Entramos de lleno en modo campaña y sabemos que, en año electoral, todo toma una dimensión diferente. La danza entre agendas políticas, mediáticas y públicas toma otro ritmo, y comienza lo que llamamos, el “acto ritual legitimador de los procesos electorales”.
Las campañas electorales persiguen su objetivo más trascendental: los consensos de las mayorías en torno a las propuestas o proyectos que cada candidato expresa en términos de ejes discursivos. Pero esa construcción del discurso electoral tiene condicionantes muy fuertes.
Por un lado, el clima de opinión, que refiere a los distintos temas que nos preocupan y que operan con irregular influencia en las agendas públicas y mediáticas y, que varían diariamente.
Por otro lado, el clima de época que es la expresión de un proceso cultural, histórico, científico, social y político que construye una oportuna y atenta interpretación política de la realidad.
Los movimientos feministas y las disidencias, han construido una narrativa que ha buscado penetrar este clima de época y erigirse en nuevo paradigma cultural gracias, en gran medida, al potencial participativo y democratizador de las redes sociales que, en palabras de Manuel Castells, “son un espacio idóneo para que los actores sociales propicien la transición de la indignación a la esperanza.”
¿Pero qué sucede cuando esa transición es a la inversa? Los movimientos feministas en Argentina han transitado en el 2018 un año muy esperanzador, con #NiUnaMenos, el debate por la legalización del aborto, el debate por la puesta en práctica de la ESI, el #MiraComoNosPonemos, #8M, etc.
Todos esos movimientos fueron masivamente militados en las redes sociales y lograron penetrar una opinión pública que hasta el momento se había mantenido al margen, por desconocimiento o por desinterés.
Hoy, las consignas que los feminismos vienen impulsando han influido también en el clima de opinión y empujan la agenda política. Pero hay que decir que este activismo feminista ha generado controversias, polémicas, debates y reacciones adversas también que, muchas veces, alimentan discursos de odio, restándole importancia a la movilización y negando su carácter político, como si esto fuera negativo.
El discurso de odio es una construcción narrativa que, en relación con los feminismos, adopta diferentes formas. No siempre es hostil o agresivo, también lo encontramos en su modalidad “benevolente” pero lo cierto es que tiene el claro objetivo de aleccionar, agredir y violentar.
No obstante, es un concepto discutido que genera debate jurídico, académico y político a nivel internacional puesto que pone en tela de juicio algunos valores fundamentales del sistema democrático como es la libertad de expresión y la dignidad humana.
Hay consenso internacional en torno a considerar discurso de odio a cualquier expresión que promueva, genere o justifique el odio por motivos racistas, xenófobos, religiosos, de género, orientación sexual o discapacidad. Pero hay un elemento que atraviesa al sexismo hostil tanto como al benevolente, y es la cuestión ideológica.
¿Quiénes son? ¿Quiénes están detrás de estos discursos de odio? ¿Son grupos homogéneos, con intereses ideológicos y políticos específicos, que como sostienen algunos autores provienen de grupos vinculados a ideas conservadoras? O, por el contrario, ¿son individuos aislados que, poseen algún tipo de personalidad que los predispone a la intolerancia y el prejuicio hacia otros individuos y actúan por cuenta propia? Numerosos estudios afirman que gran parte del discurso de odio proviene de individuos o grupos vinculados a ideas conservadoras y de derechas.
A nivel mundial, los líderes conservadores que han tenido un rápido ascenso en los últimos años, como Trump en Estados Unidos, Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, y más cercano, Bolsonaro en Brasil, han manifestado públicamente y abonado con sus declaraciones, pero también con sus políticas, posturas claramente discriminatorias, xenófobas, misóginas y machistas, convirtiéndose en una pésima noticia para los feminismos y colectivos LGBTIQ+.
Por lo general, logran crecer en poblaciones golpeadas económicamente, en las que el resentimiento y la necesidad de encontrar culpables se vuelven factores determinantes para que el odio a las minorías y a determinadas políticas se convierta en mainstream. Esto es importante, ya que es un factor que explica bastante el surgimiento de los discursos de odio.
Cabe decir que los discursos de odio, en general, no son autopercibidos por sus autores como tales, ellos se consideran las víctimas de un sistema político que les niega el carácter de mayoría, y que pretende empoderar minorías a las que consideran peligrosas. Sienten que su estilo de vida y sus creencias son atacadas, y que el discurso de odio es una justa reacción a ello. Ese conservadurismo político se orienta, por definición, a mantener y proteger tradiciones culturales y religiosas.
Nuestro país no es ajeno a ello. La ofensiva fue contra la Ley de Educación Sexual Integral y la legalización del aborto. “Las feministas son feminazis y están en contra de los hombres y la familia”, “las mujeres que se manifiestan en la calle son violentas”, “las personas homosexuales tienen una desviación que debería corregirse”, son algunas de las expresiones que han calado hondo en la amplia batería de prejuicios de los argentinos, y que han encontrado en las redes sociales una útil herramienta de difusión de sus mensajes.
Bots, trolls y haters son herramientas funcionales a los discursos de odio. Los propagan, los promueven, los viralizan. Son individuos o grupos de ellos, que se dedican, obsesivamente o profesionalmente, a atacar y agredir verbalmente a personas o colectivos a quienes desprecian. Estos odiadores profesionales, a quienes llamo “los barrabravas de las redes sociales”, son funcionales en la agresión a los grupos ideológicos conservadores que los patrocinan y están siempre dispuestos a vender sus servicios al mejor postor.
Ellos y las fake news son complementarios, porque esas dudosas, tendenciosas y muchas veces ambiguas noticias, encuentran discursos legitimadores que confirman sus ideas.
En particular, las campañas electorales potencian a estos odiadores funcionales a la polarización política. En una campaña “a todo o nada”, como la que se comienza a transitar en Argentina, que se avizora plagada de pseudoacontecimientos, de noticias falsas, juegan un rol central los bots y los trolls de las redes sociales, al crear mayor tráfico y viralizando o multiplicando su postura, proponiendo discusiones convenientes a sus intereses, provocando respuestas agresivas y ocupando el “espacio digital” para minimizar otras fuentes de información.
Cuando los discursos de odio son utilizados políticamente, sobre todo en las campañas electorales, y pretenden ser instrumentos de motivación del voto, producen un corrimiento de los límites de lo que es políticamente aceptable, y generan una radicalización en los sectores en los que esos discursos anidan. Necesitamos avanzar en el estudio y análisis de esta problemática ya que la política tiene que hacer una seria autocrítica sobre estas cuestiones, y debe tomar una posición ética al respecto.
La campaña electoral se visualiza altamente polarizada, por tanto, se requieren nuevos marcos interpretativos de un contexto ideologizado del que los partidos tradicionales han quedado al margen. Las estrategias para combatirlos comienzan por apoyarse en la necesidad de transmitir un mensaje claro, con declaraciones públicas, permanentes y reiteradas, de los políticos y los funcionarios públicos, que promuevan la empatía y el apoyo a los grupos víctimas del discurso del odio, difundiendo la idea de que este tipo de manifestaciones son dañinas para la convivencia.
Paola Zuban es politóloga, directora de Gustavo Córdoba y Asociados.