CULTURA
el guardián de james joyce

Noche de epifanía

Una nueva edición del libro “El guardián de mi hermano”, de Stanislaus Joyce, insiste en el título explicativo que Fabril Editora le había dado en los años 60: “Mi hermano James Joyce”. Luis Gusmán ahonda en el significado del título original, nada gratuito, y repasa una serie de acontecimientos que a su juicio refuerzan la idea de un hermano que decidió sacrificar su vida al genio del otro. Y los sueños, que en opinión de Stanislaus se ocupan de recomponer de manera incontrolada los pensamientos conscientes.

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Por fortuna para el lector, después de 50 años la editorial Adriana Hidalgo acaba de reeditar el libro de Stanislaus Joyce sobre su hermano James, que fue publicado por primera vez en español por Fabril editora en la década del 60 con el título: El guardián de mi hermano.

Esta nueva edición (Mi hermano. James Joyce. Stanislaus Joyce) cuenta como la anterior con el prólogo de T. S. Eliot, una introducción del biógrafo joyceano: Richard Ellman y la traducción de Berta Sofovich. 

El guardián de mi hermano remite a la frase que Caín le dirige a Yahveh: “¿Acaso soy el guardián de mi hermano”, y me permite evocar: Milonga de dos hermanos de Borges: “Es la historia de Caín que sigue matando a Abel”; y, del mismo autor, Quince monedas, Genesis, IV, 8: “Ya no recuerdo si fui Abel o Caín”. 

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El título que, originariamente, pensó Stanislaus por la relación y las discusiones religiosas entre estos dos hermanos, le cabe perfectamente a este libro. La historia de los dos hermanos Joyce se despliega a partir de esta frase bíblica, dado que a veces Stanislaus se coloca como un Abel que ha decidido sacrificar su vida literaria al genio de James. El lector atento podrá advertir, leyendo este libro, un ideal de sinceridad asombroso: que el dúo “bíblico” oscila de un hermano a otro según los avatares de sus vidas.

La historia de los dos hermanos Joyce se despliega a partir de una frase bíblica

Stanislaus, después de estar cuatro años preso en el campo de concentración de Katzenau, en Austria, cuando su hermano no le dedicó Dublineses, en su enojo estuvo a punto de romper con él.

La tensión tan imperante como legítima entre este dúo de escritores se lee en el prólogo de Eliot,  cuando describe este pasaje que parece una verdadera epifanía: “En mi ensayo sobre Noche de epifanía, que Jim rompió, sostenía, hablando de Toby Belch, en una doble condenación de la religión y la embriaguez, que esta última debe tener la más alta sanción, porque en la fiesta de la boda de Canaán, cuando los invitados habían consumido todo el vino  dispuesto para la ocasión, de tal manera  que no cabe duda sobre la ebriedad de alguno de ellos, Jesús, a pedido de su madre, aunque de mala gana, les ofreció más. Fue cuando llegó a este punto que Jim rompió el ensayo”.

Un sueño puede ser una epifanía. “Mi hermano consideraba los sueños una recomposición incontrolada de nuestros pensamientos y pensaba que revelaban lo que nuestros pensamientos controlados encubren inconscientemente. Yo los guardé sospechando que podía ser su adiós a la poesía, y al mismo tiempo indicio de la importancia que estaba tomando su prosa para él”. Stanislaus, el guardián de los sueños y los papeles de su hermano.

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James Joyce

Las primeras páginas ponen en escena –la palabra es apropiada porque cuenta las obras de teatro que los hermanos representaban en el teatro familiar–. Su padre, que hubiese soñado con ser un cantor de ópera, así como el miedo de James a las tormentas, nos trasmiten la impresión de que todo en ese hogar sucedía a viva voz.

Pero la primera página del libro de Stanilaus comienza con una sorprendente representación teatral: “Los recuerdos de mi infancia asociados a mi hermano se remontan a una temprana edad que no sabría decir cuándo empieza. Tengo un recuerdo definido, aunque desdibujado en los detalles, de una representación teatral de la historia de Adán y Eva, organizada para deleite de nuestros padres y nuestra niñera. Yo era Adán y una hermana, menos de un año menor que yo, era Eva. Mi hermano representaba el diablo”.

Basta ver cómo retorna aquella puesta en escena del origen del pecado en el mundo en la primera página de Finnegans Wake: “Riverrante, pasado Eva y Adán, de curva ribereña a codo de bahía, nos trae por un comodioso vicus de recirculación de vuelta a Howt Castle y Environs”.

En el prólogo, Elliot cuenta que leyó fascinado este libro dos veces. Quizás, porque resalta que es un libro no sobre uno, sino sobre dos hermanos: “Stalislaus en este libro nos interesa tanto como James; los hermanos son muy parecidos, y no obstante diferentes”.

La primera página del libro comienza con una sorprendente representación teatral

Basta leer en el diario de Stanislaus su ensayo sobre El sitio de Sebastopol, el cuento en que Tolstoi narra su experiencia durante los once meses que permaneció sitiado en esa ciudad, para que el lector se encuentre con un escritor.

Joyce muere en Trieste un 16 de junio. La misma fecha en que comienza Ulises. En esta ocasión, la coincidencia parece venir a sellar una hermandad que atravesó: mudanzas, exilios, libros, diarios, correspondencias, discusiones literarias políticas y religiosa, separaciones y reencuentros.

Stanislaus cuenta que James decía después de las contorsiones: “Era necesario convertir el mito original en una diversión”. Entre las costumbres de su hermano cuenta una, que revela intimidad cotidiana: “En general se levantaba tarde, pero donde estuviese, solo en París o casado en Trieste, nunca dejaba de levantarse el Jueves Santo o el Viernes Santo, alrededor de las cinco, lloviera o tronara, para asistir a la primera misa de la mañana. Cierta vez en Trieste, ofendido por mis sarcasmos me preguntó: ‘¿Crees que soy muy ortodoxo verdad?’ ‘No, pero, aunque creo que ya has estado en la representación muchas veces.’ ‘Sí es así, tú has visto muchas veces Norma (una de mis óperas favoritas).  En cuanto a ortodoxia, me pregunto quién de los dos es más ortodoxo en su manera de vivir’”.

En su diario, Stanislaus escribe respeto a la novela Stephen Hero: “Será casi autobiográfica, y como no podía ser de otra manera, viniendo de Jim, satírica”.

Es posible que el propio Jim se riera de sus contemporáneos, que lo han tomado tan en serio. Solo basta recordar cómo firmaba alguna de sus cartas: “James Jocke”.