Hagamos un esfuerzo de autocensura para referirnos a Trayectoria de Goethe (1954), de Alfonso Reyes, sin el auxilio de Borges. A cambio de ese déficit podemos entrar en tema a través de Carlos Monsiváis, quien presenta a Reyes como alguien que desde muy temprano “adopta el programa de la utopía personal y colectiva que va del conocimiento a la creación, de la creación al conocimiento”, y a Goethe como el “arquetipo renacentista” para los escritores de América Latina.
Monsiváis insiste en recordarnos que Reyes citaba como programa personal y colectivo la frase de un campesino español: “Todo lo sabemos entre todos”. Sin embargo, Goethe es para Reyes el súperhombre de la totalidad, un Da Vinci de la lengua capaz de maniobrar con destreza en todos los campos menos -curioso en un alemán- en el del pensamiento. Desde los 14 años, Goethe se identifica con el camaleón y habla, según Reyes, de “anonadar a sus adversarios con la naturaleza de Proteo”.
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Ya estamos en el interior de Trayectoria de Goethe, un libro impulsado por los accidentes de las conmemoraciones. Reyes escribe unos párrafos sobre el centenario de la muerte de Goethe, en 1932; y en 1949 los revisa y los amplía con motivo de los doscientos años de su nacimiento. Lo que para el propio Reyes es una “verdadera rosa de los vientos” que crece de un modo dramático aspira a organizarse y convertirse en “una colección de estudios goetheanos”. Nada más alejado de la realidad. Trayectoria de Goethe es, por donde se la mire, una ficción biográfíca. Todo el conocimiento de Reyes sobre Goethe no se descarga sobre el registro entre aséptico y cínico del ensayo (a los ensayos los hace siempre un autor disfrazado de sistema o de máquina, lo que no impide que se filtre su romanticismo) sino sobre la modalidad de la novela histórica. No en el sentido de las bazofias que acometiera más tarde el argentino Abel Posse, ni tampoco como lo hicieron Gabriel García Márquez inspirándose en Bolívar y Augusto Roa Bastos inspirándose en Francia, con los deniveles propios de un concurso de talentos.
Lo que hace Reyes, además de darle a un escritor el estatus de un objeto de poder (para él, Goethe es el Bolívar de los intelectuales latinoamericanos), no es contar la línea histórica de una biografía, como ocurre con García Márquez, ni descender hasta el último nivel de intimidad del personaje, como ocurre con Roa Bastos. Su propósito es pesquisar y reproducir la dinámica vital de Goethe. Para leer este libro, más vale hacerlo con un plano de Europa en la mano para comprobar que Goethe es un conquistador del espacio. Leipzig, Francfort, Weimar, Italia, Marienbad: en cada lugar que se estaciona clava su bandera. Pero también sucede que el tiempo biográfico de abre en el espacio hacia esos rubros naturales que implican las mudanzas, como las “conexiones” y el amor.
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La novela que escribe Reyes se desprende de la bibliografía de Goethe, lo que le sirve para cocederle volúmen dramático al personaje. ¿De qué sirve escribir una biografía sino para dar vida e incluso vivir a través del biografiado? Cuando leemos: “¡Qué felices días los de Italia!”, sabemos que Reyes logró el milagro de sentir en nombre de Goethe.