CULTURA
Entrevista

Jorge Fernández Díaz: "El espionaje político es incontrolable"

Remil, el agente de inteligencia que ya protagonizó varias novelas de Fernández Díaz, regresó, y esta vez debe investigar a un sindicalista que plantea levantarse en armas contra el gobierno. Todo en el ambiente donde Remil suele moverse, donde abundan carpetazos, difamaciones y guerra entre espías.

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Fernández Díaz. Nacido en 1960, mezcla en sus libros periodismo y literatura, investigación y ficción. La traición es su último libro. | cedoc

“¿Qué pasaría si alguien que juega a los 70 de pronto se toma el juego en serio y desata un desastre?” Jorge Fernández Díaz, con quien hablamos, dice que esa fue la pregunta que motivó la escritura de su nueva novela, La traición (Planeta), donde aparece nuevamente el personaje de Remil: un agente de inteligencia que opera en los negocios turbios de la política y que, en este caso, debe investigar a un sindicalista y ex guerrillero que planea levantarse en armas contra un gobierno, el de Macri –el autor no lo dice, pero se infiere–, que considera dictatorial. En la trama se advierte una buena parte de todo ese detrito político al que asistimos en los últimos años: carpetazos, noticias mediáticas utilizadas para difamar, guerras entre espías, espionaje ilegal. La intriga llega incluso hasta el Vaticano, donde se muestra a un Papa menos preocupado por cuestiones religiosas que por la política doméstica argentina. La narración tiene por cierto un componente ideológico muy ostensible: el punto de vista de Montoneros, o del progresismo, aparece casi ridiculizado y la visión de los personajes es muy similar a la que manifiesta el autor desde el periodismo. Se trata, en este sentido, de un thriller político entre cuyos objetivos uno reconoce el de persuadir al lector de ciertas ideas e intervenir en la coyuntura política del presente. Desde esta perspectiva: 

—¿Se te podría pensar como “escritor comprometido”, esa categoría que uno generalmente asocia a escritores de izquierda? 

—Sí, yo me siento un escritor absolutamente comprometido con la política, y eso se mezcla también con mi oficio de articulista o polemista político. Soy un escritor político. Que es algo que yo no busqué: fue accidental, como muchas otras cosas que me ocurrieron. Lo que sí se fue armando de manera deliberada fue esto de crear un personaje de serie, de thriller, que fuera creíble. Vos sabés que, como dijera Borges, el gran problema de la novela negra en Argentina es que el lector no confía en la policía, y Remil es una respuesta a eso, en el sentido de que Remil es un criminal de Estado. No es un abnegado comisario, ni nada. Además no son novelas de buenos contra malos sino de malos contra peores. 

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—Y como criminal de Estado es un personaje verosímil... 

—Sí, claro... Además yo quería una novela de espionaje, pero aquí el espionaje es político. Y, por otra parte, me dio la impresión de que el thriller político, que tiene una amplia tradición anglosajona, en la Argentina nunca tuvo una tradición. El thriller político siempre se basa en dos cosas: en unir la imaginación con el conocimiento. 

—¿Y qué fuentes utilizaste para obtener ese conocimiento? 

—Mirá, yo no critico a los periodistas que se reúnen con agentes de inteligencia. Creo que aquí y en todas partes del mundo el periodismo de investigación se hace entrevistando a Drácula, tomando café con Frankenstein. Sin embargo, siempre me cuidé como periodista, y me cuido incluso como novelista, de no ser intoxicado por los servicios de inteligencia. Yo le tengo terror a tomar un café con alguien de la AFI que me cuente una historia que sea irresistible y que en realidad me esté dirigiendo para hacer algún daño a alguien. Pero sí trabé relación en estos años con otra clase de espías, que son los que hacen inteligencia criminal. Ahí hay varios remiles que son fans de Remil y que me han contado cosas que me han ayudado. En las novelas de Remil escribo cosas que tienen equivalencia en la realidad, aunque no son novelas en clave. 

—Una vez un periodista y escritor que también escribe novelas políticas me dijo que muchas veces tuvo que utilizar la ficción para contar aquello que no podía contar desde el periodismo. ¿A vos te pasa o pasó algo parecido? 

—Sí, eso me pasó toda la vida. Cuando estaba en la redacción de Timerman, yo tenía 24 años, era cronista policial, y sabía perfectamente cómo funcionaba en ese momento la industria del secuestro o la mafia del fútbol. Y decía: “¿Por qué no contamos esto que sabemos?”. Lo decía por ejemplo en la sobremesa, donde había grandes redactores que me decían: “Bueno, pibe, pero esto no lo podemos probar”. Entonces yo propuse escribir una novela negra por entregas, y lo que escribía era lo que no podíamos contar.

—¿Qué pensás de las últimas intervenciones del Gobierno sobre la AFI? 

—Mirá, yo pienso lo que piensa Cálgaris: el día en que cierren los servicios de inteligencia, ese día va a haber más inteligencia que nunca. Porque el problema no es la oferta sino la demanda. Se hará inteligencia en agencias privadas, etcétera. Está muy acostumbrado el poder y en general la dirigencia política a la utilización del espionaje político, no solo en la Argentina. Y, por otra parte, te digo que me parece muy ingenuo creer que el jefe de inteligencia, o el Presidente, o el jefe de Gabinete, saben qué se está haciendo en este momento dentro de las distintas cuevas de los servicios de inteligencia. Es una ingenuidad absoluta. Pero es una ingenuidad absoluta incluso en la CIA, en el Mossad, o en las más sofisticadas democracias parlamentaristas, que siguen muy directamente el tema del espionaje. Yo creo que el espionaje es, en el fondo, incontrolable.