CULTURA
Pensadora existencialista

Filosofía en 3 minutos: Simone de Beauvoir

Autora de novelas y ensayos filosóficos, Simone de Beauvoir es reconocida todavía hoy como una de las grandes personalidades intelectuales del siglo XX.

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Simone de Beauvoir (París, 1908 - ib., 1986) fue, además de pensadora y escritora, una luchadora incansable por la igualdad de derechos de la mujer. | Cedoc Perfil

Escritora y filosofa existencialista, autora de novelas y ensayos filosóficos, Simone de Beauvoir (1908-1986) es reconocida todavía hoy, se quiera o no, como una de las grandes personalidades intelectuales del siglo XX.  En general, se la recuerda por su amistad con Jean-Paul Sartre, con quien fundó –entre otros– Les temps modernes, quizá la revista cultural y política del pensamiento francés de mayor preeminencia en la segunda mitad del siglo, y por su activismo político de izquierda. En especial, ha quedado en la memoria como icono de la época la visita que realiza junto con Sartre a Cuba en 1960, donde se entrevistan con el Che Guevara y Fidel Castro. Del mismo modo, su participación con Sartre del Tribunal Russell en 1966, en Estocolmo, encargado de juzgar los crímenes de guerra de Vietnam, forma parte de su retrato de intelectual comprometida políticamente. Pero tiende a olvidarse, por razones comprensibles (no justificables), a la Beauvoir que asume la defensa de los derechos de las mujeres y de la legalización del aborto en Francia e, incluso, su decisiva influencia en el surgimiento de la llamada segunda ola feminista en los años 60 con la publicación en 1949 de El segundo sexo, un libro escandaloso en su momento y que hoy es un clásico de la teoría feminista

De hecho, tanto para prolongarla o discutirla, reformularla o interpretarla, esta obra de Beauvoir marca todo el pensamiento feminista contemporáneo, desde La mística de la feminidad de Betty Friedan (1963), Política sexual de Kate Millet (1970) y La dialéctica del sexo: en defensa de la revolución feminista (1970) de Shulamith Firestone –textos claves del feminismo de la segunda ola– a la actual teoría queer de Judith Butler, en cuyos ensayos e intervenciones suele evocarse la frase más conocida de El segundo sexo: “no se nace mujer, sino se llega a serlo”.  Con Beauvoir se comienza a pensar que nacer con un cuerpo de mujer no sólo condiciona la libertad y, por lo tanto, el proyecto vital (el “poder ser” en lenguaje existencialista), sino que no existe ningún esencialismo biológico que determine de antemano el “ser mujer”. Después de Beauvoir, las pensadoras feministas emplean el concepto de género con el fin de insistir que la diferencia sexual es un constructo cultural que se realiza sobre los cuerpos, y a la vez para cuestionar la biología como fundamento de una manera de ser femenina.

Escrita entre 1946 y 1949, El segundo sexo se instala como un nexo entre el movimiento sufragista –primera ola feminista– y el feminismo radical de los años 60-70 y sus derivaciones posteriores, en la medida que el pensamiento de Beauvoir, apoyado en gran parte en el existencialismo sartreano y la filosofía hegeliana, opera un giro sin antecedentes respecto de la condición femenina. Los conceptos filosóficos y éticos de los que Beauvoir parte en El segundo sexo ya los había desarrollado anteriormente en sus ensayos Pirro y Cineas (publicado en 1944, traducida al castellano como ¿Para qué la acción?) y Para una moral de la ambigüedad (1947). Por otra parte, la problemática de ética existencialista (la responsabilidad hacia los otros, la propia libertad en relación con las libertades de los otros, etc.), ya se encuentra novelas como La invitada (1943, Premio Goncourt) o La sangre de los demás (1945). Pero los ensayos componen el sustrato filosófico de El segundo sexo. Sin duda, conceptos existencialistas como la situación en sentido sartreano o la libertad como proyecto, provienen de esos escritos reelaborados respecto de la condición femenina. 

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En otras palabras, la imposibilidad o la inconveniencia de concebir y llevar adelante proyectos vitales no sujetos a la facticidad y el cuerpo biológico de las mujeres como situación, constituyen los núcleos éticos más profundos de El segundo sexo. Para Beauvoir las mujeres no han proyectado su libertad sino, por el contrario, renuncian a ésta para hacerse cómplices de los proyectos de los varones y, de ese modo, aceptan obedientemente los valores establecidos por ellos. Se trata de una situación existencial menos impuesta que consentida por las mujeres e implica la mala fe (concepto sartreano) de retroceder ante las propias posibilidades de libertad y, en consecuencia, convertirse en un objeto, cosificarse. Esto es, Beauvoir entiende que, si la liberación de la facticidad se muestra como posible, no proyectar existencialmente esa posibilidad comporta una abdicación de la propia libertad, cuyo efecto inevitable consiste en la ausencia de ética de la mala fe. En suma, la moral existencialista se expresa a través de los proyectos del existente, como una trascendencia de la existencia fáctica hacia un porvenir abierto.

La mujer como alteridad –como Otra– postula uno de los conceptos centrales de El segundo sexo. Lo cual significa que la mujer se constituye y se diferencia del varón (y no este con relación a ella) como lo inesencial frente a lo esencial, el Otro frente a lo Absoluto (o lo Mismo), en una relación sin reciprocidad. En este sentido, Beauvoir analiza los mitos y la historia de las mujeres para demostrar que el reconocimiento como sujetos entre ambos sexos excluye la reciprocidad y conduce a situaciones desiguales y jerárquicas respecto del reconocimiento social, político y cultural. Por ello, hasta cierto punto, Beauvoir yuxtapone la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo en la lucha por el reconocimiento de las conciencias contrapuestas sobre la situación de las mujeres respecto de los varones. Según Hegel, el amo se reconoce a sí mismo como sujeto a través del esclavo como otro. Sin embargo, aquí hay una reciprocidad mutua (ambos se necesitan) que no se da en el caso de la mujer y el varón, donde la primera es la absoluta alteridad, lo absolutamente Otro, sin dialéctica. Por supuesto, Beauvoir se pregunta por las posibilidades de la mujer de negarse a ser esa alteridad absoluta. 

La teoría feminista posterior recupera varios elementos de El segundo sexo, entre ellos, la distinción entre el cuerpo biológico y la representación cultural de éste (es decir, el género). En cualquier caso, la idea de que no existe una “mujer natural” ya había sido esbozada por la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft en su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792), en la que se sostiene que aquello que se presenta como rasgos naturales de las mujeres (la coquetería, la debilidad, etc.) no son más que efectos de la educación, una producción cultural y social que se pretende natural e inherente al sexo femenino. El antiesencialismo de Beauvoir, en realidad, ha dejado una huella indeleble en el feminismo filosófico contemporáneo. Dicho de otra manera, el dato biológico no contiene ninguna esencia eterna. Según Beauvoir, la mujer “verdadera” es un producto artificial de la civilización patriarcal, de la misma manera que en otras épocas producía eunucos, y sus pretendidos “instintos” (docilidad, maternidad, irracional, caprichosa, cariñosa, detallista, etc.) le son implantados desde afuera igual que al varón el orgullo fálico. 

El segundo sexo es, en definitiva, un cuestionamiento del determinismo biologista sobre el que se funda el supuesto de un género mujer. Conforme con la filosofía existencialista, y Beauvoir es una filósofa existencialista, el ser humano no se resume en la anatomía como un destino sino por su libertad y su proyecto. Ningún dato biológico, psíquico o económico define a la hembra humana. Por el contrario, de acuerdo a Beauvoir, es la civilización patriarcal la que fabrica ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se juzga de femenino. El problema de la mujer es que, como existente, desea también proyectar su propia libre trascendencia, pero la interpretación biológica de su cuerpo la somete a la función de reproducir la especie. Es así que culturalmente se construye la “mujer madre” consagrada al trabajo reproductivo, anclada en el hogar y el cuidado de los hijos como su ser natural. Beauvoir, claro está, desnaturaliza la condición femenina y, por consiguiente, la desigualdad social que tiene su origen en el biologismo. De tal modo – y es la línea que sigue el feminismo de la tercera ola en la actualidad – si el género mujer consiste en una construcción de la civilización patriarcal, se abre la posibilidad de destruirlo y crear nuevas formas de “lo femenino”, por decir así, no condicionas por la representación biológica de la mujer. 

Desde el punto de vista del poder del pensamiento, lo notable es que Beauvoir se convierte en feminista luego de escribir El segundo sexo. Hasta ese momento sus preocupaciones eran otras. Al concluir El segundo sexo – una obra respaldada por una formidable investigación antropológica y cultural – y no antes, se le hizo evidente su situación de mujer y el imperativo ético-filosófico de luchar por los derechos de las mujeres.  En los años 60, se asume como militante feminista y se integra al Movimiento de Liberación de la Mujer (MLF) francés. A partir de allí inicia el diálogo con otras pensadoras feministas de Estados Unidos (como Betty Friedan, quien le dedica su libro La mística de la feminidad) y Europa, mientras su pensamiento sirve para que el feminismo de la segunda ola incluya en el movimiento a lesbianas y homosexuales. Entre 1972 y 1982, Beauvoir es conocida por el público de masas por sus entrevistas televisivas acerca de las luchas feministas. Hasta hoy, El segundo sexo sigue reeditándose y ha sido traducido a casi todos los idiomas. 

*Doctor en filosofía, escritor y periodista
Borges y el anillo del ser (Editorial Verbum) es su último libro
@riosrubenh
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