En marzo de 2006, la fotógrafa Helen Zout presentaría en el Centro Cultural Recoleta la serie Huellas de desapariciones durante la última dictadura. 1976-1983, un arduo trabajo “imposible en primera instancia, que era ver, observar y fotografiar una desaparición”. Casi seis años estuvo Zout recorriendo salas judiciales, oscuros departamentos de inteligencia y comisarías, entrevistando además a sobrevivientes, madres, abuelas e hijos de desaparecidos. En alguna de estas visitas, que hace veinte años aún causaban recelos y miedos, encontró a un hombre que había sufrido torturas en el siniestro Circuito Camps, bajo el mando del genocida Miguel Etchecolatz. Los testimonios de este humilde albañil fueron determinantes en los Juicios de la Verdad. Jorge Julio López se transformó en uno de los tantos sobrevivientes que Helen, que sobrevivió apenas de la dictadura, retrató en aquella serie que constituye hoy la memoria nacional, aclamada en el mundo entero. La imagen con los ojos cerrados de Jorge, pieza central de Desapariciones, dentro del homenaje a Zout en la Bienal Argentina de Fotografía Documental en 2022, de un López desaparecido en democracia, un día antes de la condena a Etchecolatz, el 18 de septiembre de 2006, expone el bajo continuo de aquello que la fotografía documental pretende, “ser fiel a la vivencia y la lucha de un pueblo”, acota Zout.
“Alcanzó la fotografía documental en nuestro medio un alto nivel porque existió el acercamiento sincero de los fotógrafos a los problemas sociales”, comenta Zout, fotógrafa y curadora del Museo de Arte y Memoria de la Provincia de Buenos Aires, y que dará la conferencia inaugural en el Centro Cultural Eugenio Virla. Será de las primeras actividades de este gran encuentro de la fotografía argentina y latinoamericana, del 5 al 8 de octubre (www.fotobienal.com.ar) desbordando edificios, calles y plazas de San Miguel de Tucumán. Una agenda nutrida de talleres, acciones performáticas, visionado de portfolios, feria de libros y conferencias, que tenderá a “estimular la cercanía y el intercambio. El principiante con el prestigioso, en la misma mesa. Conferencias que son más bien conversatorios. Hay muchas escuelas de fotografías que se vienen casi como un viaje a Bariloche porque solo se admiten trabajos inéditos de noveles y consagrados, y las actividades son gratis. Acá no hay pantallas para que veas al groso a mil metros. Por otra parte, a nosotros nos interesa la reflexión, algo que no suele programarse en los festivales”, detalla Julio Pantoja, de los fundadores del festival, en los 2000.
Como anticipó Eva Cabrera, presidenta de Argra –Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina– y quien compartirá una mesa con la investigadora Cora Gamarnik el jueves 6, varias de las reflexiones girarán en torno a la historia y el presente del fotoperiodismo y la fotografía documental. Cabe aquí una disquisición: “Somos testigos privilegiados y narradores del tiempo que nos toca vivir –sostiene Cabrera–. En un mundo que está plagado de imágenes, que una tapa a la otra, me parece que el ejercicio que hacemos los fotoperiodistas es fundamental. Y muchos de nuestros compañeros empiezan con una cobertura diaria y van hacia series documentales. En mi visión existe un cruce permanente entre el fotoperiodista y el documental”, señala enfatizando que en el trabajo documental se halla más presente “la mirada genuina del fotógrafo fuera de las lógicas comerciales”.
“No son contradictorios, pero a los efectos prácticos son distintos. También hay una cuestión de perspectiva: cómo mirar la fotografía desde los intereses de la documentación. Vos podés mirar con perspectiva de derechos humanos. O de género. Son fotografías que darán cuenta de la ideología de una época. Además, los fotógrafos documentalistas tienen un interés humanista, en piezas que están atravesadas por una subjetividad y un rol activo enorme”, recalca Pantoja, de amplia trayectoria como fotoperiodista, integrante del staff de Perfil durante veinte años. “Todos tenemos construida una mirada desde el fotoperiodismo europeo y creo que hay que desandar el camino. Deconstruir cómo miramos”, es la tarea, refuerza Cabrera.
Todos fueron héroes. En el país de Horacio Coppola, Sameer Makarius y Alicia D’Amico, que con sus visiones trazaron paralelismos con los pioneros norteamericanos de la fotografía documental, un punto de inflexión fueron las jornadas en el Teatro San Martín, organizadas por el Núcleo de Autores Fotográficos, y los posteriores talleres en La Plata, a fines de los 80. Con cursos dictados por Sebastiao Salgado, Susan Meiselas, Ortiz Monasterio, algunos pesos pesados de la fotografía auspiciados por Kodak, los cincuenta fotógrafos uruguayos, argentinos, chilenos y brasileños que asistieron son hoy los más importantes de la región. Dani Yako, Eduardo Grossman, Eduardo Longoni, Pepe Mateos, Adriana Lestido, Marcos López, por nombrar entre los compatriotas, si bien con búsquedas diferenciales, participaron de un bing bang inagotable. “Ese año el fotoperiodismo empezó a existir como tal. Ahí fue mayor de edad. Hasta ese momento era el adorno que iba en los huecos de los textos. No se lo entendía como un sistema de códigos para transmitir conocimientos”, comenta Pantoja, que también concurrió a los míticos cursos, y afirma que la Bienal en el interior argentino, en sus veinte años de existencia, diez ediciones, hunde sus raíces en aquella experiencia, en el Fotoespacio de Eduardo Gil, del Centro Cultural Recoleta, y la Fotogalería de Sara Facio, del Teatro San Martín de los 90, y en los Festivales de la Luz, organizados por Elda Harrington, que finalizaron tras treinta ediciones en 2018.
“Lamentablemente quedan pocos espacios para la fotografía”, advierte Pantoja sobre un panorama donde varias galerías especializadas en fotografía no superaron la pandemia, “En Córdoba tenés una iniciativa de Aníbal Mangoni. Ataúlfo Pérez Aznar hacía unas cosas en La Plata pero ahora ni siquiera tenemos los Festivales de la Luz. En este momento, quizá, la Bienal de Fotografía Documental acá en Tucumán sea el mayor encuentro abierto del país”. De estos temas se hablará en la bienal, como de las condiciones laborales, “donde nos caben las generales del periodismo –asevera Cabrera, la primera mujer al frente de Argra, que recientemente cumplió 80 años–, con trabajos precarizados y muchos compañeros sobreviviendo de trabajos free lance. Ya no existen más los departamentos de fotografía, menos en los sitios web. Cada vez hay más estudiantes de fotoperiodismo y menos lugares para laburar. Encima a los cronistas se les pide, además de escribir, que saquen las fotos”, dispara.
“Solo tu haces mi memoria”. “Yo creo que es un muy buen momento para la fotografía documental en un mal momento del fotoperiodismo, atenazado por las lógicas empresariales. Pero la foto documental va por otro lado y puede aprovechar que la fotografía está en manos de todos. En la fotografía documental vibra la bocanada de aire. Además, vibra en un instante que se pregunta mucho sobre lo que hacemos”, separa Pantoja y avanza, “Y la pregunta es si a esto que vemos lo seguimos llamando fotografía. Se relaciona con los conceptos de posfotografía y fotografía expandida, que siendo breves hablan de la explosión de los límites de la fotografía. Trascender lo que fue durante un siglo, lo bidimensional, la puesta en marcos fijos conceptuales y espaciales; y promover los cruces de los lenguajes. Estamos en una etapa crucial donde la fotografía aparece con otros códigos, en otros territorios, y que se reorienta a lo que entendemos como arte performático”, comenta el docente jujeño, quien trabaja en el cruce de la fotografía con otros medios de expresión como la performance.
“Hacer visible lo invisible. Hacer circular esas imágenes que no circulan, de gran valor social y político, y donde se aprecia lo colectivo” es en definitiva, para Cabrera, la misión de la fotografía documental, que hoy se debate en el “vértigo y la tentación de las herramientas digitales, aunque sigue siendo uno quien elige qué deja adentro y qué afuera del cuadrado”, concluye la fotorreportera de Télam. “Hacer sentir que estás en la escena. Ese salto ocurre cuando el comunicador/fotógrafo interpreta la escena después de meses de investigación y entrevistas. Puede suceder o no. El secreto es ver hacia adentro cuáles son los deseos expresivos. Qué querés representar del mundo. Qué te inquieta. Qué mejorarías. Qué significa para vos la belleza”, señala Zout, y se explica la fotógrafa, que se encuentra elaborando una nueva serie sobre luchadores sociales: “Cuando hablo de belleza es retratar los signos y símbolos de algo mucho mayor desde un mundo privado. Es lo opuesto al consumo, de que debemos comprar todo lo superficial. En mi foto quiero transmitir esos pequeños mundos valiosos, esenciales, no negociables”.
En el espíritu sin concesiones e íntimo de Alejandra Pizarnik: “Solo tú haces de mi memoria/una viajera fascinada/un fuego incesante”, una fotografía documental del alma.