Uno de los tantos desafíos que le espera al próximo gobierno, sea del signo político que fuere, es el de hacer frente a la crisis que viene atravesando el sector cultural desde hace algunos años, y en especial desde el 2018, cuando la devaluación de la moneda empezó a reflejarse en algunos indicadores de los que cuesta encontrar un precedente cercano.
En lo que respecta a la industria del libro, y según el último informe anual de la CAL, la variable tal vez más sintomática de la salud del sector tuvo una caída alarmante: si en el 2015 se imprimieron 84 millones de ejemplares, tres años después ese número se redujo casi a la mitad: 43 millones, lo que significa que la tirada promedio de las editoriales bajó de tres mil a mil seiscientos. A esto hay que sumarle, entre otras cosas, el cierre cada vez más frecuente de librerías que no han podido resistir a la suba de los servicios –varios libreros cuentan que tuvieron que recurrir a la venta online, con la precarización laboral que eso implica– o los más de cinco mil despidos que se registraron en la industria gráfica, según un relevamiento de Faiga (Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines).
Por supuesto, toda esta situación se puede explicar en su mayor parte por la recesión económica y la caída del mercado interno, pero hay muchos actores de esta industria que también fueron afectados por algunas políticas culturales que adoptó la ahora Secretaría de Cultura. Una de ellas es la apertura de las importaciones, a través de la derogación de la resolución 453, que establecía un control de plomo en tinta. Por entonces –principios de 2016–, el argumento oficial era que esto iba a favorecer la bibliodiversidad; muchos editores, por el contrario, advertían que la apertura iba a favorecer la entrada de libros a precio de saldo y que eso los volvería menos competitivos, además de quitarles visibilidad en los escaparates, cosa que en efecto terminó sucediendo.
Otra de las decisiones que también perjudicó a una parte considerable de la industria fue la de haber suspendido las compras estatales de libros de literatura –sin dudas una de las variables que explicó el crecimiento de muchas editoriales durante varios años–, tanto por parte del Ministerio de Educación como de la Secretaría de Cultura, cuyo presupuesto para la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) fue ajustándose año tras año, como ocurrió también en otras áreas u organismos descentralizados, entre ellos la Biblioteca Nacional. Allí el actual secretario de Cultura llegó con la idea de “despolitizar” y también de evitar gastos superfluos. En ese sentido, en sus primeras declaraciones a la prensa calificó a las ediciones facsimilares como un “disparate carísimo” y afirmó que el patrimonio cultural –que asumimos que incluye también el patrimonio bibliográfico– “debía aprender a ganarse la vida”.
Alberto Manguel, en este contexto, se adaptó como pudo. Llegó luego de que Elsa Barber, como directora interina, firmara trescientos despidos –este año se produjeron varios más, pese a que había asegurado que prefería renunciar antes de volver a hacerlo– y entre aquello de lo que se puede jactar, se puede mencionar la adquisición de la biblioteca de Bioy Casares, o la incorporación de software de Microsoft para continuar con el proceso de digitalización. Desde luego, en ambos casos se trató de donaciones, ya que el presupuesto de la Biblioteca, según confesó el ex director poco antes de renunciar, no le alcanzaba “ni para comprar un grano de café”. Por eso varias veces también tuvo que rechazar la adquisición de manuscritos que le hubiera gustado incorporar al acervo, y que eran relativamente baratos. En cierto modo, nada que no fuera una donación parecía estar a su alcance. Durante su gestión ni siquiera pudo cumplir el sueño de reinaugurar la biblioteca de la calle México, donde alguna vez trabajó Borges. Si bien la Secretaría de Cultura se había comprometido a no suspender obras públicas que ya estaban en marcha, hoy la restauración del edificio depende del financiamiento privado que están intentando conseguir quienes llevan adelante el Centro Borges.
El panorama de lo que le espera a la próxima gestión, sea cual fuera, se completa entre otras cosas con la delicada situación que viene atravesando el Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales) a partir de las denuncias por corrupción, por suspensión de créditos y por subejecución del presupuesto; el cierre del Ballet Nacional de Danza, que estaba a cargo de Iñaki Urlezaga; la falta de mantenimiento edilicio que están denunciando desde varias instituciones; y el drama de la Orquesta Sinfónica Nacional, cuyos miembros vienen reclamando que la Secretaría les asigne la partida adicional de 500 millones de pesos que el Congreso aprobó un año atrás (al día de hoy, hay quince músicos que ya renunciaron).
Opiniones
◆ Horacio González. “Desde la Secretaría de Cultura se generó un clima generalizado de la cultura, el lenguaje y el estilo coaching que no se puede disimular con un concierto de Martha Argerich o Barenboim”.
◆ Quintín. “No veo grandes diferencias en la gestión cultural de Cambiemos en relación a la del período kirchnerista. No ha sido una política brillante y, en muchos casos, ni siquiera visible. Diría que se caracterizó por la continuidad en la distribución de subsidios y por el temor a irritar a un sector mayoritariamente opositor. De todos modos, y esto es extensivo a la administración Macri en todos los niveles, hay que señalar una evidente mejora en materia de transparencia, pluralismo y honestidad de los funcionarios. El Incaa, tal vez el mayor organismo dependiente de la Secretaría de Cultura, es un buen ejemplo de lo ocurrido en estos años”.
◆ Federico Andahazi. “No es casual que las dos patas flojas de la gestión hayan sido la cultura y la economía, en ese orden. Siempre sostuve que si fracasa la cultura, fracasa la economía. La cultura no es un área decorativa, es el bien más preciado de un país. La solidez de la economía depende de la exportación de bienes culturales; detrás de la cultura vienen los otros.
Conocemos a Inglaterra más por Shakespeare y por Los Beatles que por su industria pesada. Pero venden industria pesada porque lo único que da prestigio es la cultura. EE.UU es su cine, su música y su literatura: esas son las puertas por las que entra el resto de la industria. Del otro lado, el ocaso industrial de Francia coincide con su ocaso cultural. No casualmente, el Martín Fierro antecedió el primer boom agroexportador que colocó en la Argentina entre las principales economías del mundo. Pablo Avelluto ha hecho muy poco para exportar cultura argentina al mundo que, por cierto, excede ampliamente la frontera del campo”.
◆ Pola Oloixarac. “La gestión de Avelluto fue deslucida y mezquina. Fue una gestión, como él mismo dijo, edilicia y burocrática. Se repararon edificios, se habilitaron concursos; cosas que no dejan de ser importantes, pero no son lo esencial. La cultura es mucho más que eso, y es una pena que no hayan podido plantear una propuesta liberal, futurista, disruptiva; creo que eso hubiera enriquecido mucho la conversación argentina, siempre tan apegada a la nostalgia cultural”.
◆ Selva Almada. “El desprecio de un gobierno por los sectores populares y los más vulnerables también se extiende a la cultura: la cultura como derecho humano pasa a ser un privilegio para pocos y hasta visto desde el poder como el capricho de unos pocos. Planes de lectura devastados, la continuidad de los premios nacionales en peligro, la industria editorial en crisis, la degradación del Ministerio de Cultura a Secretaría… Creo que estos ejemplos resultan bastante elocuentes”.
◆ Alejandro Dujovne. “Frente al derrumbe del mercado del libro en los últimos años, las respuestas oficiales oscilaron entre la relativización de la gravedad, el elogio a la resiliencia de los editores, y la invitación al emprendedorismo. La no política es, aunque parezca lo contrario, una política. La degradación del Ministerio de Cultura a Secretaría, la eliminación de políticas clave como los planes nacionales de lectura, el achicamiento de los presupuestos de áreas como Conabip, por mencionar solo lo más conocido, dejan pocas dudas acerca del valor que el Gobierno le atribuye al libro y la lectura. No es desidia ni incomprensión. Es la decisión política de dejar librados al puro mercado la producción, circulación y acceso al libro”.
◆ Daniel Filmus. “Para la gestión de Cambiemos tanto la cultura como la educación, la ciencia y la tecnología, solo fueron vistas como variables de ajuste. A la degradación del Ministerio de Cultura le correspondió un recorte inédito en el presupuesto. Cuatro años después, todos los indicadores culturales del país son negativos: se produce un tercio menos de libros que en 2015 y la actividad del teatro cayó un 40%, por poner solo algunos ejemplos. Además, no hubo apoyo de ningún tipo a las expresiones culturales populares y todos los programas de apoyo a la cultura comunitaria fueron descuidados, desfinanciados o frenados. Es particularmente grave la crisis de financiamiento de todos los elencos estables de orquestas, coros y cuerpos de danza que dependen del Ejecutivo Nacional”.
◆ María Teresa Andruetto. “El despido de más del 25% del personal de Cultura (en nuestro ministerio había 4 mil empleados y ahora hay menos de 3 mil, incluyendo doscientos que ingresaron con la gestión, supo decir con orgullo), la insensibilidad ante la situación del libro (su industria, sus librerías, editoriales, bibliotecas) siendo él un hombre que proviene del mundo del libro, la justificación de despidos por el perfil ideológico de los despedidos, el gasto desmedido en unos pocos megaeventos culturales olvidado del criterio de inclusión democrática a diversas manifestaciones culturales (tiene a su cargo promover, proteger, difundir y estimular las actividades vinculadas con la literatura, la música, la danza, las actividades coreográficas y las artes visuales, así como impulsar la reflexión y el debate en torno a aspectos centrales de la historia, la actualidad y el futuro del país fomentando la inclusión social a través del arte y la cultura y valorizando y difundiendo la diversidad cultural, dice el sitio web del Ministerio, el subrayado es mío) el vaciamiento o suspensión de recursos en/para espacios y programas culturales inclusivos, sus expresiones tan desafortunadas (a los fascistas les pido silencio) para quienes reclamaban que no se cerraran los institutos de formación docente en la Ciudad de Buenos Aires, durante la 44º Feria del Libro de Buenos Aires, son algunos aspectos que vuelven deplorable su gestión, pero no se trata (solo) de Pablo Avelluto, él ha sido un eficaz e insensible ejecutor de lo que quiso (o hubiera querido) para la cultura de nuestro pueblo el actual gobierno”.
◆ Ariana Harwicz. “Aunque ya se sabe todo acerca de la degradación de la política cultural de este gobierno en general y de Pablo Avelluto en particular, como siempre, una cosa es saberlo y la otra, vivirlo. Fue trágico escuchar los mensajes que me dejaron los directores, dramaturgos, actrices, libreros y editores autogestivos a los que les pregunté. Todos coincidían en que están vencidos, no ya enojados, no preocupados o indignados, sino vencidos. Ya se sabe todo, Pablo Avelluto es un ministro que termina su mandato como secretario porque acepta la degradación de su Ministerio. Quizás hasta es el cumplimiento de un deseo, porque si algo tuvo o tiene, es estilo para ajustar, echar gente y vanagloriarse de aplicar el ajuste con coraje y voluntad política.