Se la llamaba ‘La técnica de la madre oculta o invisible’. Y probablemente muchos bisabuelos de los argentinos actuales la hayan usado. Las burkas, esas prendas que pesan 7 kilos y que volvieron a Afganistán hace poco, tuvieron su extraña y particular versión en Argentina. O, al menos, una versión que es una mezcla de la burka, ese infame vestido afgano de un disfraz de ‘Verdugo del rey’, de ‘El Hombre’ o hasta de ‘La muerte’. Cuando Niepce inventó la primera fotografía en 1826, tomarse una de ellas, por su costo, estaba reservado a unos pocos. Pero a fines del siglo XIX y principios de 1900, cuando se hizo algo más accesible, algunos invertían la cuantiosa suma de dinero que involucraba una foto para tener un recuerdo de sus hijos.
Es que la mortalidad infantil era alta y por eso se tomaba si la situación económica lo permitía, aunque fuera una foto del vástago siendo muy pequeño. Era por las dudas de que no llegara vivo a su juventud. El problema que se tenía era que los niños se movían continuamente. O hablaban y gesticulaban, con lo que la imagen salía borrosa.
Y teniendo el evento de la toma fotográfica y su revelado un costo que igualaba casi al que hoy puede tener un festejo de un casamiento, esa eventualidad era algo que no se podía permitir. La toma de una foto demoraba entre 30 segundos y un minuto.
Se encontró, entonces, una solución bastante simple. Se la llamó la ‘técnica de la madre oculta’. Consistía en que las madres se hicieran invisibles -o casi invisibles- cubriéndose en el estudio fotográfico mediante una manta oscura. Como si no existieran. Se hacía uso de esta práctica en Europa, pero también en Buenos Aires, Córdoba y en las grandes ciudades donde la magia de la fotografía ya había llegado. Este camuflaje o invisibilización de las madres hoy puede parecer insólito. Y, por su carga simbólica, imperdonable. Inclusive, hasta algo macabro e imposible de creer.
Pero las fotos no dejan lugar a dudas. Por suerte, las costumbres cambiaron. Mucho tiempo pasó desde esos años increíbles en que todo el mundo occidental, incluyendo a la evolucionada Europa, desde donde provenía esta artimaña fotográfica con madres y sus niños, hacía, también, invisibles los derechos de las mujeres: al voto, a la educación y a tantas otras cosas. Como ahora pasa en Afganistán y en algunos países atrasados del mundo. De esos tiempos injustos, de disfraces ahora insólitos, solo puede quedar una promesa firme, una que solamente tiene dos palabras y que es bien simple. Y que, por suerte, comparten todos: nunca más.
(*) Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África.