Como todos, he vivido esquivando el infortunio. Y usualmente lo he logrado. He tenido el privilegio de visitar París varias veces. Siempre abandono a mi mujer en el Louvre (ella ama ese museo), me irrito con la monstruosa pirámide que Mitterrand puso en su frente y sigo mi camino para reencontrarme, entre otras maravillas, con las iglesias.
Mi preferida es la Église de la Sainte-Trinité en la Plaza de Estienne d'Orves del Distrito IX. En el templo decimonónico destacan las estatuas y los adornos que ilustran el misterio de la Santa Trinidad; también la monumentalidad del coro y el suntuoso altar rodeado por diez columnas en estuco verde. Albergó el funeral de Héctor Berlioz, en 1869.
En 1990 se modernizó el inmenso órgano de la Église Saint-Sulpice, otra de mis favoritas. Además de las obras artísticas de Delacroix, esta iglesia tiene su meridiana solar, encargada al astrónomo y relojero inglés Henry Sully, que marca la hora del día proyectando una sombra en el suelo; por eso se salvó de la barbarie revolucionaria ya que data del siglo XII. Su órgano (uno de los 24 que son monumentos históricos) fue obra de Aristide Cavaillé-Coll. Inspiró las sinfonías para órgano de Charles-Marie Widor, ya que éste fue el organista de Saint-Sulpice por más de 63 años.
La iglesia es una de las más grandes de la ciudad luz y por lo tanto la acústica es fantástica. Acostumbro a esperar sentado que el organista de turno comience a ensayar y entonces, en la cavernosa oscuridad, siento que las esplendorosas ondas de sonido ruedan sobre mi cabeza y sacuden las macizas columnas de piedra caliza de Caen.
Widor no solo fue compositor e intérprete, sino que además fue maestro de la ejecución del instrumento. Entre sus alumnos estuvo al multifacético franco-alemán Albert Schweitzer (1875- 1965). El médico, filósofo y músico recibió en 1952 el premio Nobel de la Paz, por su labor misionera en África y por su filosofía de “reverenciar la vida”.
Las iglesias de París, que alojan el arte y la historia, no tienen entradas conmemorativas, a diferencia del desagradable conjunto piramidal de Mitterrand, quien frente al Louvre hizo levantar tres pirámides; la más grande es sin duda un auto homenaje faraónico... ¿y las dos pequeñas? Una para Madame Mitterrand, sin dudas; la otra, según se rumorea, es para Anne Pingeot, la amante de Francois y curadora honoraria del Musée d'Orsay.
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