser, en cambio, “el arcoíris en la nube de alguien”. Vale la pena leer todo lo que aprendió a lo largo de su vida –murió en 2014, a los 86 años– y recordarla o descubrirla.

Consciente de que su vida era una cantera de la que extraer enseñanzas, escribió siete libros autobiográficos. El más conocido es el que nombré al principio, Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Cuenta su vida hasta los 17 años, y habla de cuando Maya, a los 7 años, fue violada por su padrastro. El hombre fue condenado y terminó en la cárcel, pero fue liberado al día siguiente. Cuatro días después de haber abandonado la prisión, fue asesinado. Nunca se supo quién fue, pudo haber sido cualquiera, pero la sospecha recayó sobre los tíos de Maya. Lo cierto es que a partir de entonces, y durante casi cinco años, Maya no volvió a pronunciar una palabra. En 2005 escribió un artículo en el Guardian donde decía: “Pensé que mi voz lo había matado; yo maté a ese hombre porque dije su nombre. Y después pensé que nunca volvería a hablar, porque mi voz podría matar a cualquiera”.

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Del mismo modo que detesto las efemérides, amo las frases célebres. Maya Angelou es pródiga en ellas. Una dice: “La gente olvidará lo que dijiste, incluso olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”. Otra dice: “Si no te gusta algo, cámbialo. Si no puedes cambiarlo, cambia de modo de pensar. No te lamentes”. Justamente en el libro que mencioné al principio, Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, hay otra de mis frases preferidas: “No hay agonía más grande que quedarte con una historia sin contar guardada”. Luego hay otra, que desde hace años recuerdo al menos una vez por semana: “He aprendido que puedes decir mucho de una persona por la manera en la que se comporta en estas tres situaciones: un día lluvioso, el equipaje perdido y las luces de Navidad enredadas”. Pero mi preferida sin duda es esta: “La vida es una idiota, tienes que salir y patear culos”. Gracias Maya, esa la recuerdo todos los días.