A los crotos y linyeras, personajes inolvidables del Siglo XX, se los veía sobre todo en zonas rurales en casi toda Argentina, pero también en las estaciones de las ciudades, ya que las vías, en ese tiempo infinitas, eran verdaderos ríos de hierro por donde navegaban estos viajeros, sin apuro y livianos de equipaje.
En Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires era difícil ver un tren carguero sin un grupo de ellos en sus techos metálicos. Su época fue desde el 1900 hasta entrados los años ‘70. Ambos llevaban un envoltorio grande llamado bagayo (del italiano bagaggio: equipaje) con su ropa, que los inmigrantes genoveses, que eran muchos en esos tiempos, llamaban en su dialecto, la “linya”, palabra por la que sus portadores pasaron a ser los denominados linyeras.
Los genoveses eran tantos en el país que la palabra xeneixe, usada para designar a los simpatizantes del famoso Boca Juniors, viene de Xena, el nombre de Génova en su idioma, el dialecto genovés ligur, dado que seis genoveses lo fundaron en la Boca del Riachuelo, en Buenos Aires.
Los crotos usaban boina, pañuelo al cuello, pantalones amplios y simples camisas. Calzaban alpargatas. En su bagayo eran infaltables la olla, una lata, yerba, elementos para el mate, cuchillo, tenedor y cuchara.
En 1936, un censo del Ferrocarril Sud encontró que había 350.000 crotos en toda Argentina. Los crotos eran trabajadores nómades o golondrinas, ya que viajaban adonde hicieran falta para tareas rurales. Lo hacían en tren, que en Córdoba tenían un amplio recorrido que incluía todas las grandes ciudades como Río Cuarto, Cruz del Eje, Deán Funes, Marcos Juárez, Bel Ville, Villa María y San Francisco, entre otras.
En esos tiempos gloriosos en que los trenes atravesaban la provincia y el país, formando una telaraña de vías que lo unía todo.
Eran el medio ideal para que estos hombres viajaran, colados, sobre los techos o dentro de los vagones con cargamentos variados. Los guardias, al encontrarlos, muchas veces los lanzaban del tren en movimiento al medio del campo. Y los ingleses de los ferrocarriles siempre protestaban por los problemas que estos viajeros gratuitos causaban. Por eso, hasta pusieron un sistema de parantes de hierro, que aún siguen en pie, para que nadie pudiera viajar sobre el techo de los vagones, ya que se estrellarían contra ellos, a toda velocidad, en medio de la noche.
En 1920, en la provincia de Buenos Aires, el gobernador José Camilo Crotto les respondió sacando la Ordenanza Número 3 que permitía que, por tren carguero, pudieran viajar hasta 12 trabajadores golondrinas hacia sus destinos. Así, el guardia recorría los vagones, contaba hasta ese número y les decía a los demás que se bajaran y esperaran el próximo tren. Y a las 12 afortunados les avisaba que ellos viajaban por Crotto. De ahí que los viajeros gratuitos de trenes pasaran a ser crotos, en el lenguaje diario, hubo solo un paso. Incluso había croteras en casi todas las estancias, unas construcciones sencillas para que los crotos durmieran, que contaban con catres, leña para el fuego y alguna comodidad, a condición de que los viajeros amparados por la Ordenanza Crotto se fueran al salir el sol.
Las frases “parecés un linyera” o “no podés ir así, vestido como un croto” era el grito de batalla de las madres de esos tiempos en la guerra por transformar a sus hijos y hasta a sus esposos -esa suerte de niños grandes a veces más difíciles de criar que el más complejo de los hijos- en personas elegantes y bien presentadas.
La diferencia entre crotos y linyeras era que éstos últimos no buscaban trabajo y para ellos la vida en los caminos era una elección, una forma de libertad, una elección de vida. Los linyeras eran acompañados, generalmente, por un perro o dos, de lealtad incuestionable. Tan es así que esta notable simbiosis humana y canina protagonizó una famosa tira cómica de un diario bajo el nombre “Diógenes y el linyera”.
Personajes de la Córdoba y de la Argentina rural del pasado, crotos y linyeras marcaron una época y quedaron, para siempre, por medio de dos palabras que ellos de algún modo crearon, en el habla popular, esa forma de expresión que siempre tiene mil historias detrás. Y que, al conocerlas, también sirven para recordar nuestra vida.
(*) Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África.