La filosofía de Friedrich Nietzsche opera desde un doble movimiento: la demolición de la voluntad de verdad occidental y la escultura de un perspectivismo constituido en la virtud de la incertidumbre. Los diversos registros escriturarios y el carácter fragmentario del corpus nietzscheano, sin embargo, no obturan que haya una lógica articulada desde la primacía de la potencia vital y una racionalidad metodológica situada en la genealogía.
Ejemplo visible, a nuestro juicio, en su obra más lograda: La genealogía de la moral (de 1887). Analítica de extrema lucidez que deja al descubierto la operación ontológico-política sobre nociones tales como “bueno”, “malo”, “culpa”, “mala conciencia”, “resentimiento” e “ideal ascético”.
La filosofía de Nietzsche es, quizá por primera vez, un pensamiento desde, para y por el cuerpo. La vida biológica es irreductible a toda categoría de la modernidad. Un pensamiento de la afirmación y de la guerra; de un “sí” que implica asimilar el dolor y la muerte, de un conflicto “superado” a través de la batalla interpretativa. Una filosofía construida con el martillo y la danza, con el músculo y la gracia, con la fisiología y la estética. Su rechazo a toda fuerza reactiva que atente contra el despliegue de la existencia implica una estrategia de poder al mismo tiempo que una relación inmanente que determina la vida.
La fertilidad del legado nietzscheano impregna a los grandes maîtres à penser franceses (Foucault, Deleuze, Derrida, Nancy), atraviesa la problemática biopolítica (Agamben, Esposito), otorga herramientas conceptuales para problematizar la cuestión de la deuda (Lazzarato), provee de nociones a determinado feminismo (Butler, Preciado, Haraway) y sostiene teóricamente muchas de las preguntas de la filosofía de la animalidad.
*Doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Di Tella, autor de Los nuevos rebeldes: artífices de sus propias formas de vida.