En el Suplemento Cultura de Diario PERFIL, ofrecemos cada semana "Narcolepsia - Coordenadas para una aproximación a la poesía", y el elegido de este domingo 15 de febrero es Dan Fante, con 4-16-00:
Cuando abrí L.A. Times Sunday Book Review
hoy
vi
tres
páginas completas
sobre John Fante
mi viejo
padre
un consenso de sabios pronunció ahora una alabanza absoluta sobre el nuevo
tesoro nacional
una biografía sobre un hombre apasionado, loco, borracho y enojado está en venta
un escritor de L.A.
un volcán de hombre
y
en vez de sentirme feliz por mi padre
me senté furioso —las palabras desgarraron mi corazón
y
le grité algunas groserías a mi novia en el pasillo del baño
por su café helado
y pensé en que se vaya a la mierda el puto L.A. Times —cincuenta años es demasiado tarde
ahora esto no puede ayudarlo
él perdió y se rindió
ciego, en una sala de hospital apestosa donde los chicos de mantenimiento de la noche
le robaban la radio
y los Dodgers tuvieron su peor temporada en años
y yo recuerdo
estar sentado con él sosteniendo su mano en mi mejilla y pensando para mis adentros
qué pésima manera de morir
para un hombre que una vez tuvo tanto poder
cuyas palabras celebraron tanta belleza
que el mismo cielo
se incrementó con un billón de estrellas
(Traducción: Juan Arabia)
Dan Fante (Los Ángeles, 1944-2015), hijo del mítico escritor y guionista John Fante, abandonó Los Ángeles a los veinte años y se trasladó a vivir a Nueva York, donde sobrevivió trabajando como vendedor puerta a puerta, taxista, limpiador de ventanas, vendedor telefónico y un largo etcétera de empleos de todo tipo. Es autor de cuatro novelas protagonizadas por su álter ego Bruno Dante, de un libro de relatos, de dos obras de teatro y de dos libros de poesía.
En Estados Unidos, las escuelas de poesía —al menos hasta Bukowski— no hicieron más que generar un diálogo entre precursores y tendencias: Eliot construyó el muro que la Generación Beat se encargó de derribar, levantando de la carretera las hojas muertas de la tradición; los Confesionalistas, como Lowell, buscaron una salida por debajo de cuevas o antiguas tradiciones. Pero incluso autores como Kerouac o Ginsberg, que se lanzaron sobre la experiencia misma, respondieron en forma causal, indirecta, sobre un sedimento formal, a veces difuso, pero definitivamente ortodoxo.
La crítica norteamericana representa esta visión, y sus máximos pilares —como Harold Bloom o James Breslin— siguen esperando que desde las aulas de Yale, Princenton o Berkeley surja el nuevo poeta, o profeta, Emersoniano-Whitmaniano.
Olvidando estos patrones —“ese plomazo de T.S. Eliot”— y encierros universitarios, la poesía de Dan Fante se preocupa por saber qué es lo que ocurre bajo el sol. Y a pesar de que los infortunios y las desgracias cercaron su vida (el horrible destino de su padre y su hermano), un solo propósito encierra su obra: escribir desde y con el corazón. Porque con los escritores de lo que siempre se trata es de sentir sus sentimientos.
Lejos de escuelas, la formación de Fante se inscribe en una línea de “santos anormales escritores muertos / que ahogaron el dolor de sus corazones puros / en tanques de gin”.
Ahogado en gin, acabado y nacido de nuevo, “esta voz que sobrevivió a psiquiatras y cárceles y tres divorcios y el suicidio”, Dan Fante mea con la misma intensidad que Rimbaud: hacia un cielo oscuro, muy alto, muy lejos. Mea del mismo tanque que Carver, Bukowski y su padre —John— llevaron lleno a la otra vida.