Cuando el presente se ve negro, un elemental mecanismo de defensa aconseja mirar hacia el futuro más lejano y olvidarse de cepos, demagogos y elecciones. Justo cuando necesitaba transportarme hacia otra dimensión me encontré con Donna J. Haraway. Dado que no me encontré personalmente (ni por teléfono, ni por mail ni por Twitter) con Donna Haraway, debería decir que me encontré con su libro Seguir con el problema, que lleva como subtítulo Generar parentesco en el Chthuluceno. Uno encuentra muchas veces un libro como se encuentra un caracol en la playa. Pero los caracoles no hablan (bueno, al menos eso pensaba antes de leer Seguir con el problema)y el libro me hizo pensar que la autora me hablaba.
Nacida en Denver en 1944, Haraway estudió Filosofía y Teología en París y se doctoró como bióloga en Yale. Académica multiespectro, es un pilar del ecologismo feminista. No tengo mucho que ver con el feminismo ni con el ecologismo, ni siquiera entiendo por qué hay un ecologismo feminista, pero tuve buenas vibraciones con Haraway cuando vi su fotografía en la página 5: me sorprendió la jovialidad de su expresión y también me gustó una foto en la que posa con su perro. Confieso que me costó mucho entender el título del libro (para no hablar del subtítulo). Haraway escribe con neologismos y puede producir frases tan abstrusas como: “La especie hombre no hace Historia; la suma de Hombre y Herramientas no hace Historia, esa es solo la historia de la Historia que cuentan los excepcionalistas humanos; esa historia debe dejar lugar a geohistorias, a historias de Gaia, a historias sinchtónicas; los terranos hacen vidas y muertes enredadas, tranzadas y tentaculares en figuras de cuerdas multiespecies simpoiéticas, no hacen Historia”. Ante algo así, uno diría que está leyendo en una lengua extranjera, pero sigamos un poco más en el mismo párrafo: “El aparato social humano del Antropoceno tiene tendencia a la hipertrofia y es propenso a la burocracia; la revuelta necesita otras formas de acción y otras historias de consuelo, inspiración y efectividad”. Aquí ya hay algo que resulta familiar, secretamente iluminador.
Es que la escritura de Haraway puede ser abstrusa pero nunca deja de ser amable ni ingeniosa, y cuando uno le toma el gusto a un estilo narrativo con algo de mantra que combina la dureza de la ciencia con la suavidad del cuento de hadas entiende qué gran logro es que su amabilidad como pensadora, erudita y audaz al mismo tiempo le permita dejar atrás la pesadez de las utopías clásicas y el lamento de las monsergas de denuncia para internarse en un territorio nuevo. Seguir con el problema es, en el fondo, una nueva mirada sobre el apocalipsis, un intento de seguirle el rastro a la vida y a la muerte cuando el planeta esté casi destruido porque el proceso actual es irreversible para inventar relaciones entre individuos y especies que vayan más allá de los parentescos tradicionales. Haraway se apoya en la ciencia ficción y en los juegos infantiles como en los experimentos de la ciencia y en las tradiciones aborígenes para imaginar “un mundo que pueda ser habitable”. Seguir con el problema, con su despliegue de ideas burbujeantes y su extensa bibliografía, es la puerta de entrada a un mundo. Especialmente para gente tan cuadrada como el que suscribe.