Una de las figuras más enigmáticas de la filosofía occidental, pese a la destacada posición que ocupa en su historia, es Sócrates. Lo único que sabemos con seguridad, por distintos testimonios, es que fue condenado a muerte y ejecutado en el 399 a. C. en Atenas, la polis en que nació y por la que luchó en la Guerra del Peloponeso como hoplita. La condena la decidió un tribunal multitudinario (más de 700 miembros, según Platón) después de la restauración de la democracia. No era el mejor momento de la gloriosa Atenas. La gran época de Pericles ya había concluido y la derrota ante Esparta había dejado profundas huellas. La acusación contra Sócrates, un ciudadano muy conocido entre los atenienses (aparece como un personaje bufonesco en la comedia Las nubes de Aristófanes estrenada en el 423 a. C), incluía corrupción de los jóvenes e introducir dioses nuevos en la ciudad, es decir, ασέβεια, que bien se puede traducir como “herejía” o “negación de lo sagrado”.
Algunos intérpretes sostienen que la acusación en realidad encubría la sospecha de actividades antidemocráticas por parte de Sócrates, ya que se rodeaba de jóvenes de la aristocracia, como Platón cuyo linaje se remontaba a un rey de Atenas. Pero se trata de una interpretación que descuida el aspecto más esencial: la enseñanza de Sócrates. Ahora bien, esto de ningún modo está claro. Platón hizo de él (o de su nombre) la figura más importante de sus diálogos y el portavoz, en distintas ocasiones, de su doctrina de las Ideas, de manera que no puede considerarse como el Sócrates histórico. No sólo porque realmente no se sabe qué enseñaba (no escribió ningún libro, posiblemente porque no sabía escribir) sino, también, en la medida que Platón no fue su único discípulo importante. Las llamadas “escuelas socráticas”, que aparecieron después de la muerte de Sócrates, fueron fundadas por discípulos u oyentes suyos y no todas se relacionan armónicamente entre sí.
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Aparte de la escuela platónica (la Academia, instituida alrededor del 387 a. C.), se constituyeron otras: la escuela de Megara, la de Cirene, y la cínica. Esta última, de la que surgirá en el período helenista Diógenes de Sinope (una leyenda de la filosofía), fue creada por Antístenes, un discípulo de Sócrates que repudiaba y se burlaba en público del pensamiento de Platón. Este lo llamaba, significativamente, el “Sócrates furioso”, con lo que reconocía que algo quedaba en él del maestro de ambos.
Además, los cirenaicos, llamados así por Aristipo de Cirene, el fundador de la escuela después de asistir como oyente a las enseñanzas socráticas, eran hedonistas y por su cuestionamiento de las convenciones sociales eran muy afines a los cínicos. Por otra parte, la escuela megárica, instituida por Euclides de Megara, discípulo de Sócrates pero muy influido por Parménides, postulaba un ser racional divinizado, eterno, que se confundía con el Bien y que la acercaba al platonismo.
Según parece las escuelas socráticas se dividían en dos bandos irreconciliables, una racionalista, la otra antirracionalista, por decir así, pero esto pone en duda radicalmente qué enseñaba Sócrates, porque se trata de dos posiciones que se niegan entre sí. Sin embargo, si se tienen en cuenta las acusaciones contra Sócrates, que lo muestran como un enemigo de Atenas, y la condena final a muerte (no al destierro, que era la otra pena reservada para el delito del que se lo incriminaba), la enseñanza socrática aparece más cercana a la que expresaban los cínicos y los cirenaicos, que cuestionaban en absoluto los valores de la Grecia antigua y ofrecían otro modo de vivir. Desde luego, esta cercanía no invalida a las otras escuelas socráticas como tales, puesto que es plausible que hayan tomado ciertos elementos de la enseñanza de Sócrates, algunos subversivos (como el comunismo monárquico de Platón) pero otros indiferentes desde el punto de vista político y social.
Ser “bilingüe” en la Torre de Babel
Según Aristóteles, en Metafísica, cuando se refiere a los filósofos que le antecedieron, Sócrates no se interesó por la naturaleza (por la physis) sino, dice, por tá ethika. En griego, éthos significa “modo de ser” o “carácter”, y, por lo tanto, en su forma derivada, “costumbre”. Una traducción más o menos literal de tá ethika sería “aquello que se vincula con los modos de ser”. En ese sentido, antes que Aristóteles, Sócrates se ocupó de la “ética”, de esa práctica de la filosofía que se refiere al fundamento de los actos humanos y que exige, de aquellos que quieren ser éticos, volverse hacía sí mismos para modificar su conducta de acuerdo a ciertas técnicas subjetivas y principios filosóficos. Posiblemente esta actitud socrática fue la que molestó a sus contemporáneos, hasta condenarlo a muerte. En nuestra época, ante un filósofo de esas características, acaso se emplearían medios menos violentos, desde luego, pero no más flexibles.