“Aquí tu libertad, aquí tu intención apelmazada de ser pájaro, aquí la piedra de tu risa, aquí mi boca arriba y gritando, buen díaaaaa”, comienza Miguel Abuelo entonando "Buen día, día". Tema libre, conexión aparentemente inconexa de asociaciones y a la vez llena de disparos a la sensibilidad, en esa misma clave se puede comenzar a leer El sueño de la vaca y el tatuador de camellos, la novela reciente de Ezequiel Alemian editada por Blatt & Ríos.
En la escena hay un circo, un protagonista al que las narradoras del relato apodan Notre Dame y dos líneas temporales: la de ese dramaturgo que no puede concluir ninguna obra -ni siquiera puede concretar una cita amorosa- y la de quienes relatan, situadas en una especie de futuro avasallado por las fuerzas naturales donde, por ejemplo, “lombrices, babosas y caracoles en disolución terminaron entremezclándose y dando forma a unos enormes cuerpos ovoidales, del tamaño de un cerdo (…) les crecía una pata anfibia una cola de delfín, dos cavidades para los ojos, o se les marcaba un tajo balbuceante como si fuese una boca”.
Pero mucho antes de llegar a este libro, Ezequiel Alemian estuvo vinculado al grupo de poetas “de los noventa” que orbitó en torno a la revista 18 Whiskys. “En el almanaque de 1990, un dardo quedó, clavado para siempre, hizo blanco en nuestra juventud, maravillosa”, dice uno de los fragmentos del poeta Rodolfo Edwards, en un texto reciente dedicado “a los muchaches de 18 Whiskys”. Si bien aquel acercamiento iniciático quedó muy atrás en la memoria y el presente de Alemian, sigue siendo una referencia para pensar a una generación de escritores.
Además, fue becario del Laboratorio de Prácticas Artísticas Contemporáneas del Centro Cultural Rojas, seleccionó y tradujo, junto con Malena Rey, Oulipo: ejercicios de literatura potencial. Como autor, publicó entre otros títulos: Me gustaría ser un animal (2003), Una introducción (2014), Onnainty (2015) y El regreso (2017).
Feria del libro: novedades, visitas internacionales y actividades recomendadas
En 2014 la editorial Excursiones publicó Impresiones, un libro que recoge varias de sus reseñas y perfiles que publicó como periodista en diversos medios. Allí, en un texto sobre El náufrago, de Cesar Aira escribe algo que revela su postura al hacer sus textos: “Los relatos de Aira parecen cifrar una posición, si se quiere conceptual fortísima. Como si fuesen más todavía: manifiestos. En la longitud de los textos, en su entonación argumental, en las búsquedas desarrolladas se adivina una tensión a abandonar el relato para hacer de la escritura la expresión explícita de un enunciado crítico con respecto de la literatura”.
En Impresiones aparecen, además de Aira, Charles Bukowski, Jean Genet, Manuel Puig, Enrique Symns, Darío Cantón, Fernanda Laguna, entre otros. Un libro donde quedó aquello a lo que Alemian no se dedica más: el periodismo.
Criado en una casa de filósofos, el escritor no era un joven demasiado social y encontró durante veraneo en Villa Gesell a otro joven que usó como referencia de quien podía llegar a ser. Para eso comenzó a imitarlo y le pidió prestado uno de sus libros de Lovecraft. “Leer fue un refugio de mi nerdidad”, reconoció. “Ahora leo de todo, leo mucho en francés porque disfruto leer en otra lengua y además me gustan mucho”, contó a PERFIL.
-¿Por qué elegiste el circo como disparador?
-Porque me centré en la idea del payaso. El circo es un lugar donde ocurren acciones rutinarias al borde del ridículo, como en las películas de Buster Keaton, como esa acción que no tiene una reflexión detrás. Intenté pararme argumentalmente ahí, como que no hubiese un sentido del relato más que la sucesión de los gags como un punto extremo, para que también eso fuera una especie de crítica de la novela. Invertir eso y decir: la novela es una payasada.
-Los animales están muy presente en el relato a veces en forma tierna y en otras, terroríficas...
-Eso es parte también de la búsqueda de mundos donde la acción no fuera fácilmente descifrable o, por el contrario, fuese tan descifrable que no diga nada. Yo quería separar la acción de su sentido, como si uno pudiese contar algo y que no lo pudieses vincular rápidamente con un sentido, ni siquiera en términos de lo absurdo. A mí me gusta mucho Raymond Roussel que es un tipo de principios del siglo pasado que por ejemplo en Impresiones de África hay un viaje en un transatlántico hacia Argentina y encalla en África y ahí aparecen situaciones que te hacen perder en la descripción y que nadie sabe muy bien cómo clasificarlas. Son como máquinas de imágenes, máquinas de funciones narrativas, pero como tales no funcionan bien, es decir, aparece una máquina que está formada por un pistón, un mono y un tanque de agua y adentro hay una mujer que baila y que abajo del agua recita un poema… todas cosas así.
“El sueño de la vaca y el tatuador de camellos”
El relato se dispara a través de la historia de Notre Dame un dramaturgo de familia circense con una vieja obra inconclusa. Hay un grupo de aficionados que planean ponerla en escena en un pueblo de la costa y él sin demasiada reflexión decide emprender ese viaje para encontrarse con su propia obra. El camino, tanto el de la lectura como el de la historia es sinuoso, las narradoras cuentan y discuten cómo contar mientras su mundo parece destruirse.
Aunque no es un relato típico, las imágenes que construye Alemian resultan estimulantes. Se lee de a pequeños saltos, jugando el juego. Quien se deje atrapar por este libro sentirá que se adentra en el sueño de alguien más o el suyo propio. Como sucede con algunas películas de David Lynch en las que no hay que buscar un sentido, sino dejar que la imagen haga lo suyo.
-¿Trabaja con sus propios sueños o cómo construye esas realidades oníricas?
- Me interesa trabajar con los sueños en los que no se puede reponer un sentido, como relatos que no te relatan nada. Porque en definitiva lo que me pregunto en el libro es cuál es el sentido del relato hoy, el más novelesco o narrativo. Por otro lado, tengo sueños que van completamente en contra de mi vida y al mismo tiempo son tan lógico y tan fuertes, que me pregunto qué es más verdad lo que sueño o la manera en que intento llevar mi vida ¿No debería llevar mi vida como sucede en mis sueños? Me despierto contento y pienso ‘ah es lo que tengo que hacer’ y al cabo de unos minutos se te va la sensación y me doy cuenta que era una tontería.
-¿Por qué eligió narrar en femenino y en plural?
-Porque me preguntaba quién es el que narra, quién es el que da sentido. Cuando escribís no podés no preguntarte qué sos como narrador y no podés trabajar desde una respuesta, tenés que trabajar desde la pregunta.
La ciencia ficción escrita por mujeres
- ¿De dónde surge esa elección de un presente apocalíptico donde ubica la narración?
-Porque hace poco empecé a descubrir ciencia ficción escrita por mujeres, que difiere de la que hemos leído durante años de tipos geniales como Philip Dick o J. G. Ballard. Hay algo en su planteo que está mal. Por ejemplo, recuerdo un libro de los sesenta que leí -pero no recuerdo la autora- hay una mujer a la que visita en sueños un ser que viene del futuro y la lleva al futuro en sueños a conocer cómo es. Este personaje del futuro le explica que está estudiando y eligió estudiar el año 1960 y que por eso lo habían enviado a ese pasado. Cuando la mujer llega a ese 2700 le dice que es muy raro ese mundo porque es como el delta, con chozas en el medio de la selva y una choza central donde comen. No hay edificios, no hay cemento. Frente a esto ese personaje del futuro le contesta que era rara la fantasía que tenían en los 60’s de las grandes ciudades, si ya eran el fracaso en la época de la protagonista. Y me parece obvio, en cambió las grandes obras de la ciencia ficción siempre se centran en grandes ciudades como ocurre en Blade Runner, por ejemplo. Y eso no es el futuro, el futuro va a ser el delta y gente viviendo en un estado más selvático. Me encontré con una imaginación completamente distinta del futuro. Hay otro libro de Octavia Butler que también me fascinó, que sus protagonistas con como gusanos, son como seres mucho más interesantes para pensar el futuro, que no son tecnológicos, no son militares, no son heroicos, manejan otro paradigma que ya debe estar súper estudiado, pero que yo lo descubrí ahora, tarde.
En contra de la novela/ A favor de la novela
Además de esos escenarios de ensoñación que se despliegan en el libro y los debates sobre la narración que incorporan las narradoras aparece lo que podría llamarse lo humano. Allí Notre Dame está solo y lo siente. En su torpeza intenta acercarse a otra persona y es un camino que no termina de concretarse por timidez, por inexperiencia. Este protagonista, que no puede concluir su obra tampoco puede relacionarse y sus intentos por lograrlo no funcionan del todo.
“Son todos personajes torpes tratando de tener su vida”, admite Alemian y agrega: “Esta novela me permitió animarme a muchas cosas que no me animaba, porque en mis otros libros hay una cosa más distante”. “Voy a decir algo que no pensaba decir: que este es el primer libro que escribo después del nacimiento de mi hijo y eso me cambió muchas cosas, me relajé en eso de pensar que no soy un soldado en el combate de llevar la literatura a su máxima expresión, si no que soy una persona que se está expresando, y no me importa si me expreso en términos viejos, que al mismo tiempo eso me libera”.
“En este libro me permití trabajar más con sentimientos, que mis otros libros no son para nada así. Al fin de cuentas yo me siento un narrador y quería escribir una narración y ver qué pasaba y me estaba haciendo el gil con la narración, por mis propios prejuicios”. “Además escribiendo la pasé bárbaro”, concluye Alemian.
“¿Cuántas décimas de segundo de felicidad se necesitan para contrarrestar una existencia de padecimientos?”, se preguntan las narradoras en el libro que no esquiva el dolor y no le faltan los famosos “gags” a los que refería el propio Alemian que comienzan desde el mismísimo título.
cp