CULTURA

Deuda pagada

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Durante muchos, demasiados años, me la pasé recomendando a Stephen Dixon a amigos y editores. Libros donde aparecía o reaparecía un tal Gould Bookbinder o donde seguíamos las idas y vueltas de Hill y de Magna, o –en I. y End of I.– asistíamos al modo en que las ficciones se iban armando dentro de la cabeza de un Stephen Dixon de no ficción o algo así.
Los primeros (los escritores) me lo agradecieron, los segundos (los editores) me ignoraron.
Y, con esa mezcla de alivio y angustia que provoca todo secreto hecho público, me alegra que haya sido Eduardo Berti (amigo y editor) quien lo haga re/conocido para el lector en castellano. Me alegra sobre todo porque Berti (también excelente escritor) descubrió a Dixon por las suyas (no fue un amigo o un editor de ésos a los que les recomendé a Stephen Dixon), y un día me llamó por teléfono y me preguntó si me interesaba escribir unas palabras de entrada o de salida a una selección de cuentos de Dixon.
Oferta que –como se ve, como se lee– acepté encantado. Pocas cosas más agradables e irresistibles, imposibles de rechazar, que escribir un poco sobre alguien del que tanto has leído y que tanto te gusta.


*Extracto de Apuntes para una teoría del escritor insular, prólogo a Calles y otros cuentos
(Eterna Cadencia)