Después del atentado a Charlie Hebdo sabemos por el periodismo político internacional, que sólo se interesa por la literatura cuando ésta se interesa por la actualidad, que en “Sumisión”, el último éxito de Michel Houellebecq, existe un protagonista misántropo -pero no lo suficiente para descartar algún tipo de optimismo- que da clases en la Sorbona sobre Joris-Karl Huysmans (1848 - 1907).
Huysmans perteneció al grupo de escritores naturalistas de Médan, liderado por Zola, quien llevó a la literatura de su época a padecer una altísima tasa de plomo en sangre. Pero Huysmans cambió el rumbo cuando escribió “A rebours” (1884), traducido en la edición de Librerías Fausto de 1977 como “Al revés”.
“Al revés” es una obra maestra que leída hoy sigue siendo futurista en sus preocupaciones acerca del funcionamiento estúpido del mundo, las formas conservadores de la novela (sobre las que Zola intentó ejercer un comisariado) y el acto de vanguardia como un ejercicio de violencia. Todo apunta desmitificar la inteligencia, el gusto y el poder burgués. La enemiga ideológica de Huysmans, para no decirlo en francés, es la pelotudez. Y en esa guerra en la que se impone de un modo conmovedor aunque no le gane a nadie (la literatura es la ciencia de los perdedores), lo que hace es prepararse el terreno para el retiro espiritual y físico en un monasterio trapense.
Primero escribe “Al revés”, donde funda una plataforma de vida cotidiana totalmente personal, sin obedecer a ningún régimen precedente, y en la cual inspirarse algunos años más tarde para que la vida pueda tener la realidad de su literatura.
El protagonista de “Al revés”, des Esseintes, liquida unos bienes, abandona el ruido mundanal de París y compra una casa de retiro en Fontenay. La situación tiene un origen típicamente burgués, pero sólo lo tiene para violentarlo. Porque des Esseintes es un heredero que destina a invertir la carga cultural, es decir la inercia, que conllevan las herencias. Si des Esseintes propone llevar la excentricidad a límites que ningún personaje de la literatura ha tenido antes, es porque se trata de un burgués que no puede “consumir”. Su historia es la de alguien que reduce la excentricidad a la individualidad, y el acto snob y automático de consumir a la experiencia de crear. El individuo es el dios de sí mismo. Ese es el principio de la filosofía “de hecho” que des Esseintes pone en marcha en su mansión customizada de Fontenay.
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La inteligencia de Huysmans no es menos intensa que la libertad que le da a su héroe des Esseintes para actuar. Con una salvedad: la de que sea el narrador, tan parecido a él, quien se encargue de opinar. Los comentarios del narrador sobre la poesía francesa del siglo XIX, la literatura de la antigua Roma, la calidad de las distintas piedras preciosas en boga y los colores que deprimen o levantan el ánimo son verdaderas obras de arte que aparecen y se desconectan como un golpe de luz.
Des Esseintes hace para que su narrador piense. Una habitación de su casa está montada como un barco, rodeada de un acuario y una iluminación que no tiene nada que envidiarle a la naturaleza, esa “vieja chocha”. El narrador interpreta: “viajar le parecía una pérdida de tiempo, puesto que creía que la imaginación podía suministrar un sucedáneo más que adecuado a la realidad vulgar de la experiencia vivida”.