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Indonesia vive la revolución de los velos

El escuadrón nikab, integrado por universitarias, defiende el derecho de las mujeres a usar la vestimenta tradicional que tapa todo su cuerpo, excepto los ojos.

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Mujeres Musulmanas | Shutterstock

Indonesia es un país en donde el 87,2% de la población -compuesta por más de 267 millones- es musulmana. Se distribuyen en miles de islas con cientos de lenguas diferentes, con infinidad de playas, templos, volcanes, tsunamis y animales exóticos como los dragones de Komodo.

En la isla de Java, una de las geografías más densamente pobladas del planeta, se encuentra Yakarta. Allí, Indadari Mindrayanti fundó un club muy peculiar, “el escuadrón nikab”, que toma su nombre del velo que cubre toda la cabeza de las muslumanas dejando solamente los ojos en libertad.


Este grupo está integrado exclusivamente por mujeres, muchas de ellas con educación universitaria. “Cuando vestimos nikab, como dijo el profeta Mahoma, es la Sunna. Cuando hacemos esto, recibimos más recompensas en la vida. He cometido tantos pecados que necesito más recompensas. Y me visto así para que Alá me dé más recompensas”, explica la ideóloga del movimiento a la agencia Deutsche Welle.

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Después de dos matrimonios fallidos, Mindrayanti recurrió al nikab y en 2016 fundó su escuadrón. Sus integrantes son abogadas, doctoras, empresarias. Aunque el velo que les cubre casi todo el rostro no es tradicional en este archipiélago asiático, Mindrayanti lucha por su difusión y aceptación. "Me hace sentir más cómoda y segura como mujer, a donde quiera que vaya”, explica en fluido inglés. En su evangelización, las integrantes del grupo recorren los barrios pobres y marginales llevando incluso comida. Al principio fueron rechazadas, pero de a poco las aceptan.

”Ayudamos a muchos a ser mejores musulmanes. Y el nikab es parte de ese proceso”. 


Las universitarias indonesias reclaman su derecho a cubrirse cuando permitir lo contrario fue una larga lucha de minorías generalmente silenciadas. Por caso, el gobernador de Yakarta, Basuki Tjahaja Purnama quien, siendo cristiano y varón en un país de mayoría musulmana, solicitó en 2016 a mil setecientos directivos de instituciones educativas de la capital de Indonesia que respetaran la libertad de culto proclamada por la Constitución y que no obligaran a los alumnos a utilizar velos que taparan su rostro dentro de la escuela. Su iniciativa formaba parte de la lucha por los derechos civiles de las minorías ahmadíes, cuyas costumbres son consideradas heréticas por la mayoría musulmana sunita. En ese momento, el gobernador dijo a la prensa que ”el hiyab –el velo que cubre la cabeza, pero deja ver el rostro- no es un elemento que se asocie de manera automática al islam: También los judíos y algunas comunidades cristianas de Medio Oriente lo usan en su vestimenta”. 

Sin embargo, con voces a favor o en contra, las diversas variantes de velo siguieron siendo un mandato o una interdicción. Por ejemplo, las autoridades del municipio de Aceh Besar, donde se encuentra un aeropuerto internacional muy respetuoso de la práctica halal, ordenó en 2018 que las azafatas de aviones debían llevar velo cuando aterrizaran en esta provincia, en donde rige la sharia o ley islámica. El adulterio, la homosexualidad, el juego y las bebidas alcohólicas también están prohibidas por la ley islámica y se combaten incluso con castigos corporales públicos. 

Como medida de seguridad luego de protestas sociales y atentados, varias naciones europeas se pusieron en guardia. Así, en enero de 2019,  Holanda fue el último país en prohibir por ley el uso del burka (prenda que cubre todo el cuerpo, desde la cabeza a los pies, pero con una rejillita delante de los ojos) en espacios públicos, el transporte, las escuelas y los hospitales. Ocho años antes ya lo habían implementado Dinamarca, Austria, Francia y Bélgica, bajo el ala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que había sentenciado que la aplicación de esta ley no atentaba contra las libertades religiosas. 

Las activistas que acompañan a Mindrayanti creen, en contra de lo esperado, que volver a la tradición es un acto de rebeldía: “En Aceh, una mujer no puede sentarse de noche en un bar: yo creo que esta es una regulación estúpida”, declara sin peros una militante. “A veces me siento como si fuera una mujer invisible. Mucha gente no puede verme pero yo puedo verlos a todos”, sentencia Mindrayanti y nadie se anima a decir lo contrario. 

MM / DS