El primer eclipse del que se tiene registro fue predicho por Tales de Mileto y ocurrió el 28 de mayo del año 585 a.C., fecha que algunos consideran el comienzo de la ciencia occidental. Una ciencia que creció a partir de la observación rigurosa, metódica y crítica. Cierta clase de conocimiento se funda en la observación, algunos instrumentos y observadores con modelos de interpretación.
Pero no siempre la observación es una práctica neutral o certera. El observador es un sujeto que observa pero que interfiere mientras observa, tanto en ciencias sociales como en mecánica cuántica. Forzado a elegir un invento funcional a la ciencia -entre miles de invenciones de todos los tiempos- optaría por un dispositivo casi trivial, creado en el siglo XIII, la lente. Una pieza óptica interpuesta en las observaciones para potenciarlas.
La lente es a la vez un artefacto y una metáfora. Sus sofisticadas derivaciones, microscopios y telescopios, permitieron agrandar lo pequeño, acercar lo lejano e incluso viajar al pasado cuando su foco es el universo. Ayudaron a abordar el minúsculo interior de la materia y apreciar la infinidad del cosmos hasta su orígenes más remotos.
Un espectáculo continuado. Este 2 de julio la naturaleza montará su extraordinario espectáculo. Pero la ciencia también viene exhibiendo el suyo desde hace tiempo. Saltó del selecto y canónico reducto de revistas científicas a los heréticos medios masivos. El espectáculo de la ciencia es tan fascinante que logró que especialistas de la astronomía y de la física se conviertan en rockstars del conocimiento.
La impresionante revolución de la física de principios del siglo 20 agitó las aguas de la comunidad científica internacional. Generó controversias, instaló radicales hipótesis y conjeturas, propuso teorías novedosas con insuficiente base empírica, modificó paradigmas. Tiempo después la sociedad comenzó a advertir algunos efectos de aquella fiesta del conocimiento. El primer espectáculo a escala global fue el horror: las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. El revuelo y el rechazo fue mayúsculo, el aura de neutralidad de la ciencia fue interpelado y la tecnología o tecnociencia, puesta en el banquillo de los acusados.
La guerra, la política y el poder irrumpieron de manera dramática en la escena científica. Años después, el espectáculo global protagonizado por derivaciones tecnológicas de la ciencia fue más digno: la llegada de un ser humano a la Luna. El hito de una carrera espacial en busca de la hegemonía política, económica, tecnológica y simbólica entre las dos superpotencias de la guerra fría.
La tercera oleada del espectáculo científico se dio en los ’80 cuando el furor mediático produjo una masiva difusión de sus descubrimientos, logros y aplicaciones. La serie Cosmos de Carl Sagan, vista por varios cientos de millones de personas, fue espectacular en el mejor sentido del término.
Un hito de la comunicación científica recientemente reeditada por el astrofísico Neil deGrasse Tyson. Se desarrollaron, además, variedad de contenidos, formatos y plataformas. Series de ficción como The Big Bang Theory, documentales, películas, libros y conferencias de celebridades científicas globales como Stephen Hawking. Es cierto también que la mala divulgación hizo estragos. Simplificación, reduccionismo, desviaciones y falsedades fueron los efectos de buscar más espectacularidad que rigurosidad comunicativa.
Por último, una serie de acontecimientos observacionales en astrofísica montaron el más reciente espectáculo de la ciencia. En 2012 fue la observación del bosón de Higgs en la llamada ‘Máquina de Dios’, en 2017 las mediciones de ondas gravitacionales, en 2019 la primera fotografía de un agujero negro y el descubrimiento de dos nuevos planetas fuera del sistema solar con alguna probabilidad de vida.
Desde la revolución de la física hasta el presente ha transcurrido un largo siglo de avances espectaculares. Y en épocas donde se hace difícil saber hacia dónde se dirige la humanidad, estos avances sugieren incluso de dónde podríamos venir. Parte de la sociedad les otorga esa apariencia de omnipotencia que algunos consideran necesario atenuar. Vale entonces convocar a Friedrich Nietzsche, quien aunque escribió mucho antes de estos tiempos sigue vigente para recuperar cierta humildad perdida:
“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la Historia Universal: pero, a fin de cuentas, solo un minuto".