Pocas figuras tienen, a nivel global, la estatura mítica que adquirió el ‘Gato’ Barbieri en el jazz argentino. No había una biografía que ahondara en su historia hasta convertirse en el músico argentino del género más conocido a nivel mundial. La reciente publicación de “Gato Barbieri, un sonido para el tercer mundo” (Editorial Planeta), por parte del periodista e historiador Sergio Pujol, viene a llenar ese espacio vacío.
El material documentado y escrito por Pujol está hecho con la impronta de una novela, ahondando en la trayectoria del saxofonista rosarino que se fue convirtiendo con el paso del tiempo en un músico pasional y, a la vez, en un personaje enigmático. Surgido en una humilde familia rosarina, desde que el ‘Gato’ llegó a Buenos Aires empezó a forjar una figura que, con el tiempo, devendría en ícono del jazz latinoamericano de alcance global. El punto culminante fue componer la banda sonora del emblemático film ‘Último tango en París’ de Bernardo Bertolucci.
Sergio Pujol investigó durante cuatro años, con su habitual rigor, hasta parir la biografía de casi 400 páginas sobre Leandro ‘Gato’ Barbieri, esa figura inasible, escurridiza y mítica del jazz argentino hecha sonido global en un poderoso cóctel que mezclaba ritmos diversos de todo el orbe, incluyendo muchos sonidos latinoamericanos. El disparador del libro fue una nota que Pujol le hizo a Barbieri, en 1996, para el suplemento cultural Radar, de Página 12, cuando lo editaba Juan Forn.
Las etapas del Gato. Barbieri se va de Rosario a Buenos Aires a los 14 años. Ahí empieza a tocar en orquestas típicas y se suma a la big band de ese otro ícono del jazz argentino que es Lalo Schifrin. Al principio tocaba el saxo alto, que luego abandonaría por el tenor, influido por dos referentes absolutos: John Coltrane y Sonny Rollins. Ya le gustaba más tocar en los clubes de jazz, como el Jamaica, porque allí su saxo fluía con más libertad.
Hay dos figuras claves en la evolución musical de Barbieri. La primera es su hermano Rubén (trompetista), que lo aproxima al jazz moderno de Charlie Parker y Dizzie Gillespie.
El otro momento clave es su encuentro con Michelle Sorrentino, a fines de los años 50. Michelle es una mujer ítalo-argentina que lo vincula a la intelectualidad europea, al irse a vivir juntos a Italia desde 1962 a 1968. Ella lo conecta con grandes cineastas italianos como Bernardo Bertolucci y Pier Paolo Pasollini.
Ahí adviene la etapa en que aborda el free jazz en Europa. Según el biógrafo Pujol, Barbieri fue fundamental en la consolidación de la escena del jazz italiano, a fines de los años 60, siendo tal su influencia como para que Enrico Rava, gran trompetista italiano, se haya dedicado al lenguaje del género por él.
Hacia 1968 se radica en Estados Unidos, donde se mezcla con los mejores músicos de free jazz, incluyendo al gran Don Cherry. Era tan descomunal el sonido del saxo tenor del ‘Gato’, que le llamaban el Coltrane latinoamericano.
Otro hito es la edición, en 1969, del disco ‘Tercer mundo’, donde gesta su sonido latinoamericano y se torna en un compositor creativo, además de ser un virtuoso. Ahí empieza a construir un discurso musical propio y original, en un contexto dominado por músicos afrodescendientes.
Para eso, fue clave su amistad con el cineasta brasileño Glauber Rocha, quien, de alguna forma, influye en su estética al darle una especie de encuadre teórico para aunar los ritmos latinoamericanos con el free jazz. Luego, fueron sus discos para el sello Impulse, con exploraciones de ritmos y texturas brasileñas, afrocubanas y argentinas, los que lo pusieron en un sitial de privilegio de la crítica de jazz.
En el final de su carrera, Barbieri pasó a ser músico estable del mítico club de jazz Blue Note, en Nueva York. También recibió un premio Grammy, unos meses antes de morir, en 2016.
El sonido de Barbieri. “Yo soy músico de jazz, pero la música que hago no es jazz; es mi música, tampoco es folclore”, le dijo Barbieri, en su momento, al historiador Pujol. Esa afirmación define de manera amplia la heterodoxia de su sonido, enmarcado por el jazz pero con una estética que excedía vastamente al género, al establecer un crossover inclasificable de ritmos de las más diversas latitudes.
Es más, el propio Pujol lo define como el primer músico argentino de trascendencia global y también como un artista que, partiendo desde el jazz, supo transformarse en una estrella pop en su momento de mayor popularidad: los años 70, al componer la banda sonora del film ‘Último tango en París’.