Fue conscripto del Ejército Francés en los años treinta. Participó activamente de las movilizaciones de Mayo del ’68. Coqueteó con el comunismo, pero criticó duramente el estalinismo. Rechazó el Premio Nobel de Literatura en 1964. A pesar de haber estudiado en selectas escuelas de París como Herni IV y la École Normale Supérieure, Jean-Paul Sartre distó de ser un intelectual aislado de la realidad de su tiempo en una Torre de Babel. Esto no le impidió escribir notables obras de drama y filosofía, que, junto con su actitud irreverente, siguen interpelándonos hasta el día de hoy.
Como todo pensamiento elaborado, la filosofía de Sartre es, en primer lugar, una ontología: se encarga de definir lo que es. Y va más allá: también define lo que no es, es decir, la nada. Sartre comienza por explicarnos qué es ser humanos, por oposición al “ser” propio de las cosas. En el caso de estas últimas, dice en El existencialismo es un humanismo (1945), su esencia precede su existencia. En relación a las cosas, cabe la noción de un artesano que previamente define su esencia y función, y luego las materializa. Su ejemplo clásico es el del cortapapel: éste sólo existe porque el artesano que lo fabricó lo hizo en base a la idea previa de la función que debía tener. Y, desde el momento en que usamos un cortapapel para otra cosa, deja de serlo. En cambio, los hombres y las mujeres tenemos una manera distinta de habitar el mundo: primero existimos y luego, conscientemente, escogemos nuestro rumbo.
Esta existencia humana no tiene sentido en soledad. La misma es inevitablemente colectiva. En El Ser y la Nada (1943) Sartre nos describe escenas familiares para ilustrar esto: cuando hacemos gestos vulgares, por caso, manejando, no nos consternamos hasta que levantamos nuestra mirada y nos vemos ante otro: allí, sentimos vergüenza, una sensación que sólo se explica porque los hombres llevamos adelante nuestras vidas de una manera que indefectiblemente implica la reflexión sobre nosotros mismos, y sobre cómo nosotros mismos nos presentamos ante otros.
La existencia humana según Sartre nos obliga, en primer lugar, a elegir qué ser, porque a diferencia de un cortapapel nuestra existencia no viene predeterminada. Según él, estamos condenados a ser libres. Y, en segundo lugar, nos invita a entender que si nuestras elecciones no tienen ningún correlato colectivo, no estamos haciendo un verdadero ejercicio de la libertad humana, a diferencia de lo propuesto por otros pensadores de la posmodernidad.
Sartre propone un ejercicio radical de la libertad, donde ésta siempre conlleva una responsabilidad concomitante, incluso cuando nuestra elección es la inacción. De allí que, en relación a la ocupación de Francia por parte de las Fuerzas del Eje (1940 - 1944), haya afirmado: “Nunca habíamos sido tan libres como lo fuimos bajo la ocupación alemana”. Lo que motivó a Sartre a expresar tan crudamente esta noción de libertad es que, según el autor, en tiempos del nazismo, cada acción u omisión individual relacionaba a los franceses directamente con la responsabilidad que tenían para con sus compatriotas: cada pensamiento, cada palabra, cada pequeño acto de resistencia. De acuerdo con él, la relación entre nuestra libertad y la de los otros es la esencia misma de la condición humana, que la situación de ocupación no hizo más que mostrar al descubierto.
El pensamiento de Jean-Paul Sartre es, por todo lo anterior, una invitación a existir conscientemente, un recordatorio de la libertad de la que somos depositarios, y de la inmensa responsabilidad que cada acción nuestra conlleva. Sus principios son por eso orientativos en cualquier plano de nuestras vidas: el político, otras formas de convivencia en sociedad, e inclusive el interpersonal.
*Licenciada en Ciencia Política. Instituto de Investigaciones Gino Germani, UBA.