Entre los variados latiguillos que hemos adquirido en tiempos del coronavirus -como “teletrabajar”, “nos juntamos por zoom”, o -si se celebra un natalicio- “le organizamos el zoomple”-, mucho se habla de la “nueva normalidad”. Entre los expertos de la salud, la nueva normalidad tiende a referirse a que las medidas de prevención probablemente han llegado para quedarse. Entre los estudiosos de la sociedad, en cambio, dicho término alude a cambios profundos en los valores y paradigmas a los cuales suscribimos como comunidad. Lo cierto es que la amenaza de una enfermedad nos puso en una encrucijada, una suerte de “crisis de fe”, donde lo que antes era seguridad, hoy tambalea.
Hace tiempo que actores como la Organización de las Naciones Unidas declaman la necesidad de una revolución de los paradigmas económicos vigentes. Específicamente, se habla de sustentabilidad, que implica los agentes económicos atiendan no sólo a objetivos económicos, sino también sociales y medioambientales. Asimismo, implica la adopción de una lógica de responsabilidad ampliada, que atraviese los ejes del espacio - atendiendo a las necesidades legítimas de todos los stakeholders implicados en la producción de bienes y servicios – y del tiempo – protegiendo la prosperidad de las generaciones presentes y futuras-. Ahora bien, ¿qué tiene que ver el paradigma sustentable con el Covid-19? Pues, precisamente, en que en los tibios avances de la necesaria revolución está la “madre del borrego”.
Según la autoridad científica, el Covid-19 es una enfermedad zoonótica, la cual se transmite en la interfaz entre el ser humano y los animales, a través de la exposición directa o indirecta a los últimos. La pandemia es, por tanto, sintomática de una falla generalizada en la interrelación entre los ecosistemas humanos y naturales. Los últimos avances en la ciencia han demostrado que la aceleración de la globalización económica de los últimos 70 años ha trasgredido los límites biofísicos del planeta, tales como la concentración de gases de efecto invernadero que genera el cambio climático, y la pérdida de la biodiversidad al compás de la destrucción de los hábitats naturales que previamente la albergaban. Esto último es un caldo de cultivo del tipo de virus que hoy pone en jaque nuestro entendimiento de lo “normal”.
La pandemia es, por tanto, sintomática de una falla generalizada en la interrelación entre los ecosistemas humanos y naturales.
Desde luego, el declive de los ecosistemas alrededor del globo, sumado a los efectos recesivos de la actual pandemia, impactan más severamente a los más vulnerables. En nuestra región, muchos de los que tienen menor acceso a los bienes de consumo, paradójicamente, tienen mayor dependencia de los recursos naturales para obtener los medios de subsistencia. Por tanto, la adopción hacia nuevos paradigmas que promuevan la inclusión social y patrones de consumo que permitan la regeneración de ecosistemas es la nueva normalidad que necesitamos transitar para proteger la capacidad del planeta de dar soporte a la vida humana y conservar su salud.
La adopción hacia nuevos paradigmas que promuevan la inclusión social y patrones de consumo que permitan la regeneración de ecosistemas es la nueva normalidad que necesitamos transitar para proteger la capacidad del planeta de dar soporte a la vida humana y conservar su salud.
Considero que no ha habido una descripción más aguda de la crisis actual que la del Papa Francisco, en lo que fue una de las transmisiones más seguidas de los últimos tiempos: su momento de oración en la Plaza de San Pedro el 27 de marzo pasado:
“Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.”
La cita es contundente: nos hemos empecinado en paradigmas insustentables y hemos enfermado. Sin embargo, ya no permanecemos imperturbables. Esta incomodidad por la incertidumbre que padecemos, esta tensión interna de nuestras ideas, creencias y emociones, puede ser un poderoso motivador en la toma efectiva de decisiones. Pues, parafraseando a Francisco, éstos son tiempos de detenernos, sino de despertar a nuevos paradigmas.
*Profesora del IAE Business School, Universidad Austral.