El pasado 12 de junio, el sitio web de la ONG Mermaids publicó una carta abierta a J.K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter y cuestionada por sus declaraciones sobre cuestiones de género, tema que ocupó nuestra página de cultura en Diario Perfil del sábado. Mermaids, que inició sus actividades en 1995, define campo de acción: “apoya a niños y jóvenes con diversidad de género hasta que cumplan 20 años, así como a sus familias y profesionales involucrados en su cuidado. Los niños y adolescentes transgénero y con variante de género necesitan apoyo y comprensión, así como la libertad de explorar su identidad de género. Cualquiera sea el resultado, Mermaids se compromete a ayudar a las familias a superar los desafíos que pueden enfrentar.”
La carta abierta a la autora, punto por punto, refuta el texto donde denunció violencia de género. En sí es una crítica a los supuestos saberes que Rowling dice tener sobre la comunidad transgénero y deja al descubierto cierta improvisación, actitud que sancionan con una lapidaria frase: “No hable sobre niños trans, a menos que los haya escuchado primero.” También, vale la pena citar el inicio de esta carta, porque expone cierta problemática que se diluye en el juicio mediático: “Esta carta abierta no es un ataque personal contra usted. Tampoco es un llamado a quienes nos apoyan para enviarle mensajes abusivos o hacer acusaciones infundadas. Lamentamos cualquier comportamiento de este tipo y renovamos nuestro llamado de larga data a una conversación tranquila y razonable fuera de las redes sociales, donde todas las personas puedan escucharse respetuosamente y las personas trans serán tratadas como válidas.”
Daniel Radcliffe cruzó a J. K. Rowling tras sus polémicos dichos
En sí, a J.K. Rowling le están cuestionando el lugar de poder, con más de 19 millones de seguidores en Twitter y una franquicia multimillonaria, donde su discurso (afirmaciones, citas, negaciones o “me gusta”) se convierte de manera automática en lo que el marketing denomina “formador de opinión”. Cabe aclararse que sus enunciados refieren a personas en situación de vulnerabilidad, desde su lugar de comodidad evidente. Así, desde la perspectiva distante de una América fracturada por la miseria, tal discurso fóbico sobre la problemática trans queda más dañado aún ante la pregunta: ¿qué puede hacer con su “elección trans” un adolescente tucumano, pobre, en un ambiente intrafamiliar violento? Las generalidades, muchas veces, se desarman al cambiar un par de coordenadas.
Pero los problemas no terminan para Rowling, en lo que parece el retorno mágico de esa misma tinta impresa que tanto vendió y hoy mancha su “imagen” de escritora. Un grupo de trabajadores de Virago Press, el sello londinense de Hachette dedicado a la literatura infantil, convocó a una asamblea donde plantearon que no querían trabajar en su nuevo libro, The Ickabog. Los directivos tratan de minimizar el reclamo, pero los antecedentes no ayudan: los mismos trabajadores del grupo ya se negaron a publicar las memorias de Woody Allen en Estados Unidos por las denuncias de abuso familiar.
J.K. Rowling, luego de 6 días de mantener silencio, volvió hoy a Twitter. Es muy probable que reciba el asesoramiento de especialistas en marketing, por ello publicó no menos de 20 dibujos de niños y niñas realizados a partir de la lectura de The Ickabog. Al título del libro lo antecede con el símbolo para crear un hashtag, equivalente a instalar sus tuits como algo a seguir, como una “conversación importante” en la red social: #. Sorprende esta actitud. Ni una disculpa, ni mención al debate que generó. Es probable que sus asesores consideren que con dibujos y silencio pueden atenuar la relevancia de lo dicho sobre personas en riesgo, sin privilegio alguno, como si los usuarios de las redes sociales carecieran de memoria. Si es así, están exponiéndose a un nivel de rechazo que puede ser ejemplar.