CULTURA
Entrevista a paula pérez alonso

Con los libros nunca se sabe

En “Kaidú”, quinta novela de Paula Pérez Alonso, escritora y editora, la trama gira en torno a Aína y la relación que inicia con el perro de su novio. La narración se entabla desde una perspectiva que, en la medida de lo posible, esté exenta de antropocentrismo, y desde la cual no se le conceda ningún privilegio epistemológico. De lo que se trata es de correr al ser humano de la centralidad.

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Pérez Alonso. Para la autora, la ficción sigue apegada a los formatos del siglo XIX. Pero hoy hay más productores que consumidores. | néstor grassi

En los últimos años, la literatura argentina se ha vuelto un territorio prolífico en la producción de subjetividades maquínicas, o cogitos posorgánicos. Desde Aira hasta Guebel, desde Schweblin a Caparrós, cada vez son más los escritores que han recurrido a la figura del robot, el cyborg, el androide o los autómatas. El motivo más ostensible es que se trata de tecnologías que, de un modo u otro, ya están conviviendo con nosotros. Pero también podemos aventurar otra hipótesis, que es que a lo mejor estamos en una época donde vuelve a ser interesante pensar al hombre, no sólo como individuo, sino también como especie, y una de las formas de hacerlo es, justamente, oponiéndole este tipo de alteridades radicales; aunque por supuesto también puede haber otras. En el caso de Kaidú (Tusquets), la última novela de la escritora y editora Paula Pérez Alonso, con quien dialogamos, el Otro no es un androide sino un perro, pero la indagación ontológica y metafísica sobre el ser humano es más o menos parecida. Como en muchos relatos de ciencia ficción –y el epígrafe de Donna Haraway habilita una lectura desde este género–, de lo que se trata es de correr al hombre de la centralidad: sopesarlo desde una perspectiva que, en la medida de lo posible, esté exenta de antropocentrismo, y desde la cual no se le conceda ningún privilegio epistemológico. Eso es por cierto lo que diferencia esta novela de muchas otras que han abordado este tema, y Paula esto lo sabe: 

—En los últimos años yo leí mucha literatura sobre perros y me di cuenta de que lo que estaba escribiendo era distinto. Por eso dije, bueno, voy a publicarlo. Me parecía que era mucho más extremo, en el sentido de que quita al hombre de su lugar de superioridad, de dominio. Kaidú pone una bomba a ese mundo de jerarquías, y también Juan, que lo trata como un par, más allá de que tenga que ocuparse de él.

Grosso modo, la novela gira en torno de Aína, una mujer para quien el encuentro con Kaidú, el perro de su novio, representa todo un acontecimiento, en el sentido que le da Žižek: un “momento de iluminación” que implica “desenredarse de la tela de araña de la realidad ilusoria” y “entrar en el vacío del Nirvana”. Así, el perro funge como una suerte de maestro que guía a la protagonista a un progresivo abandono del logos, del deseo de entender, en pos de incorporar un modo de estar en el mundo fundado en las emociones, o en el pathos, en un movimiento que podría pensarse como sintomático de lo que viene ocurriendo desde hace algunos años en Occidente, donde las emociones están cada vez más en la centralidad. 

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—¿Vos lo ves así también? 

—Sí. Lo emocional ha ocupado un lugar bastante central, y no deja pensar... Eso es bastante complicado. Porque sabemos cómo lo emocional te lleva a no poder hablar con alguien que no piensa como vos. No poder discutir con gente que no piensa como uno, o compartir mesas o conversaciones con gente que piensa de otra manera. Yo siempre me pregunto a quién le estamos haciendo el juego, y creo que le estamos haciendo el juego a la gente más ignorante, más precaria, que todo el tiempo está apelando a la reacción emocional para conseguir adoctrinamiento, o adicción a ciertas ideas. 

—En la novela hay muchas referencias a filósofos, y también muchos guiños. Hay como una convergencia del discurso literario con el filosófico, ¿no? 

—Sí, a mí la literatura me lleva a la filosofía. Me lleva a Deleuze. Él con Guattari trabajaron sobre cómo liberarse de la prisión a la que está destinado el hombre. Cómo salirse de todos esos formatos que nos van encerrando en distintas cárceles o prisiones. De todas formas, no hay ningún afán de señalar o de moral; lo que intenté es mostrar sin señalar ni explicar, decir sin decir, mostrar sin enseñar, y la paradoja es que podría decirse que sucede una educación sentimental y que es una novela de un descubrimiento. Me interesa lo ambiguo en contra de lo esencialista y los estereotipos cristalizados; lo que ocurre en una existencia fronteriza que sea liberadora, que sea un devenir, que no concluya.

—Desde tu rol de editora, ¿cómo ves la literatura argentina en la actualidad? En la última entrevista me acuerdo que me dijiste que hay muchos escritores que siguen escribiendo como si estuvieran en el siglo XIX... 

—La ficción sigue muy apegada a los formatos del siglo XIX, sí. Hay mucha gente que prefiere leer ese tipo de gran relato ordenado y nítido, y escritores que siguen escribiendo así, algo que sería impensable en la música o en las artes visuales. Es un momento en que se escribe y se publica muchísimo, como dice Boris Groys, hay más productores que consumidores. Esto es un problema. La rueda sigue, todo es más fugaz, hay más libros, la atención se diversifica. Por suerte, mientras las grandes editoriales se concentraron cada vez más, aparecieron muchas editoriales pequeñas y medianas que publican con pasión y apuestan por textos aparentemente menos comerciales y muchas veces venden varias ediciones. Con los libros nunca se sabe.