Terminada la Segunda Guerra, los intelectuales laicos transitaron del utopismo al hedonismo. A paso lento en principio, luego velozmente. El británico Eric Arthur Blair, nacido en la India en 1903, fue encasillado como un intelectual clásico ya que para él, el compromiso con un futuro utópico y socialista era el sustituto del idealismo religioso. George Orwell, el seudónimo que Blair utilizó como novelista, periodista y ensayista, surgió de su propia elección entre varios posibles (P.S. Burton, Kenneth Miles y H. Lewis Allways).
El alto y prolijo escritor se educó en Eton donde fue recibido por su inteligencia a la espera que su actuación posterior prestigiara al College. En su libro ‘Esos, esos eran los encantos’, Orwell perjudicó a la institución con una mendaz crítica. Fue una falta moral en alguien ‘dolorosamente veraz’.
Blair sirvió en la policía de la India entre 1922 y 1927; allí vivió el aspecto más atroz del coloniaje: los ahorcamientos y azotes. El repudio lo ejerció como sabía, escribiendo dos ensayos: ‘Un ahorcamiento’ y ‘Disparándole a un elefante’, los que minaron el espíritu imperial de Gran Bretaña. Desde su renuncia al destino penoso se dedicó, en el marco de su ideal socialista, al estudio de la clase trabajadora. Intuía que algo no estaba bien. Vivió en el bajo Londres (Notting Hill) y en París, de lavaplatos. De hecho, el horror final de una neumonía lo plasmó en ‘Sin dinero en París y Londres’. Recolector de lúpulo y obrero en Wigan, completaron su búsqueda de la verdad ‘exacta’.
Sentía que debía escapar a todo dominio del hombre sobre el hombre, especialmente de los tiranos. En 1936 prestó apoyo a la República al estallar la Guerra Civil Española –como la gran mayoría de los intelectuales de Occidente–. Además, se enroló en el sector de la milicia anarquista, el que fue más martirizado. Había rechazado ser introducido en la Península por el partido comunista, ya que este le exigió unirse a la Brigada Internacional, que controlaba. No negoció su posibilidad de elegir. “Una comunidad en que la esperanza era más común que la apatía”, fue su definición del servicio.
A continuación sobrevino la triste experiencia de la purga de los anarquistas por los comunistas, siguiendo las órdenes de Stalin. Escapó y al llegar a Inglaterra no encontró quien publicara sus relatos sobre las matanzas. Comprobó, además, que la izquierda era capaz de un grado descomunal de crueldad para suprimir la verdad en aras de la “verdad superior”.
En sus obras cumbres, ‘Rebelión en la granja’ y ‘1984’, Orwell cambió el destino de su ataque: de la sociedad capitalista tradicional a las utopías fraudulentas de izquierda. Estas historias críticas de “las perversiones a las que tiende una economía centralizada”, dejan entrever que su lugar político no estaba claro.
Desde su muerte en 1950 hasta nuestros días, la derecha y la izquierda se lo disputan pero, en mi opinión, sus últimas obras han sido un sable para golpear duramente a los comunistas. Mary McCarthy, la novelista americana muerta en 1989, confesa integrante de la ‘casta’ izquierdista, escribió de Orwell: “De haber vivido más, hubiera ido a la derecha”; “morir para él fue una bendición”. La idea: “Mejor muerto, que anticomunista”, notable orden de prioridades.
Gestor de patrimonios financieros y Contador Público