CULTURA
Elegidos de Perfil

Los libros del año

A pesar de que 2020 fue un año calamitoso para la industria editorial argentina, en términos literarios la cosecha fue satisfactoria: libros premiados, grandes novelas, poesía reunida, investigaciones periodísticas y ensayos sobre diversas materias.

20201227_libros_peste_2020_temes_g
A pesar de que 2020 fue un año calamitoso para la industria editorial argentina, en términos literarios la cosecha fue satisfactoria. | Pablo Temes

A pesar de que 2020 fue un año calamitoso para la industria editorial argentina, que tuvo una caída en producción y venta de libros que rozó el 40% respecto de 2019, en términos literarios la cosecha fue satisfactoria. No tan abundante como en años anteriores, porque en abril y mayo casi no se lanzaron novedades, hubo sin embargo para todos los gustos: libros premiados, grandes novelas, poesía reunida, investigaciones periodísticas y ensayos sobre diversas materias. Los libros en español publicados en el exterior tuvieron un doble cepo: por un lado, el que impuso la devaluación; por otro, una resucitada resolución de 2012, que limitó la importación con un pretexto socioambiental. Para sortear esos obstáculos, algunas casas editoriales imprimieron ejemplares en el país.

La centralidad de la pandemia en la agenda social se extendió a los catálogos, con títulos vinculados con la peste del siglo XXI. Mansalva reeditó el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; Interzona publicó Diario de la peste, escrito en tiempo real por el portugués Gonçalo M. Tavares; La Cebra (en coedición con Palinodia), Un virus demasiado humano, del francés Jean-Luc Nancy, y Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia, de Roque Farrán; Adriana Hidalgo, el miniensayo del italiano Giorgio Agamben La epidemia como política, y Hekht, Autómata y caos, con textos del italiano Franco “Bifo” Berardi. Este mes, Tinta Limón publicó El umbral, meditaciones berardianas escritas durante la primera ola de la pandemia. Otras editoriales, como hizo Siglo XXI con La vida en suspenso, lanzaron libros de descarga gratuita con ensayos de diversos autores. A los 90 años, Juan José Sebreli, que sobrevivió al Covid-19, publicó en coautoría con Marcelo Gioffré Desobediencia civil y libertad responsable (Sudamericana).

La novela es un virus.

Algunos lanzamientos de febrero y marzo quedaron eclipsados por los avatares de la cuarentena, como pasó con las novelas de Liliana Escliar (el policial Tumbas rotas, Tusquets), Natalia Rozenblum (Baño de damas, Tusquets), Leticia Obeid (Bajo sus pies, Blatt & Ríos) y Claudia Piñeiro, que regresó a la lista de best sellers con Catedrales (Alfaguara). Luego de un largo paréntesis y en simultáneo con la reapertura de las librerías, comenzaron a salir novelas de autores bien conocidos por los lectores, como Ultra/Tumba (Literatura Random House), de Leo Oyola; Un crimen japonés (LRH), de Daniel Guebel; Wërra (Anagrama), de Federico Jeanmaire; La libertina (Planeta), de Florencia Canale; La claridad (Páginas de Espuma), de Marcelo Luján; No es un río, de Selva Almada (LRH), y Dos criadores, de Jorge Torres Zavaleta (Ediciones del Dragón), que recrea los años del “onganiato”. Semanas después llegaría la novela de Martín Kohan Confesión (Anagrama), donde Jorge Rafael Videla despierta fantasías sexuales en una joven de provincia. Kohan también publicó en 2020 Me acuerdo (Godot). De César Aira se conocieron tres novelas: Fulgentius (LRH), Lugones (Blatt y Ríos) y El pelícano (Mansalva). También Guillermo Saccomanno hizo “triplete” con la novela Soy la peste (Planeta), el diario Los días Trakl (Las Cuarenta) y las aguafuertes de Mis días con Lao (Edulp). Seix Barral publicó El desafortunado, finalista del premio de esa casa editorial, de Ariel Magnus, y Anagrama hizo lo propio con Los llanos, de Federico Falco, finalista del premio Herralde. Tatiana Goransky, en La mujer poco probable (El Ateneo), ahondó en el lado B del matrimonio; Roque Larraquy entregó su tercera y alucinada “fantasía científica”, La telepatía nacional (Eterna Cadencia); Juan Terranova agregó romanticismo a la ciencia ficción en Otra historia de amor (Azul Francia) y Marina Yuszczuk, con el terror de La sed (Blatt & Ríos), ofreció una de las mejores novelas del año. Cecilia Sorrentino publicó una segunda novela evocativa, El presente (Cienvolando), igual que Natalia Brandi, con Murmullos en alguna ciudad (Mil Botellas), e Inés Arteta unió thriller y novela histórica en La otra mitad del universo (Libros del Zorzal). Beatriz Viterbo lanzó Siberia, de la ecuatoriana Daniela Alcívar Bellolio. Los catálogos de las editoriales se enriquecen con obras de escritoras.

Varios autores debutaron en el género canonizado por Cervantes. Santiago Craig pasó del cuento a la novela en Castillos (Entropía); el ensayista Pablo Maurette publicó La migración (Mardulce); la poeta Gabriela Borrelli Azara dio a conocer Vidrio (Club Hem); la dramaturga Nina Ferrari presentó Los días que se volvieron ceniza (Sudestada) y el profesor Saúl Sosnowski publicó la melancólica Decir Berlín, decir Buenos Aires (Paradiso). Otras autoras, directamente, debutaron con novelas. Maru Leonhard publicó Transradio (Cía. Naviera Ilimitada), celebrada ópera prima; Belén Longo, Donde mueren las mariposas, ganadora del premio de Futurock, y Paula Correa, la distopía La caverna del Ave y la Nada (Caligrama). Obloshka publicó la novela de un “debutante” de 94 años (La amenaza, de Abrasha Rotenberg) y Paradiso, la del legislador Ernesto Espeche Treinta y nueve metros, donde narra el hallazgo de los restos de su padre en el Pozo de Vargas.

Otra gran novela que deja 2020 es Las pasiones alegres (Nudista), de Pablo Farrés. “Su obra va hacia un aumento de complejidad y extensión, en derivas con profusa imaginación –dice el crítico Omar Genovese–. Ariel Luppino, con ¡Paraguayo! (Club Hem), y Enrique Quinteros, con Yo era César Aira (Ediciones del Trinche), aparecen vindicando la novela corta”. En el listado de novelas policiales de este año se destacan Leyenda negra (Tusquets), de Osvaldo Aguirre; El menor (Adriana Hidalgo), thriller familiar de Alicia Plante, y La traición (Planeta), tercera entrega de la serie de Remil, de Jorge Fernández Díaz. Para darle un epílogo chic a 2020, Edgardo Cozarinsky publicó semanas atrás la cautivante Turno noche (Tusquets).

Mil y un cuentos.

En menor cantidad, se publicaron libros de cuentos. Antes de la cuarentena, de Claudio Zeiger se conoció Verano interminable (Emecé); Cecilia Pavón presentó Todos los cuadros que amé (Eterna Cadencia); su tocaya Cecilia Ferreiroa lanzó en Obloshka las historias de La parte enferma y Tamara Tenembaum, Nadie vive tan cerca de nadie (Emecé). Rosa Iceberg lanzó dos volúmenes de autoficción: el prepandémico Los lugares equivocados, de Majo Moirón, y A esta hora de la noche, de Cecilia Fanti. La editorial rosarina Baltasara publicó Los elefantes saben olvidar, de Cristian Vázquez; Boab, de Nadia Isasa, y Tres fuegos, de María Bohtlingk. Corregidor editó los cuentos de Fabio Wasserman El lado solitario del río; Barenhaus, Adiós, humanidad, de Gonzalo Senestrari, y Azul Francia, En guerra con la piel, de Nicolás Mavrakis. Nudista publicó Aquello era el cielo, de Viviana Bernardó; la editorial Concreto, Larga distancia, de Tali Goldman, que aúnan irreverencia y ternura, y Hexágono, Los cuentos de la abuela loba, de Cecilia Rodríguez. De género inclasificable, se debe mencionar Amado Señor (Blatt & Ríos), de Pablo Katchadjian. Y en diciembre llegaron a las librerías el nuevo libro de Marcelo Birmajer, La mesa del olvido y otros cuentos de amor, y Círculo de lectores (Páginas de Espuma), de Eduardo Berti. Tres libros de relatos de latinoamericanas que deben leerse son Tierra fresca de su tumba (Marciana), de la boliviana Giovanna Rivero; Las voladoras (Páginas de Espuma), de la ecuatoriana Mónica Ojeda, y No soñarás flores (Paisanita), de la uruguaya Fernanda Trías.

Miradas sobre el pasado.

Entre los libros de no ficción, sobresalieron los de los hermanos O’Donnell. Aramburu (Planeta), de María O’Donnell, fue best seller, y Hermano (Sudamericana), de Santiago O’Donnell, si bien no encabezó la lista de los más vendidos, sacudió la escena política con las revelaciones del hermano menor de Mauricio Macri. A tono, Marea publicó La caída. De la ilusión al derrumbe de Cambiemos, del sociólogo Guillermo Levy. Ceferino Reato retornó al pasado reciente con Los 70, la década que siempre vuelve, igual que su colega Marcelo Larraquy con La guerra invisible: el último secreto de Malvinas, ambos de Sudamericana. El que volvió a las listas de best sellers fue Gabriel Rolón, con El duelo.

De Chile llegaron dos antologías de textos críticos de escritores argentinos. Ediciones Universidad Diego Portales publicó El otro lado, de Mariana Enriquez, y Pasado mañana, de Luis Chitarroni. En Teoría de la gravedad, Libros del Asteroide recopiló las columnas de Leila Guerriero para el diario El País. Consultada por este medio, la escritora María Teresa Andruetto elige el “inclasificable” Las fotos (Paisanita), de Inés Ulanovsky, y Biblioteca feminista (Planeta), de Florencia Abbate. Eduvim publicó el primer tomo de la Historia feminista de la literatura argentina, proyecto a cargo de Laura Arnés, Nora Domínguez y María José Punte. En clave hot, Paidós lanzó el quinto libro de Luciana Peker, Sexteame, y Urano, Un viaje al placer, de la sexóloga Mariana Kersz. La investigadora e histórica activista Martha Rosenberg publicó Del aborto y otras interrupciones. Mujeres, psicoanálisis, política (Milena Caserola), que se pudo leer en simultáneo con (Mal)educadas (Planeta), de María Florencia Freijo; Bitácora de un grito (Sudestada), de Zuleika Esnal; Ciudad feminista (Godot), de la estadounidense Leslie Kern, y con el primer ensayo de la psicoanalista Alexandra Kohan, Y sin embargo, el amor (Paidós). Galerna ofreció un punto de vista crítico sobre los feminismos en El patriarcado no existe más, de Roxana Kreimer.

El sello Iván Rosado publicó el tercer diario del ensayista Alberto Giordano, Tiempo de más, y Tren en Movimiento, el exhaustivo estudio de Horacio Tarcus Las revistas culturales latinoamericanas. Maximiliano Crespi presentó Los tres realismos: literatura argentina del siglo XXI (Nudista) y Walter Sosa Escudero, Borges, big data y yo (Siglo XXI), donde aplica la ciencia de datos a la obra del escritor. La colección Lector&s de Ampersand se agrandó con Libros chiquitos, de Tamara Kamenszain; El texto encuentra un cuerpo, de la mexicana Margo Glantz, y Contramarcha, de María Moreno. De la chilena Cynthia Rimsky, se conoció el libro de viajes por Nicaragua La revolución a dedo (LRH). Aquellos que por prevención no puedan viajar a La Feliz podrán leer el fotoensayo de los historiadores Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torres Mar del Plata (Edhasa). Marea publicó Brilla la luz para ellas, investigación sobre las pioneras del rock nacional de Romina Zanelatto, y Gourmet Musical lanzó nuevos títulos para melómanos: Por qué escuchamos a David Bowie (de Juan Rapacioli), Por qué escuchamos a Lou Reed (de Walter Lezcano) y Por qué escuchamos a Stevie Wonder, de Edgardo Scott. El cantante Rodrigo Manigot reunió sus crónicas en Donde no van las melodías (La Crujía).

Cactus sumó a su biblioteca El filósofo plebeyo, del poeta y obrero francés Gabriel Gauny (con presentación de Jacques Rancière) y Pensar con Whitehead, de Isabelle Stengers; Galerna publicó el ensayo de Luis Diego Fernández Foucault y el liberalismo, que se puede leer en tándem con los escritos de Utopías biopolíticas (Godot), a cargo de Gabriela D’Odorico, y Subjetividad y verdad (FCE), que reúne clases de Michel Foucault de 1981-1982. Manantial tuvo su toque francés con La invención del sujeto moderno, de Alain de Libera, y El siglo del populismo, de Pierre Rosanvallon. Ediciones IPS publicó Trotsky, la trilogía de Isaac Deutscher sobre el padre de la “revolución permanente”. Y Mardulce lanzó tres libros de colección: Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios, de Cynthia Ozick; Había una vez algo real, de Ivana Costa, y Desertar, de Ariana Harwicz y Mikaël Gómez Guthart.

Poesía contra el aislamiento.

En 2020 la poesía fue aliada de los lectores. Se destacaron títulos de escritoras argentinas, como Una no elige cuándo caerse, de Vanina Colagiovanni; Televisores, de Gabi Luzzi, y La trama materna, de Gabi Larralde, las tres por Caleta Olivia. Liliana García del Carril publicó El mérito, en Bajo la Luna; Celeste Diéguez, el luminoso La canción del amor, en Tammy Metzler, y Valeria Cervero, Ctalamochita, en Barnacle (que publicó Driftwood, de Marcelo Rizzi). Muchas Nueces reunió la obra poética de Susy Shock en Realidades. Y Ediciones en Danza publicó Poesía reunida, de Jorge Aulicino; Te quie, del gran poeta Jorge Leónidas Escudero, y Perros del cosmos, de Julián Axat. Cabe mencionar la versión al español de Paterson, de William Carlos Williams, traducida por Silvia Camerotto, y la antología de siete poetas contemporáneas de Brasil reunidas en Tejer & destejer (Bajo la Luna), con selección y traducción de Agustina Roca. El Suri Porfiado publicó Elis o teoría de la distancia, de Lucas Margarit, y Árboles, de Tomás Watkins. Para muchos lectores, 2020 será el año en que Edunt publicó En la Casa-Barco, obra reunida de la tucumana Inés Aráoz.

 


La ruta del cambio

Digo como lectora, primero los primeros: escritores y editoriales. Los planes de publicación de las editoriales pequeñas casi no se modificaron; las medianas tuvieron su cimbronazo; los grandes redujeron sus novedades con un efecto positivo: pasaron a ser más orgánicas y atractivas. De lo leído en 2020, mi libro del año es No es un río, la poética novela de Selva Almada (LRH). Luego, por su mirada lateral, Wërra, de Federico Jeanmaire (Anagrama). Por debutantes (es accidental que sean mujeres pero no lo es que tantas buenas escritoras surjan hoy en un medio históricamente masculinizado), El nombre de los caracoles, de Claudia Stella (Libros Unahur), por su ángulo para espiar la dictadura; Sofía, de Lucía San Martín (e-book autopublicado), novela romántica adolescente original, vital; Donde mueren las mariposas, de Belén Longo (Futurock), thriller protagonizado por una suerte de Lisbeth Salander.

Digo como periodista, segundo los segundos: la cadena. La cuarentena sacudió una industria que parecía intocable. No lo era. Las librerías se ultrapersonalizaron y redescubrieron su fondo cuando dejaron de recibir libros frescos. Las editoriales comprendieron que nada les impedía la venta directa (Planeta, en Mercado Libre). Sin embargo, un cambio estructural de costos implica replantear el esquema de porcentajes. Ediciones Futurock solo hace venta directa y liquida derechos de autor al 50% (no al tradicional 10%). Leo Calderone, con Casi ángeles, optó por asumir la edición: el libro es un éxito cuyas ventas cobra sin demoras ni descuentos.

Digo como autora, siempre última. En marzo trabajaba en la tapa de mi segunda novela cuando quedó crionizada por el Covid-19. Deshicimos el contrato hacia fines de año. Hoy me pregunto qué hacer: ¿seguir la huella o la ruta del cambio?

*Miriam Molero es escritora y periodista cultural.


 

Artefactos poéticos

El libro póstumo de Juana Bignozzi Novísimos (Adriana Hidalgo) da la oportunidad de encontrar una voz única que dialoga con su generación y con el presente. También leí a Osvaldo Bossi, su obra reunida Única luz en el mundo (Caleta Olivia), y su nuevo libro Agüita clara (Gog y Magog), que conmueve cuando le habla al “yo” de la infancia y a los padres. Otro texto que dialoga en esa línea es 1864, de Osvaldo Aguirre (Espacio Santafesino), que traza una memoria de la infancia y del padre a través de una onza que pasa de generación en generación. La buena suerte, de Silvio Mattoni (Caleta Olivia), también engarza poemas del presente y del pasado, como pequeños retratos en verso. Otros hallazgos: en Podría llevar cierto tiempo, de Clara Muschietti (Caleta Olivia), encuentro pequeños artefactos poéticos de intensidad máxima, y La nueva Tokio, de Ana Ussher (Tren Instantáneo) es un primer libro para no dejar pasar. Lugar especial merecen La belleza del marido, de Anne Carson (Zindo & Gafuri), y Traducción de la ruta, de Laura Wittner (Gog & Magog), dos autoras imprescindibles.

**Vanina Colagiovanni es poeta y editora de Gog y Magog.


 

Pasar de pantalla

Sí, la pandemia fue un desastre y llevó al mundo del libro a una situación muy delicada, eso no se discute. Pero termina mejor de lo que muchos imaginábamos. El panorama, allá por abril y mayo, era desolador: derrumbe de ventas de un 90%, librerías cerradas, cheques sin fondos por doquier. Nadie pensaba en desarrollar su negocio ni en los planes para el futuro sino en cómo hacer para pagar los sueldos de los próximos meses. Aparecieron los ATP, una ayuda enorme del castigado Estado argentino que, a pesar de todo, pudo reaccionar. Con eso sobrellevamos el peor momento de la crisis y, con paciencia, diálogo y un gran espíritu, el sector del libro se reacomodó y no solo no se rompió la cadena de pagos sino que además las librerías se las ingeniaron para volver a funcionar según lo permitían las restricciones de cada etapa (al inicio hubo un subidón de ventas de e-books y poco a poco fuimos volviendo a las librerías, con las de barrio como claras ganadoras de esta etapa). Las imprentas reabrieron y los editores volvimos a lanzar novedades (en nuestro caso, de las cincuenta que teníamos programadas llegamos a lanzar treinta). Tal vez porque nos sentimos una especie en vías de extinción, estamos preparados para recibir golpes, y por eso me permito un cierre de 2020 mínimamente optimista. Lo pasamos mal, muchos siguen sufriendo, pero terminamos este año maldito de pie. Llenos de machucones, rengueando, agotados, pero de pie y con la expectativa de que en 2021 podamos empezar a reparar los daños que nos dejará esta experiencia apocalíptica.

***Carlos E. Díaz es director editorial de Siglo XXI.