En los últimos años, en la literatura de ciencia ficción –y también en el cine, e incluso en los videojuegos– se ha vuelto cada vez más recurrente abandonar el punto de vista humano y contar la historia desde la perspectiva de robots, o de máquinas. Así lo hace, entre otros, Kazuo Ishiguro en su última novela, Klara y el sol (2021), Ridley Scott –y otros directores– en la serie Raised by Wolves (2020), y ahora se suma también el escritor español Jorge Carrión, en cuya última novela, Membrana (Galaxia Gutenberg), hay una IA que, por un lado, va reconstruyendo la historia del siglo XXI a partir de los objetos de un museo dedicado a esa centuria; y por otro, va dando cuenta de su propia genealogía, compuesta por todas aquellas “abuelas”, “madres” y “madrastras” que hicieron posible su existencia.
En términos conceptuales, podría decirse que el autor, con quien dialogamos, construye un auténtico dispositivo de “literatura menor”, en el sentido de Deleuze y Guattari –hay una desterritorialización de la lengua; hay conflictos que son, en esencia, políticos; hay un dispositivo colectivo de enunciación–; pero también hay otros puntos interesantes. Uno de los tantos es que se toma –bastante– en serio el porvenir, y eso no es tan frecuente.
En un contexto donde la ciencia ficción suele trabajar sobre el pasado –desde la ucronía, el steampunk–, o postular presentes alternativos, tanto el texto de Jorge Carrión como algunos otros –un ejemplo puede ser Sinfín (2020), de Caparrós, autor que aparece en la dedicatoria de Membrana– demuestran que todavía se pueden seguir pensando algunos futuros posibles, y no necesariamente en clave de sátira o delirio.
—¿Te parece que es así?
—Yo creo que no hay nada más humano que la previsión, es decir, la previsión. Pienso en el Oráculo de Delfos o en los sueños, que como ha explicado el neurólogo brasileño Sidarta Ribeiro son predictivos y nos ayudan a imaginar escenarios de futuro inmediato, para ir preparándonos, adaptándonos a ellos.
Recuerdo que mi profesor de historia de secundaria nos explicó que la meteorología y la anotación de las crecidas del Nilo fueron una fuente de poder para los faraones, porque podían gestionar mejor la producción de grano y porque podían controlar también mejor a la población.
De algún modo un escritor de ficción especulativa trabaja el revés, no quiere controlar nada, no quiere producir nada rentable, no quiere preparar el cerebro para el mañana, a lo sumo aspira a que el lector pueda, después de la lectura, comprender un poco mejor su presente.
—El narrador de “Membrana” afirma varias veces algo que se viene escuchando en los últimos años: eso de que la ciencia ficción es el nuevo realismo. ¿Vos, como autor, estás de acuerdo con eso?
—Sí, de hecho lo he dicho también en artículos y ensayos. En Lo viral, por ejemplo. Es uno de los escasos momentos de la novela en que la narradora dice lo que pienso, porque en la mayor parte de las páginas delira o piensa de un modo opuesto al mío y a los humanos, desde un lugar otro.
Fue una locura escribir desde ese lugar posthumano, como una máquina del año 2100, en plural, en femenino, pero sin cuerpo ni género. Fue una experiencia de escritura muy rara. Todavía no me la explico.
—A lo largo del libro hay muchos pasajes metaliterarios que van configurando una poética muy singular, donde lo abstracto ocupa un lugar preponderante, y eso no es algo habitual, ya que desde hace mucho se insiste con que la literatura debe dejar afuera lo abstracto. ¿Qué pensás al respecto?
—Que Membrana está en contra de los dogmas. La literatura a menudo está donde no se la espera y la novela que importa ha encontrado siempre nuevas formas, también inesperadas: pienso en la tradición cervantina que conduce a La pasión según G.H, Respiración artificial, Austerlitz o 2666.
Se me ocurrió que la novela tendría forma de catálogo y, en ese momento, los personajes humanos pasaron a ser secundarios, y la arqueología cultural de la tecnología y las ideas fuertes pasaron a primer plano. Como lector, prefiero las ideas a las historias.
Me emocionan las ideas sorprendentes, laterales. Membrana, supongo, está en sintonía con mi yo lector. Es una novela de ideas, aunque por supuesto también tiene una trama y hasta terrorismo, amor, traiciones, violencia, telenovela.
—”“Membrana” constituye un digno punto de fuga de la novela tradicional. ¿Creés que la forma de la novela tradicional está en crisis?
—La literatura está siempre en crisis. Pero es cierto que vivimos en una época en que conviven todas las estéticas: hay narradores orales, novelistas decimonónicos, poetas románticos, instagrammers que escriben como poetas post-románticos, dramaturgos clásicos y postmodernos, autores y autoras vanguardistas, literatura digital o trans... De todo.
Y el mercado y la academia parecen felices con esa variedad. Mi opción particular en la de intentar trabajar en el departamento de I+D de la literatura, bueno, de la narrativa, también mi podcast Solaris o mis guiones de cómics se pueden leer así.
Tal vez sea absurdo, pero en el interior de mi cabeza tiene todo el sentido.