Cae la tarde sobre Buenos Aires y, desde los ventanales del estudio de Aída Bortnik, la inmensa mole ciudadana se recorta sobre un cielo rojizo inusualmente cálido para esta época del año. Y en ese estudio poblado de documentación y fotos, la computadora, implacable, registra que Aída es autora de las mejores historias del mundo de nuestro cine.
La tregua, Una mujer, La isla, Volver, La historia oficial, Pobre mariposa, Gringo viejo, Tango feroz, Caballos salvajes, Cenizas del paraíso, el cortometraje recordando el atentado a la AMIA, Vergüenza…
Una lista impresionante de la que ella, modestamente, aclara que nombra solamente los guiones que se han filmado.
Y ahora, hoy, recién llegada de Guadalajara, el inmenso honor de escuchar a García Márquez explicar que solamente Aída podía escribir el guión de Noticia de un secuestro.
A pesar del cansancio por el largo viaje y una agenda mexicana rebosante, ella recuerda el antiguo hotel de amplios jardines interiores con plantas y fuentes. García Márquez había pedido intimidad, pocos invitados (menos de veinte) y la posibilidad de charlar mano a mano con Aída. Una conversación entre amigos.
Aída, con el guión en la mano, y Gabo bromeando: “Esto no lo he escrito yo”. “Por supuesto –contesta Aída–, he recreado una versión de tu Noticias…”. “Pero, chica, ¡estás más linda que la última vez que nos vimos!” “¡Como que han pasado veinte años! Fue en la filmación de Gringo viejo, ¿te acuerdas? Allí nos conocimos…”
Y, entre risas, mientras reconstruye esa charla, no podemos resistir a la tentación de pedirle al colega fotógrafo que reproduzca la foto en la que Gregory Peck, su esposa, Aída y Manuel Ferreira –su marido– hacen un alto en el rodaje y se aíslan en un rincón del set.
—En ese momento llegó García Márquez –recuerda Aída– y le dio un ataque de envidia furiosa porque él ama el cine y como Gringo… es una novela muy pequeña, llena de soliloquios, le pareció mentira que la hubiera convertido en una película con tanto despliegue. Tuvo la gentileza de decirme que le había gustado mucho el guión y luego se enfrascó con mi marido en una discusión sobre política latinoamericana. En un momento dado me tomó del brazo y me dijo: “Necesito un año de tu vida”, cosa que no es usual. Pensé, confieso que con espanto, en La cándida Eréndira… Era muy difícil hacer algo para cine con esa novela. Felizmente no se trataba de ella. Nos volvimos a ver varias veces: en el festival de cine de Cuba, en México, y Gabo siempre me reprochaba algo pero no volvía a pedirme “un año de tu vida”. Eran reproches sobre encuentros que no se habían realizado o fotos que no le habíamos mandado. En realidad, él siempre cambiaba de dirección, con lo cual era bastante difícil enviarle correspondencia. Tuvimos una relación muy afectuosa. En principio, confieso que lo amo. ¿Cómo se puede no amar a Gabriel García Márquez? ¿Cómo no amar a alguien que escribe Cien años de soledad? En este encuentro, la semana pasada, le confesé por primera vez que había leído “Doscientos años de soledad”. Es decir que, apenas terminada la última página había vuelto a la primera. No podía resignarme a salir de ese mundo, a abandonar a esa gente, esos personajes de la familia Buendía y sus amigos. No imaginaba que ellos pudieran, a su vez, abandonarme a mí.
—Sin duda, es un relato que ha iluminado toda la literatura latinoamericana. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, aquella llegada del hielo recostado en una canoa? El hielo que nadie conocía en Macondo…
—Claro. Y te diré más: le tengo un enorme respeto, y cuando Epigmenio Ibarra, el productor de esta nueva película, me habló del proyecto…
—Perdón… ¿Epigmenio?
—Sí, sí (sonrisas). ¡Su mamá lo llamó así! Felizmente completó el Epigmenio con otro nombre, Carlos. Pero él usa Epigmenio porque no tiene un pelo de tonto y sabe que no te olvidarás jamás de un nombre tan extravagante.
—Nunca lo había oído…
—Yo tampoco. Pero en México, de pronto, suceden estas cosas. Aclarado lo del nombre, te cuento que Epigmenio vino por primera vez a Buenos Aires hace alrededor de veinte años para proponerme un proyecto. Desde el principio nos entendimos muy bien, nos hicimos amigos, se quedó a comer algunas noches en casa y hasta la madrugada nos quedábamos hablando de la existencia de cada uno. El tiene una vida maravillosa: aventurera, arriesgada, inteligente y muy honorable. Es un gran periodista y muy buen productor de cine y televisión. Aquel primer proyecto no pudo hacerse. Tampoco los siguientes. Pero hace cinco años me propuso escribir el guión de Noticia de un secuestro. Por supuesto que, enseguida, le dije que sí. Que lo haría. Noticia de un secuestro, como Crónica de una muerte anunciada, son crónicas escritas en estilo periodístico. Y me explico: esto no engaña a nadie porque posee toda su sabiduría de enorme escritor y la utiliza. Entonces, va y viene en el tiempo, mezcla cosas de una manera magnífica y por eso su literatura es como es. Pero una película no es una novela. Entonces, había que pensarlo mucho. Y lo pensé mucho. Tuvimos como cinco años de tratativas. No conmigo, por supuesto, sino con Carmen Ballcels, la agente literaria de Gabo. Cada tanto García Márquez la llamaba y le decía: “Pero, Carmen, ¡déjate de embromar! Te he dicho que éstos son mexicanos. No son norteamericanos. No pueden pagar más que esto. Y yo quiero que hagan esta película”.
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