El ingenio italiano, al margen del atraso económico relativo del país, se ha mantenido vigente por más de cinco siglos.
El gran historiador francés Fernand Braudel escribió varios libros que tratan sobre el capitalismo y el Mediterráneo. Uno de ellos es “Fuera de Italia” o “Le modèle italien”. Ningun título es ideal porque el libro trata sobre el liderazgo que, en la cultura, arquitectura, comercio, banca, poesía, música y ciencia, tuvo “Italia” entre 1450 y 1650. Digo, “Italia”, aunque no había una unidad política, sino ciudades como Venecia, Génova, Florencia, Nápoles, Pisa, Roma y Milán. Es lo que los franceses llaman “le génie italien”. El Braudel, historiador “económico”, solo entra en su terreno en las últimas cincuenta páginas, donde aborda dos grandes preguntas: ¿por qué Italia comenzó a decaer tras 1650 y cuál es la relación que hay entre el éxito económico y la influencia cultural?
La “decadencia” italiana, según Braudel, estuvo en que las ciudades Estado Italianas, dejaron a los neerlandeses y británicos el monopolio del comercio mediterráneo y, después, fueron desplazados también del Atlántico. Es que, el capital itálico no se invirtió más en el comercio ni la industria, sino que emigró al extranjero en préstamos a otros Estados; los patricios “financiarizaron” su riqueza. Pero, en el declive económico se produce un florecimiento cultural: esto “iluminó todo el cielo de Europa”.
La globalización del talento itálico. La gran diáspora de italianos que comenzó en 1880 se debió fundamentalmente, a que, aún unificada (1861), Italia siguió siendo una sociedad rural. La pobreza general se había generalizado por la falta de industrias, infraestructura y la división de la tierra. El origen del atraso estuvo en aquella “financiarización”.
En 1980, 25 millones de italianos vivían fuera de la península; si bien dos tercios de los emigrantes fueron hombres con conocimientos básicos, ese tercio restante llevó el genio a lugares distantes. Las ciencias y las artes florecieron en América, África, Australia y hasta en la misma Europa, pari pasu con la llegada de los itálicos.
El milagro italiano. Entre el final de la Segunda Guerra y 1975, la economía italiana creció a una tasa promedio constante del 7% anual. Los primeros en confiar en el ingenio europeo en general, e italiano en particular, fueron los Estados Unidos, con aporte vía Plan Marshall que, a valores actuales y solo para Italia, puede calcularse en 60.000 millones de dólares. Además, la liberalización del comercio, la desregulación y la productividad creciente hicieron posible el segundo Risorgimento (económico); luego, la corrupción política y el estado de bienestar estancaron la economía.
Un mundo más pequeño. En el primer Renacimiento, el mundo geográfico era reducido pero extenso por el precario sistema de comunicación; el mundo actual se agrandó en tamaño pero, paradójicamente, la expansión comunicacional lo hace más pequeño.
Los geniales inventos del versátil Leonardo no se difundieron en su tiempo; hoy, por ejemplo, la cafetera expreso de Moriondo, la batería de Volta y el microchip de Faggin, se han universalizado.
Es que, al margen de los avatares económicos internos, el voluble genio italiano ha estado iluminando al mundo, por más de medio milenio.