CULTURA
Rubén Darío

La imaginación de la lengua

Patriarca indiscutible de las letras americanas –habida cuenta de que la madre será por siempre sor Juana Inés de la Cruz–, la obra de Rubén Darío sigue siendo el ingrediente esencial para entender la literatura escrita en español. Una nueva edición de sus Obras completas –ambicioso proyecto articulado por la editorial de la Universidad Nacional de Tres de Febrero– permite calibrar nuevamente el legado de una sensibilidad histórica fuera de serie.

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Rubén Darío. Una nueva edición de sus obras completas permite calibrar la figura y el legado del más importante de los poetas de la lengua española nacido en América. | pablo temes

¿Cómo leer hoy a Rubén Darío, casi un siglo y medio después de los dos libros que signaron el modernismo, Azul y Prosas profanas, a la luz de las transformaciones y rupturas que marcaron el rumbo de la poesía y de la lengua en el siglo pasado en América Latina? Parte de esta pregunta sedimenta la nueva edición de las Obras completas del poeta nicaragüense, un proyecto que desarrolla la Universidad Nacional de Tres de Febrero y que su mentor, Daniel Link, define en el rigor, la amistad y la desmesura. La segunda entrega de este trabajo, cuya edición crítica estuvo al cuidado de Diego Bentivegna, presenta textos de la última etapa de Darío y se trata de la narración de la vida: la vida del poeta y la vida de los libros, sus historias, escritas por él mismo.

La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1915 [1912]), Historia de mis libros (1913) y El oro de Mallorca (1913-1914) muestran a Darío en la construcción de su figura, en el relato de su vida, en el origen del nombre, en las historias de sus libros y en la relación con la política y la lengua, con la lectura y la escritura. Un Darío que presenta entre sus primeras lecturas a Cervantes y nos cuenta que no aprendió a hacer versos porque los versos estaban allí, con él, de manera orgánica, en eso que llama su rítmico don. Link aseguró que son narraciones que provocan una intervención decisiva en la obra del autor de Cantos de vida y esperanza. Los tres textos integran el Tomo 9 (1912-1916) Volumen III de las Obras completas publicadas por Eduntref, la editorial de la universidad.

Link, investigador, escritor y académico que dirige la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos de la Untref, cuenta en diálogo con PERFIL que cada nuevo volumen “amplifica el corpus dariano, porque encuentra y ordena documentos hasta ahora desconocidos o ignorados. Es difícil que se pueda modificar la percepción de la importancia de Rubén Darío, que fue y sigue siendo enorme, en la formación de las letras americanas pero, sobre todo, en la formación de una conciencia continental”. La voz de Darío, “con su apuesta total a una lengua de pura expresividad, es decisiva porque subraya que en el lenguaje se juegan formas de vida y comunidades de destino”, en momentos en los cuales “se está gestando un nuevo español, al que podríamos llamar español internacional, la realización del sueño concentracionario de un idioma vaciado de toda diferencia, una lengua muerta en vida”.

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Por eso, Link coloca el proyecto –pensado desde 2014 y presentado en 2016 en el congreso internacional sobre Darío que organizó la Untref– en una clave de rigor, esfuerzo académico e ingeniería de edición para establecer el texto, sus variantes y referencias, pero también de productividad estética y política. Es la dinámica que permite pensar a Darío a la luz de los nuevos contextos y ponerlo en el camino de la lectura, no como un texto muerto sino como un texto que sigue pensando sus formas de reacción. Para este nuevo rumbo funciona, en el mismo mecanismo, el Archivo Rubén Darío Ordenado y Centralizado (AR.DOC), que está integrado al Archivo IIAC de la Universidad y cuenta, hasta hoy, con unos 2 mil documentos de acceso libre y descarga gratuita. Rodrigo Caresani, quien dirige junto a Link la colección y está a cargo de la coordinación académica del archivo, explica que ese espacio pone a disposición “de un público vasto materiales desconocidos, dispersos o mal catalogados que, por esto mismo, resultaban escasamente visibles para la comunidad”.

Las Obras completas se organizan en diez tomos, cada uno de los cuales cuenta con una cantidad variable de volúmenes, fechados desde 1879 hasta el año de la muerte de Darío, en 1916, y le dan al corpus un nuevo decurso, con exploraciones, hallazgos, formas de leer al autor de Los raros con otros instrumentos y ponerlo, en definitiva, al alcance de todos. El diseño con criterio cronológico, manifiesta Caresani, dispone una variable novedosa ya que “todas las Obras previas agrupaban textos en base a géneros como ‘poema’, ‘cuento’ o ‘crónica’” y este plan “le permite al lector contemporáneo captar las simultaneidades de la escritura dariana, abordar sus textos como un laboratorio dinámico donde prosa y verso coexisten y se iluminan en forma recíproca”.

El plan abre con las primeras poesías y prosas dispersas, en un período que abarca desde 1879 a 1885, y cierra con el epistolario. La presentación en sociedad se realizó con La caravana pasa (1902), el primer volumen del Tomo 6 (1902-1904), y seguirá con Los raros (1896-1905), con edición de Caresani y Günther Schmigale, y Opiniones (1906), que está a cargo de Graciela Montaldo. La Modern Language Association (MLA) dio su certificación de calidad a la nueva edición de las obras de Darío, un sello que implica el reconocimiento de excelencia por parte de la asociación profesional de especialistas en lengua y literatura de Estados Unidos, fundada en 1883.

El volumen que concreta la segunda presentación de la colección estuvo a cargo de Bentivegna, quien destaca la tarea conjunta de búsqueda, reposición de archivos, cuidado filológico o llegada a materiales electrónicos que facilitan otras instituciones, como fue el caso del manuscrito de un capítulo de El oro de Mallorca que no había sido publicado en vida por Darío y cuyo acceso fue posible a través de Iván Schulman, que lo halló en la Biblioteca de la Universidad de Illinois.

“El trabajo de anotación de textos darianos como los que se incluyen en este volumen es realmente arduo, porque el laboratorio de escritura dariano opera haciendo proliferar los nombres propios y fagocitando y reelaborando, no siempre de manera explícita, fragmentos de su enciclopedia cultural. Darío es una máquina de aludir, de nombrar, de citar de memoria textos que leyó en diferentes lenguas y en diferentes momentos de su vida. Por eso, entiendo que estos textos son una elaboración y un producto del archivo dariano, del archivo viviente que era el propio Darío pero, al mismo tiempo, además de un efecto, son formas de construir, de hacer público, ese mismo archivo”, dice Bentivegna.

Las narraciones que integran el nuevo volumen, sostiene, “se recortaron teniendo en cuenta un criterio temporal, pero también un criterio no diría tanto genérico sino más bien discursivo. Son textos que, de una manera u otra, construyen una imagen pública de escritor, pero al mismo tiempo la interrogan e incluso la horadan. De ahí que no piense esos textos como estrictamente autobiográficos, que es un término que en realidad Darío no elige para nombrarlos, sino más bien como formas de escritura de una vida, que es el término dariano: no textos centrados en un yo sino textos vitales, vivientes, que intentan captar una vida en toda su complejidad y en todas sus contradicciones”.

Son textos, según Bentivegna, que permiten leer también “ese estado de crisis, de cansancio y de cierta acedia o torpor no solo como un modo de elaborar la propia crisis dariana, sino como un modo experimental de percibir una crisis que asocio con el mal del siglo y que, en esos mismos años, otros autores estaban, de manera diferente por supuesto, también planteando. Por ejemplo, pienso en Thomas Mann”.

Darío logró constituirse, en el entramado de la cultura latinoamericana, como una acepción de la poesía, una de las formas o de los nombres con que identificamos la poesía, y fue también la experiencia novedosa de un escritor moderno que nos permite, ahora, explorar sus mecanismos de construcción y expansión. Esto fue así, en buena parte, porque al recorrer los textos de Darío leemos una obra que no solo está escrita en una lengua, sino que está imaginando esa lengua, está absorbiendo sus recursos y al mismo tiempo los está produciendo. Este efecto Darío, esta percepción de que hay algo nuevo que la lengua, en esos textos, está imaginando, toma mayor vigor entre 1887 y 1905, el tiempo de producción de Azul, Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza.

Lo que llamamos Darío se define allí, en esa progresión donde podemos leer la fundación del modernismo, la forma de correr las fronteras de la lengua y de poner la lengua en la experimentación de sus recursos, en el régimen de las figuras que definen esos textos y en su espesor retórico: es el laboratorio de la poesía de Darío y un sistema normativo, de regulación, que va a definir a sus aliados, sus epígonos y sus refutadores. Prosas profanas es el libro que tiene un poema programático, Yo persigo una forma, y una apertura, Palabras liminares, donde se definen las leyes de esa poética. Un laboratorio, una imaginación y una forma de definir la poesía y la lengua. Las vanguardias se organizaron contra esa frontera, sin terminar de desprenderse de sus territorios.

¿No es acaso de ese trabajo con la poesía que renueva la lengua, de esa exploración que irradia nuevas formas, de lo que habla Darío en Historia de mis libros, en el artículo sobre Prosas profanas que publica en La Nación el 1º de julio de 1913 y que presenta este volumen? Porque allí define el camino de ese libro, de Azul y de Cantos de vida y esperanza como un período de “ardua lucha intelectual” en “defensa de las ideas nuevas, de la libertad del arte, de la acracia”. Darío se refiere, también, a los alcances de su propósito, que fueron descriptos en Palabras liminares. Todo el sistema de transformación estética, de usos de la lengua y de sus procedimientos, estaba allí, en el juego constante entre la proclama de las formas nuevas y la “estética acrática”, en una fuerza que abre las fronteras de la lengua y vuelve a definirlas. El volumen que presenta la colección de Obras completas permite seguir este proceso, explorarlo con nuevos instrumentos, leer sus condiciones de producción, su emergencia. Leer, incluso, aquello que está arraigado en nuestra experiencia de la lengua y quizá nunca habíamos leído.

Se trata de los libros y de la vida, de la vida política, de las formas de la escritura de sí, pero en el modo en que vida y obra funcionan imbricadas en el mismo mecanismo y movimiento. Lo que leemos entonces en el primer texto de este volumen es la vida y sus relatos, los primeros recuerdos, la historia del nombre (de dónde viene Darío), la memoria de la lectura y el origen de la escritura. La edición de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo fue tomada de la que presentó Casa Editorial Maucci en 1915, la última publicada en vida del poeta, y cotejada con la primera versión aparecida en 1912 en Caras y Caretas. La posibilidad de recorrer estos textos con notas aclaratorias y filológicas, versiones comparadas, todo en un nuevo ordenamiento, es parte, solo parte, del trabajo de esta colección que permite, ahora, llegar de otro modo a Darío y poner la imaginación de la lengua al alcance de todos.

 

Darío, entre la construcción de un público nuevo y la exploración formal

Ariel Schettini, titular de la cátedra Poesía Argentina y Latinoamericana I de la Universidad Nacional de las Artes, crítico, poeta y autor, entre otros libros, de El tesoro de la lengua. Una historia latinoamericana del yo, que incluye un capítulo imprescindible sobre Rubén Darío, piensa al poeta nicaragüense con un doble vector que implica la construcción de un público nuevo y el modo en que “la exploración formal” se constituyó en el rasgo y el desafío de su obra.

“Rubén Darío se construyó su público. Entendió que había, en las ciudades más importantes de América Latina, una clase burguesa, de fines del siglo XIX, que era educada, que leía y que había comprendido su destino ‘latinoamericano’. Para ellos escribió”, dice Schettini en diálogo con PERFIL.

“Era un nicaragüense que podía hablar como parte de la cultura local en México, Buenos Aires, Santiago o Caracas. Pedro Salinas, uno de sus primeros biógrafos, llamó ‘nomadismo’ a su actitud cosmopolita y viajera. Fue, de manera oficial y no oficial, un gran diplomático que podía comprender los lazos que favorecían el encuentro de los países latinoamericanos más allá de una lengua en común: en las costumbres, en la vida religiosa y cultural, en la fascinación por la cultura francesa y su dominio del universo simbólico”, sostiene.

Esa zona de Darío, esa forma de explorar las diferencias, es un modo de entender la actualidad del autor de Azul. “Es ese rasgo de cosmopolita y explorador de las diferencias entre los pueblos lo que lo hace tan actual y, comparado con el aburrimiento pacato y severo de otros poetas modernistas, como Lugones, su poesía es ágil, divertida, llena de paisajes fantásticos, de espacios y personajes mitológicos, colmada de elucubraciones fabulosas”.

“Pocos poetas modernos en castellano se internaron por los meandros de exploración formal como Darío (Neruda, Lorca, Storni, Paz) y pocos hicieron de esa búsqueda formal un desafío intelectual. Darío se sometió a las formas de la lengua y las sometió a ellas como pocos. Confrontó esas dos claves de la poesía, ‘forma y estilo’, hasta volverlas un problema conceptual que nos interpela desde los confines del siglo XX: ‘Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo’”, dijo Schettini.

 

La vida de Darío, según Darío

“Tengo más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que han de desenvolverse mayor y más detalladamente”.

“En la catedral de León, de Nicaragua, en la América Central, se encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel García y Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por los Daríos, las Daríos. Fué así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío; y en la catedral a que me he referido, en los cuadros donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se vé escrito su nombre de tal manera”.

“En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un Quijote, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, la Corina de Madame Stäel, un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué autor, La caverna de Strozzi. Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño”.

“¿A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fué harto temprano. Por la puerta de mi casa –en las Cuatro Esquinas– pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa famosa: ‘Semana Santa en León y Corpus en Guatemala’, y las calles se adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras que se coloreaban expresamente, con aserrín de rojo brasil o cedro, o amarillo ‘mora’; con trigo reventado, con hojas, con flores, con desgranada flor de ‘coyol’. Del centro de uno de los arcos, en la esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la procesión del Señor del Triunfo, el domingo de Ramos, la granada se abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he podido recordar ninguno, pero sí sé que eran versos, versos brotados instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fué en mi [sic] orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces –y creo que aun persiste– la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, ‘epitafios’, en que los deudos lamentan los fallecimientos, en verso por lo general. Los que sabían mi rítmico don llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas”.

Párrafos extractados de las partes I, IV y V de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1915 [1912]).