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CóRDOBA
NELLY RICHARD

“En Chile no ha habido una política de Estado en torno a la memoria como en Argentina”

Invitada por la editorial Eduvim (Editorial Universitaria de Villa María), la teórica y ensayista chilena pasó por nuestra ciudad para presentar su nuevo libro. Derechos humanos y política.

Nelly Richard en Córdoba
MEMORIA ACTIVA. “En Chile no hubo una política de Estado en torno a la memoria, todo fue mucho más lento, más tardío”, dice Richard. | Fino Pizarro

Argentina y Chile han sufrido décadas de dictaduras militares que dejaron profundas huellas en el interior de ambas sociedades. Con similitudes y diferencias, la ensayista chilena aborda en “Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa (Chile 1990-2015)”, los vaivenes de una memoria que no se resigna: “Una memoria que va, viene, irrumpe, desaparece y luego resurge”. Una memoria que no olvida.

–En el prólogo de su libro usted habla de la memoria como un gesto de reconciliación, ¿Cree que la memoria repara?
–Yo lo empleo en el sentido de que ése ha sido el discurso institucional sobre la memoria de los gobiernos de la Concertación en Chile y en ese sentido, de una cierta simbología moral del perdón; algo que utilizo como figura en el libro pero también para distanciarme de esa figura. Por un lado hago una crítica del discurso oficial sobre la memoria en Chile y a la vez reparo en distintos materiales (archivos, testimonios, actualidad noticiosa, discurso político) para reflexionar sobre las distintas estrategias de puesta en escena del recuerdo.

–Y en eso la crítica intelectual juega un rol preponderante, ¿verdad?
–Sí. Es muy importante desde este campo pensar sobre las diversas configuraciones del recuerdo que se van modelando. Sobre todo en una época de saberes muy uniformados y serializados. Me parece que el ensayismo crítico y el ubicarse en una relación entre subjetividad, lectura, pensamiento, escritura, ideología, tiene un abordaje más sensible a estos fragmentos de memoria suelta que quedaron fuera del discurso integrador de la memoria como reconciliación.

–Hace poco condenaron a 19 ex agentes de Pinochet en Chile, ¿cómo se vivió eso?
–Es complejo. A mí me resulta muy significativo publicar este libro en Argentina porque tenemos historias muy similares, con diferencias que también es importante remarcar. En Chile no ha habido una política de Estado en torno a la memoria, todo ha sido mucho más lento, más tardío. Hay una escena en Argentina marcada por el juicio a la Junta Militar, cosa que en Chile no ocurre. En cierta manera fue el arresto internacional de Pinochet lo que hizo que el discurso de los Derechos Humanos entrara en la esfera pública. La transición chilena ha sido pactada y el guión de esa transición tiene que ver con la moderación y con la resignación. El primer presidente de la Concertación, Patricio Aylwin, dice “justicia en la medida de lo posible”. Esa frase lo dice todo. Entonces es complejo, porque hay un pacto de silencio que sigue completamente blindado, por así decirlo; ha habido avances, pero gestos como los de Kirchner, en nuestro país son inimaginables.

–¿Usted cree que ese proceso ha sido justamente para decir: llevémonos bien todos, dejemos de lado la dictadura? ¿Una especie de “olvidar para perdonar”?
–Creo que la salida a la reapertura democrática y el inicio de la transición se basa en un pacto de tránsito hacia una democracia absolutamente vigilada. Aún rige en Chile una Constitución que si bien ha sido modificada, fue diseñada por ideólogos de la dictadura. El movimiento de los DD.HH. ha tenido menos transversalidad y menos pregnancia simbólica que la que ha tenido aquí. Además, y éste es uno de los temas del libro también, es que la memoria va, viene, irrumpe, desaparece, resurge. No son procesos lineales y cierto consenso que uno cree más o menos armado -algo así como el Nunca Más-, también son consensos precarios e inestables. Ustedes también lo saben: con el gobierno de (Mauricio) Macri aparecieron dudas sobre las cifras de las víctimas de la dictadura y rebajas de las penas. Todo eso es muy frágil, por eso también lo de la memoria inconclusa, porque uno cree que lo ganado está ganado para siempre y no es así.

–En noviembre tienen elecciones, ¿cuál es el clima electoral?
–Hay altas probabilidades que gane (Sebastián) Piñera, que lidera una alianza de derecha y tiene un discurso más duro; es una alianza donde hay fervorosos pinochetistas… 

–¿Eso sería visto como un retroceso para Chile?
–Totalmente. Pero el retroceso no tiene sólo que ver con el signo político. En 2013 se cumplieron 40 años del golpe y hubo una explosión mediática con la que uno sintió una explosión de memoria. Sin embargo, pasado esto, de nuevo no pasa nada. Por eso insisto en que son episodios o bien figuras testimoniales que irrumpen en este pacto de silencio, pero donde luego vuelve a no pasar nada. En Chile pasó algo muy determinante, no sólo a nivel de movimientos sociales sino en el plano de lo simbólico, que fue el movimiento estudiantil del 2011...

–Un movimiento estudiantil muy potente.
–Exacto. Y ese movimiento estudiantil tuvo la gracia y la valentía de romper un sentido común de sociedad de mercado que la propia Concertación había administrado. Esa marca sigue siendo tremendamente significativa para repensar una mercantilización de la vida social absolutamente generalizada y a la vez repensar un diseño constitucional heredero de la dictadura de Pinochet.

–¿Cómo está Chile en materia de políticas culturales?
–Hay una especie de maquinaria que funciona de manera bastante eficaz. Creo que un cambio de gobierno ni siquiera debería afectar estos mecanismos que están súper rodados. De todos modos, la pregunta sería cuál es el lugar que ocupa el pensamiento crítico, más que la cultura como objeto de la política cultural. Como intelectual me interesa más bien saber cuál es el lugar del pensamiento, de la escritura... 

–¿Y cuál es ese lugar?
–Bueno, completamente arrinconado por una sociedad tecnocratizada y mercantilizada, en la cual el género ensayo tiene cada vez menos cabida en las editoriales. En Chile no tenemos los suplementos culturales que hay aquí, no hay una tribuna de ideas tan poderosa como la que tienen aquí. Entonces, ¿desde dónde pensar con lenguaje distinto del que tienen los que dominan el mercado del conocimiento?

–Y cómo encontrar los mecanismos para difundirlos…
–Hay editoriales independientes que hacen trabajos espléndidos. Yo dirigí una revista durante 18 años; también hay activismo, pero fuera del ámbito académico, lo cual significa el desafío de construir lectores y espectadores, cosa que la Universidad casi ni se pregunta, porque se limita a reproducir saberes sin preguntarse cuál es el lector que ahí se diseña.