El pasado miércoles se entregó el 75º National Book Award, un clásico estadounidense, en la ciudad de Nueva York, al escritor afroamericano Percival Everett (1956) por su novela titulada James. Nadie gritó bingo, Everett figuraba como posible ganador no solo en este sino en otros galardones, como el Booker. Con más de veinte novelas, cuatro libros de cuentos y varios volúmenes de poesía, este profesor de literatura publica desde 1983 a la fecha, es decir, en paralelo a la vida democrática restaurada de nuestro país, dentro de la temática que podemos calificar como post-derechos civiles.
Durante la ceremonia de consagración, los participantes dejaron expuesta la nueva agenda cultural que preocupa a los escritores profesionales del orbe: la inteligencia artificial y el triunfo de Donald Trump. Para Percival Everett la IA “no reemplaza a la inteligencia real”. Mientras que la animadora del evento, Kate McKinnon, actriz y escritora, afirmó: “Un libro es una ofrenda. Es una mano en la oscuridad, una forma de decir ‘Lo sé, ¿no es una locura?’ Y eso es algo que un robot nunca podrá hacer”.
En la misma velada se entregó el premio de no ficción a Jason De León por su libro Soldiers and Kings: Survival and Hope in the World of Human Smuggling (Soldados y reyes: supervivencia y esperanza en el mundo de tráfico de personas), al que se adjudica una mirada antropológica sobre el tráfico de migrantes desde la frontera sur. En su discurso fue tajante: “No aceptaré el futuro distópico estadounidense de corrupción desenfrenada, muros fronterizos, misoginia, deportaciones masivas, transfobia, negación del cambio climático y toda esa basura que esta administración entrante quiere propagar y de la que quiere sacar provecho”.
Como conclusión de esta polarización, la ganadora del premio de poesía completó el casillero de reclamos progresistas. Lena Khalaf Tuffaha, que en su libro Something About Living (Algo sobre la vida) aborda la historia y diáspora palestina, instó a “exigir que cualquier administración, sin importar la letra que tenga al final de su nombre, deje de financiar y armar un genocidio en Gaza”.
Esta comunión de tres ejes como amenaza a los intelectuales para su posterior victimización mediática resulta un mecanismo inane: el centro del problema no son ellos, sino lo real que, distante, elabora otras circunstancias, como una verdadera amenaza de apocalipsis nuclear. Mientras tanto, vale la pena preguntarse, tal vez como último interrogante, sobre la novela premiada, James, y qué se consagra en ella.
James es la “historia” de Huckleberry Finn, pero desde la perspectiva de Jim, el esclavo fugitivo del que Huck se hace amigo y con quien construyen Las aventuras de Huckleberry Finn, la novela original de Mark Twain. Es decir, James resulta una deriva corregida del racismo que históricamente se le adjudica al autor original de la saga. Una versión aceptable, correcta, digerible, pero que, al confrontar prosa contra prosa, la de Everett con la de Twain, no hace más que acentuarse la mal entendida diferencia.
De las páginas de James ninguna llega al mínimo de caudal lingüístico del que hace gala Twain en Las aventuras de Huckleberry Finn Por ello, el revisionista literario recurre al exceso de diálogos en situaciones eatrales donde la negritud es el eje a problematizar. Todo ello mientras persiste, porque el libro está impreso y es inalterable, el registro naturalista de los dialectos que habitan el texto de Mark Twain, y que sería el supuesto enemigo histórico literario contra el que escribe Everett.
Mark Twain sufrió censura en Estados Unidos hacia 1885, es que Las aventuras de Huckleberry Finn revivía las heridas de la reciente guerra civil, como reclamo de conciencia, algo que se proyectaba más allá del uso despectivo de la palabra nigger. La traducción de Ediciones Cátedra (a cargo de Juan José Coy Ferrer), incluye “una explicación” del autor original que anula todo efecto postrero de James: “En este libro se emplean varios dialectos, a saber: el de los negros de Missouri; el dialecto corriente del condado Pike; y cuatro variedades modificadas de este último. Los matices no se han conseguido al azar ni por adivinación, sino con sumo cuidado, y con la guía fiable y el apoyo de un conocimiento personal de estas varias formas de habla. Les doy esta explicación porque, sin ella, imaginarían muchos lectores que todos estos personajes trataban de hablar igual, sin conseguirlo.”