A fines de 2021 ocurrió la venta de una pintura titulada Salvaje y libre por 23.500 euros al coleccionista alemán Peter Esser. La firma del “artista” es Pigcasso (adaptación del apellido Picasso, célebre pintor español cubista, donde la letra g antes de la c crea la palabra inicial Pig, que significa cerdo en inglés). Y dicho nombre corresponde a un ejemplar porcino de 6 años, hembra, que habita en la región del pueblo Franschloek, Sudáfrica. Más precisamente en Farm Sanctuary SA, granja regenteada por una tal Joanne Lefson que, a su vez, se hace llamar “artista”. Ya en junio de 2020 National Geographic publicó un video en YouTube titulado “Conoce a Pigcasso, el cerdo pintor”.
La chancha tiene cuenta en Instagram (@pigcassohoghero), y ninguna noticia aclara si el ejemplar administra la misma (no sería extraño, considerando los especímenes que utilizan dicha red). Lefson salvó al animal de ir al matadero en 2016 y dice que de inmediato mostró interés por la expresión pictórica, por eso lleva confeccionadas 400 pinturas. La artista reconoce que con esto tenía como objetivo mostrar que los animales están dotados de inteligencia y creatividad. Y agrega: “Quería que Pigcasso creara algo que nunca antes se había hecho. Un lienzo muy grande, más grande que la vida, que podría cuestionar el valor intrínseco de una obra de arte creada por un animal”.
Lefson asegura que quería demostrar que los animales también están dotados de inteligencia
El lector habitual de estas páginas puede suponer que los párrafos anteriores son una performance literaria para derivar a otro tema. Pero no, en pleno siglo hipertecnológico, una sudafricana tiene “la chancha y los veinte” en el mercado del arte internacional. Porque es tanta la producción de lienzos, que Lefson inauguró una galería en el granero, llamada Oink. Como aval académico a esta propuesta, Virgina Mackenny, profesora de la Universidad de Ciudad del Cabo, expresó: “Cuanto más dinero pueda gastar en bienestar animal para educar a los humanos sobre lo que sienten y perciben, mejor. Entonces yo diría: ¡Vamos Pigcasso! ¡Que tus pinturas aumenten de valor!”. Subrayemos esto: “Lo que sienten y perciben” será relevante.
Pero esto no ocurre sin un anclaje en el pasado. En diciembre de 2019 se exhibieron 55 pinturas en la Mayor Gallery de Londres. Era la obra de Congo, un chimpancé “artista”, que fue propiedad de Desmond Morris, verdadero dueño de los cuadros. Morris fue divulgador científico, pintor abstracto, etólogo, y en la década del 50 tenía un programa en la televisión inglesa que transmitía desde el zoológico de Londres: Zoo Time. La leyenda mediática dice que el simio ante el lienzo y las herramientas, de manera natural, acometió en su arte.
En 1957, cuadros de Congo se exhibieron en el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres. Varios artistas respondieron al evento comprando, uno de ellos fue Picasso. Joan Miró cambió dos de sus obras por una de Congo, aumentando la cotización. Menos dadivoso, Salvador Dalí aprovechó la instancia para apuntar a la situación del mercado del arte. Ante la obra del primate, expresó: “La mano del chimpancé es cuasi humana; ¡la mano de Jackson Pollock es totalmente animal!”. Morris, hoy con 91 años, vendió casi toda la producción de Congo, quien murió de tuberculosis en 1964, luego de diez años de existencia.
En 2005, por ejemplo, vendió tres obras por US$ 25 mil. Pero existe uno que no piensa sacar a la venta: Split Fan Pattern resulta para Morris la pintura clave en su investigación. En un principio, Congo pintó representando el patrón con el que su especie teje hojas y ramas en los árboles para establecer un nido. Vale decir, representaba la forma básica para la supervivencia y perduración. Eso sí, siempre en cautiverio. Por alguna razón, dice Morris, Congo alteró el patrón, al que llama abanico. Él sostiene que fue para mejorar la composición pictórica, que así tomó una decisión estética. ¿No es esto asumir la posición de la profesora sudafricana sobre que los humanos tenemos pleno conocimiento sobre lo que “sienten y perciben” los animales?
Casi cien años atrás, Kafka escribió un cuento titulado Un artista del hambre. El tema: el ayunador exhibido en jaula poco a poco se disuelve y su lugar lo ocupa una pantera. ¿Consagra así su arte? En esa lógica, ineludible, tal vez Congo repetía en los cuadros el patrón de la especie porque añoraba en esa forma la razón de su existencia. Y entonces el cambio no fue estético, sino que manifestaba esa imposibilidad por el avance de la tuberculosis. Sentía el final. Cada obra de arte de un animal, al venderse, repite un sombrío destino.