El 11 de mayo de 2015, un tuit de la periodista Marcela Ojeda encendió las alarmas: “Nos están matando”, escribió. Convocaba a actrices, políticas, empresarias, artistas, referentes sociales. “Mujeres, todas, bah”, resumía. Su reacción, visceral, respondía al femicidio –en ese entonces aún los medios no lo consignaban así: “crimen”, “homicidio”, se escribía y decía todavía– de Chiara Páez, una adolescente de 14 años de Rufino, Santa Fe. Chiara salió el 10 de mayo de su casa con amigas, a quienes dijo que iba a encontrarse con Manuel Mansilla, su novio de 16. Nunca volvió. Horas después su cuerpo fue encontrado enterrado en el patio de la casa familiar del chico. Estaba embarazada.
Ese 11 de mayo, varias colegas de Ojeda se hicieron eco rápido de ese grito. En un hilo del que participaron también Hinde Pomeraniec, Florencia Etcheves, Mercedes Funes, Ana Correa, Valeria Sampedro, Ingrid Beck, Soledad Vallejos, Marina Abiuso y más, todo se organizó rápidamente: convocaron para reunirse la tarde del 3 de junio, en el Congreso Nacional. Llevarían carteles, se sumaron madres de otras víctimas, se definían consignas. “NI UNA MENOS”, se leyó en uno de esos tuits, así, en mayúsculas.
Lo que siguió después, se sabe, transformó un grito en una necesidad y en un cambio social. Recorrió el mundo. Se multiplicó. Se volvió imparable. Esa tarde no fue solo el grupo de periodistas en el Congreso pidiendo justicia: fueron 150 mil.
“Recuerdo ver muchas mujeres grandes que se movilizaban por primera vez o después de mucho tiempo, y la cantidad de chicas de colegios secundarios que marchaban por primera vez. Las caras de los familiares de las víctimas de femicidio que pedían justicia. Y una sensación que mantenemos hasta hoy: las mujeres, las lesbianas, las trans, no nos sentimos más solas”, sostiene a su vez la comunicadora y escritora Ana Correa, otra de las integrantes de esa convocatoria original.
Desde ese 3 de junio, “se produjeron cambios radicales en la sociedad y en la vida de cada uno, de cada una. El movimiento feminista creció, se politizó y siguió ocupando las calles masivamente.
Correa coincide con ese eje, pero agrega más: “Creo que esa movilización permitió instalar con fuerza la agenda de género y visualizar más los reclamos históricos del feminismo. Eso permitió muchos cambios, pero el desafío es que los enunciados se traduzcan en políticas reales. Hoy tenemos comisiones de género en casi todas las instituciones, editoras de género en los medios”, dice la autora de Somos Belén.
“Logramos que se apruebe la Ley Micaela para que se capaciten en perspectiva de género los tres poderes del Estado. Adhirieron todas las provincias. Pero el peligro es que las comisiones de género se transformen en nuestras nuevas cocinas, donde nos encerramos”, se sincera. “En 2015, los femicidios ni siquiera se llamaban por su nombre, no había registros oficiales. Hoy conocemos las cifras aberrantes que se agravan en el contexto de la pandemia. Tenemos que seguir gritando”.